Elorza…Llanerana

En Elorza (Apu.) la patria navega en las venas del Arauca con fragancias de identidad; es un pueblo extenso y sabanero hecho en el fragor, duro, recio y domador. Sobre este inconfundible terruño, capital del municipio Rómulo Gallegos, en el Alto Apure, la tricolor ondea con el sigiloso paso del viento, de la misma manera como armonizan arpa, cuatro y maracas cantando las aventuras y sinsabores de la vida diaria, el pasado libertario, los amores perdidos, las tradiciones transmitidas de generación en generación.

Cada minuto que transcurre sobre esta llanura aluvial que alguna vez “fue cubierta por el mar, al retirarse éste en el terciario por elevación de los Andes”, el territorio se incrusta en cada hombre y mujer que divisa de frente y sonríe con rostros de inocencia y piel cobriza. Detrás del tono de voz, se escuchan leyendas, mitos, cuentos del camino, cabalgan las ánimas de la sabana, las mismas que, con invocaciones de fe y promesas cumplidas o por cumplir, construyen una manera de ser y engendrar.

Que el llano tiene magia eterna por los cuatros costados, es una verdad que solo se entiende cuando el calor ardiente abraza para aceitunarte partes desvestidas del cuerpo y las noches parecieran llevarse el último suspiro de existencia. A las seis de la tarde o un poco antes, sucede el bello romance en el firmamento: Padre-Sol se arrodilla en el ocaso mientras Madre-Luna se presenta desde el otro lado del planeta, con la única intención de adormecer lo que queda del día; entre ambos se origina un estado de sumisión, coqueteo cósmico y envanecimiento correspondido. Al final, la estrella que domina el sistema planetario enmudece y se marcha, mientras la reina de la noche se instala con el cortejo de amantes, esperándola...

En este anchuroso lado del país, la prisa urbana se detiene bruscamente. Nadie quiere un minuto más para vivir ni resta un pedazo de la siesta para agotar la marcha del reloj, porque hasta los relojes van despacio sin predecir exactamente cuándo sonarán las campanas en la parroquia más cercana ni cómo queda de rendido el minutero.

En la mirada diagonal de los habitantes, pareciera hallarse la intuición cazadora de sus antepasados y la furia del último novillo echado a rodar sobre la enrejada manga de coleo.

De a poco, todo transita con el filo del cuchillo al cinto, puesto el sombrero, preferiblemente de un castaño insípido, antes de tomar el primer café madrugador. Es el “amarronado” Arauca quien divide a la naturaleza de agua permanente, de las calles asfaltadas con las distintivas señales de un “progreso”, lento y zigzagueante.

Desde este sur indómito, soberano, la “matria” tiene historia hasta donde alcanza la mirada. Es un territorio que no retrocede ante las adversidades ni se deja llevar por las ficciones ajenas. Creo que en los huesos de estos hombres y mujeres, indianos e indianas, se acumulan siglos de soledades y lejanías, sin embargo, ríen a campo abierto, caminan con la frente en alto y “sacan” el pecho cuando los ensordecedores truenos del invierno anuncian tempestades a granel dejándole al miedo el derecho a esconderse detrás de los torrenciales aguaceros, presumo, además, que los almanaques cabalgan año por año, por pura inercia...

Elorza tiene águilas que la sobrevuelan con cierto grado de majestad y respeto, pero sobre todo, en las calles y esquinas, en las orillas y al centro, esta pequeña y bien nacida población llanera, cultiva el baile más extraordinario de la identidad venezolana: el Joropo, y si hubiera necesidad de admirar su cielo, dejen que las garzas blancas te hinchen el corazón para sentir el honor de estar en la Venezuela profunda…


elmerninoconsultor@gmail.com


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Elmer Niño


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