Lo que voy a relatar no tiene nada chauvinista.
En absoluto.
Son hechos producto de una época caótica, confusa, de un país altamente colonizado por los gringos.
A mediados de los setenta, yo había sido lanzado a realizar un doctorado en matemáticas en Estados Unidos; una oleada de jóvenes fue proyectada hacia los imperios por el Programa de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, PBGMA.
Se pensó que con este Programa, Venezuela saldría de abajo científica y tecnológicamente. Y fui a parar a la Universidad de California. Pero no me dediqué únicamente a las matemáticas sino que me hundí en las bibliotecas para conocer mejor a nuestra historia latinoamericana. Allá conocí al gran escritor aragonés Ramón J. Sender quien se dedicó humildemente a darme clases de escritura.
Concluido un Ph.D en Teoría Combinatoria, regresé a mi país y acudí a las oficinas del PBGMA para que me ubicaran en algún lugar, pero la respuesta que se me dio fue esta:
“-Nosotros becamos, no damos trabajo”.
Entonces comencé a recorrer universidades, hasta que conseguí contrato por un año en la Universidad de Oriente, en la sección de Postgrado del Departamento de Matemáticas. Esta sección la dirigía un gringo, quien le estaba haciendo la suplencia a un chino quien vivía prácticamente radicado en Nueva York (porque llevaba cuatro años haciendo un postdoctorado). El chino regentaba además un restaurante frente al decanato de Cerro Colorado y se había inscrito en el partido Acción Democrática.
Yo no podía comprender aquella Venezuela tan burlada, tan débil y pervertida. Un día se realizaban unas elecciones en el decanato de Cerro Colorado y los adecos se aprestaron a traer a todos sus seguidores que estudiaban en el exterior, pagándoles viáticos y traslados. Y fue así como conocí al chino quien, como dije, era el verdadero jefe de nuestra sección de Postgrado en el Departamento de Matemáticas de la UDO. Me lo conseguí en un pasillo y le grité:
- Mira hijo de puta, qué bien lo estás haciendo: manejas tus negocios desde Nueva York, te das la gran vida metido a adeco, y te chuleas como te da la gana a nuestro país. ¿Qué clase de servicios le prestas al Departamento, ganándote en dólares un sueldo que no te mereces? Quiero que sepas que yo no me parezco en nada a todos estos tipos que te encuentras por aquí serviles y colonizados. Eres una mierda, chino.
El chino se puso lívido, pero al mismo tiempo agresivo y grosero.
- ¡Quiero que te vayas de una buena vez de este país, ladrón!
- ¿Y tú quién eres? –me gritaba el chino reculando.
- Un venezolano que se resiste a que un tipo como tú nos siga robando.
Viendo el chino mis determinantes palabras, y como me le acercara, trató de escabullirse del lugar; pero luego comenzó a correr despavorido por los pasillos del Departamento, y yo detrás. Se metió en un salón donde se realizaba las votaciones, y nos enfrascamos en una pelea de la cual quedé con una mano fracturada.
Cuánto dolor, cuánto sufrimiento por país, viéndolo vejado, burlado y chuleado por tantos malditos extranjeros. Fue una época de gran desesperación para mí. Quería enrolarme en una buena guerra, quería servir a una causa liberadora de mi patria.
Y leía entonces tanto a Simón Bolívar.
Qué época
jsantroz@gmail.com