Desde 1530 en Venezuela hay registro de terremotos, lógicamente ocurrieron también antes de esta época pero no están documentados. Sin duda, el terremoto del jueves santo del 26 de marzo de 1812, ha trascendido en el tiempo, por las connotaciones políticas que el produjo, en plena guerra de la independencia, en el nacimiento de la Primera República, y el papel en su caída. En un relato de este suceso narrado por Manuel Palacio Fajardo y citado por Humboldt, se describe que:
“Había buen clima y el aire sereno, cuando entre las 4 y las 5 pm fue oído un sonido hueco como estrépito de un cañón, el cual fue seguido por un violento movimiento oscilatorio de oeste a este, el cual duró como 17 segundos y paró a todos los relojes públicos. La convulsión disminuyó por algunos momentos, pero fue seguida por una sacudida más violenta que la primera y por casi 20 segundos, manteniendo la misma dirección. Una calma siguió, durando cerca de 14 segundos, después de la cual la trepitación más alarmante de la tierra tomó lugar por 15 segundos. La duración total fue de un minuto 15 segundos...”
Se calcula que murieron unas 40.000 personas, en Caracas unas 10.000, cuando la población era de unas 44.000 almas y en La Guaira 3.000. En virtud de que el 19 de abril había caído también en jueves santo, los realistas aprovecharon esa circunstancia para hacer creer a los venezolanos que se trataba de un castigo del cielo. Según Jaime Laffaille y Carlos Ferrer:
“…aquellos habilidosos predicadores manejaron con maestría el hecho de que el terremoto sólo había destruido a las principales ciudades del lado patriota, como Mérida, Caracas, La Guaira y San Felipe (también Barquisimeto, Valencia y La Victoria resultaron afectadas), mientras que Maracaibo, Guayana y Coro, bajo el poder realista, resultaron prácticamente indemnes. Además argumentaban que el terremoto ocurrió en jueves santo, día en que comenzó la revolución, en el momento que las tropas, en traje de gala, estaban apostadas en las entradas de los templos, repletos de gente esperando la salida de las procesiones para adornarlas y acompañarlas: fue precisamente en el derrumbe de de esos templos y de los cuarteles donde murió un gran número de soldados, quedando enterrados bajo los escombros junto con sus armas y municiones. Las tropas que estaban en Barquisimeto salían a enfrentar a los realistas en el preciso instante en que ocurrió el terremoto, quedando gran parte de ellas sepultadas bajo las ruinas de los cuarteles patriotas y resultando gravemente herido su comandante: Monteverde ocupó Barquisimeto sin encontrar oposición”.
En efecto, el 7 de abril entró Monteverde a Barquisimeto, sin resistencia, gracias a que esta ciudad se hallaba devastada por el terremoto, que causó alrededor de 4.000 víctimas en la ciudad (Grases, 1990), solo quedaron 10 a 12 casas en pie, igual ocurrió en El Tocuyo, Cabudare, San Felipe, entre otras. Según la arquitecta Claudia Rodríguez, diez años mas tarde Richard Bache señala que “En la calle principal de la ciudad han sido reconstruidas las viviendas, pero que aun se ven, en las dos que corren paralelas muchos escombros”. Solo por mencionar, fue en 1865 cuando El Templo de la Concepción de Barquisimeto termina su reconstrucción. Igual sucede en otras ciudades, como El Tocuyo, dado que la dureza de la guerra, la crisis y luego las consecuencias de la Guerra Federal-tan sentida en la región- impidieron su pronta reconstrucción, y en este caso particular se agrava con el terremoto de 1870, que derriba nuevamente parte de la ciudad, como lo fue definitivamente el Templo Belén y Hospital de San Juan Bautista, el primero de Venezuela. Otros templos, monumentos y casonas fueron reconstruidas, sobretodo en el contexto de la celebración de sus cuatrocientos años de fundación colonial en 1945, pero nuevamente el terremoto de 1950, pero más aun la falsa modernidad y sobretodo los intereses económicos, acabaron definitivamente con el patrimonio arquitectónico de esta primera ciudad de Venezuela.
En cuanto a la posición del futuro Libertador, cuenta, en ese contexto, José Domingo Díaz- un venezolano partidario de España- que Bolívar pasó a la plaza de San Jacinto, situada frente a su casa, cuando se enteró que religiosos hacían creer que el terremoto era un castigo divino, narra que: “ese día Bolívar, fogoso líder, trepaba en mangas de camisa por sobre las ruinas en su semblante estaba pintado el sumo terror o la suma desesperación, indignación, aparta a uno de los frailes predicadores, para pronunciar un vehemente discurso en el que explicó que aquel lamentable fenómeno sísmico era un simple fenómeno natural ajeno a las ideas religiosas y políticas. Y terminó su intervención, me vio y me dirigió estas impías y extravagantes palabras: «Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca».
Si bien fue significativo el peso jugado por este terrible acontecimiento en la caída de la primera experiencia republicana, como lo expresa tajantemente Bolívar en su Manifiesto de Cartagena, otros elementos, principalmente la debilidad del gobierno, contribuyeron en este fracaso. En este documento, fechado el 15 de diciembre, Bolívar señala:
EL terremoto de 26 de marzo trastornó ciertamente, tanto lo físico como lo normal; y puede llamarse propiamente la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habría tenido lugar, sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad, que obrando con rapidez y vigor hubiese puesto remedio a los daños sin trabas, ni competencias que retardando el efecto de las providencias, dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.
El Libertador realiza su propia síntesis de las causas de la caída de la Primera República, señalando en primer lugar la naturaleza de su constitución:
De lo referido se deduce, que entre las causas que han producido la caída de Venezuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su Constitución; que repito, era tan contraria a sus intereses, como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero, la oposición al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la República y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuarto, el terremoto acompañado del fanatismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes resultados; y últimamente, las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.