Abril de 2002 (II)

En artículo anterior me referí a las dos versiones existentes del golpe del 11-12 de abril 2002. Éstas son totalmente opuestas en la valoración ética del movimiento y en la ejecución de las acciones y las responsabilidades. Ambas interpretaciones están preñadas de ideologizaciones y dependen de la posición política de los analistas. Dentro de esta interesada confusión, quisiera extraer aquellos elementos que, por ser tan obvios, no deben dar lugar a discusión ninguna. Fue un golpe de Estado y no una insurrección popular ni un vacío de poder. El pueblo opositor, si bien marchó multitudinariamente ese mismo día y buena parte de sus fuerzas ulteriormente apoyaron el golpe, no conocía los planes conspirativos ni participó en su ejecución; fue incluso una víctima de las acciones.

Se entiende que en la lucha política lo más importante es la naturaleza de los objetivos que se persiguen y no tanto los instrumentos utilizados en su logro. No estoy diciendo que “el fin justifica los medios”, pues éstos adquieren una importancia mayor en la medida en que se tornan más drásticos. Para explicarlo con una exageración pedagógica: No se puede justificar la matanza de casi todos los habitantes de un pueblo con el propósito de liberarlo de la opresión, pues al final los liberados no serán capaces de disfrutar de su liberación. Sin embargo, en este tipo de hechos siempre hay víctimas, que los estadounidenses han dado en denominar eufemísticamente, cuando son ellos los responsables de las mismas, como “daños colaterales”.

La justificación o no de un golpe militar la da, en parte, el resultado del mismo, pues si es exitoso utilizará su poder para legitimarse ante la población e internacionalmente. Dije en parte pues un golpe de Estado victorioso que suprima los derechos ciudadanos, elimine los mecanismos democráticos y haga de la represión su principal forma de coacción, no logrará legitimarse en forma plena. El golpe de Estado del 23 de enero de 1958 fue exitoso, restituyó los mecanismos democráticos y creó un consenso cupular mayoritario, lo que lo legitimó hasta ser considerado hoy como movimiento cívico militar y no un golpe de Estado. El golpe del 4 de febrero 1992 fue una acción militar, como el del 11 de abril, sólo que hoy hay un gobierno con poder para legitimarlo.

El golpe de abril en cambio fue derrotado y no ha podido legitimarse, a pesar del inmenso poder de los medios de comunicación, que hicieron este año un esfuerzo muy grande, que no había visto en años anteriores, en función de enfrentar la acción deslegitimadora del movimiento por parte del Gobierno. Tanto en 1992 como en 2002, el número de víctimas, aunque muy lamentables, no alcanzó a ser masivo, por lo que el objetivo perseguido cobra más importancia a la hora de hacer un juicio de los mismos. Ambos fueron contra gobiernos democráticos electos y ambos se dieron en nombre de los intereses de la nación.



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Luis Fuenmayor Toro

Médico-Cirujano, Ph. D., Ex-rector y Profesor Titular de la UCV, Investigador en Neuroquímica, Neurofisiología, Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología. Luchador político.

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