Es tanta la rabia de la población flotante: acostumbrada año tras año a viajar fuera y dentro de Venezuela que asiste vestido de mártir a las iglesias a depositar su rabia de inconformidad de tanto malestar junto que, no le permite regodearse de los placeres naturales que lo hagan feliz por un instante dentro de sus vacaciones de Semana Santa que, no hay sermón que lo aplaque y lo que nota es un hilo de rabia que empuja con fuerza el malestar que ahora padecen y como el dinero no alcanza ni ayuda a tanto deseo junto, el que más y el menos sufre con toda la compasión de la Conferencia Episcopal que ha alargado de bienaventuranzas imposibles sus deseos católicos que santifiquen el momento compartido.
Y que decir de las playas de mar y ríos que se ven asustadas de tanta quietud sin pescadores ni de salvavidas en olas de fortificación que se alejan de las orillas, quizás molestas de tanta soledad sin razón y hasta los peces se confrontan en huelga de atención por lo barato de su costo que casi nadie los consume y quien lo hace se traga sus espinas de penuria en castigo de irradiación y desolación que si buscamos hacia las orillas la situación es peor, ya que los dueños y trabajadores de los hoteles, pensiones, posadas y demás refugios de turistas se hallan descalzos de ambiciones y con las manos en la cabeza se tutean con la naturaleza de tanto despelote al por motón que los arruina.
No así las vías de comunicación terrestres que se ven en línea recta como si estuvieran esculpidas por una mano de piedad en la maqueta de un sueño sin automóviles, ni motos ni bicicletas ni patines que apretujen su pavimento que permanece como un gran espejo de recreación en la atracción del sol que ilumine la soledad que maltrata su apariencia de transito y los huecos se esconden de clemencia hacia la congestión de la espera y, es que el país se ha vuelto apático y se descuida en su peregrinaje de saturación que además, la ley seca arrasa con su libertad de embriagarse de entusiasmo natural.
La espera continúa y la rabia se espesa más, no la para nadie y las cuentas no dan para desarroparse sin causa y el que más tiene guarda que, cuando se vaya a disfrutar al infierno o al paraíso tendrá con que saldar los apuros inmediatos y el que no seguirá con su pobreza acuesta sin importarle otros destinos de franquicia, pero las campanas de la iglesia católica no dejan de sonar y nos recuerda que algo sucedió hace muchos años que ellos ahora celebran con afán descomedido que los aventaja con paciencia infinita de otras razones que el que está pelando comulga con su dios que lo abriga de esperanza que más no se puede esperar por los momentos.
Dolor da y mucha incertidumbre también que el sufrimiento en esta ocasión se desbordo que unió por igual a los críticos que son tantos que no hay forma de contarlos y, de tal firmeza sale la viveza del que pesca en río revuelto y no esconde su regodeo de que vendrán días mejores, ya que el futuro les pertenece y el que se meta con su futuro se queda sin presente como castigo impenitente.
El bajo rendimiento de esta Semana Santa quedará marcado para La Historia y, es posible que ese sueño que muchos se meten sin dormir les haga ver la realidad de la Nación de otra manera y analicen con sinceridad la prosperidad de Venezuela en todos sus ámbitos y de una vez se den por vencidos de apretujar espacios que no los apoyan ni los apoyarán, aunque se vistan de Nazareno oportunista que, el que menos come con la vista.
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