La generación durmiente

Ella venía de aquella generación alimentada con nenerina y compota que  presumía de habitar un país rico. Fue una de las generaciones que a temprana edad aprendió a pintar y admirar las embarcaciones que abrieron el camino de la colonización. De sus libros de primaria recuerda la reseña de los presidentes y los partidos de la “democracia” que se presentaban como panacea de los males del siglo.

Sus abuelos campesinos sembraban y cosechaban café, conocían el uso de las plantas medicinales, criaban animales y sabían de memoria la historia de sus antepasados. Sin embargo, creían de sí mismos que eran incultos porque no habían ido a la escuela y apenas aprendieron a leer y escribir. Ser hija de un comunista era un estigma en una sociedad cuyos mitos antropofágicos nutrían la imaginación conservadora. Eran tiempos de cultura elitesca y “bellas artes”, monopolizada por una clase que se sentía históricamente destinada a dirigir la sociedad.

En el pueblo, el culto a la figuras de la farándula y al adequismo eran parte del folklore nacional. No había nada que enardeciera más el fervor popular que una reina de belleza, un artista de televisión o un político pico de oro en campaña electoral. No obstante, éramos un país que anhelaba la llegada de su protagonismo en la historia de los pueblos del mundo.

La televisión construía el mundo que habitábamos todos. Los noticieros eran la realidad atomizada. Nos hacían sentir que estábamos viviendo un acontecer donde los buenos eran los héroes de las películas que cada fin de semana veíamos en la pantalla. Personajes fantásticos que en nada se parecían a nosotros, que no habían nacido en nuestra tierra ni eran hijos de madres como las nuestras. Monumental ironía que esto sucediera en la tierra que dio al mundo libertadores que entregaron su vida a la lucha por la emancipación de los pueblos del mundo.

Por entonces nadie denunció la “ideologización” de los niños en la escuela. Nunca vi madres, ni siquiera la mía, preocupadas porque los personajes ilustres que reseñaban en las clases de Historia de Venezuela, eran los mismos adecos que por medio de prácticas atroces perseguían y desaparecían a quienes emprendieron con valentía una lucha histórica.

Fuimos una generación amamantada y criada por una niñera electrónica y colonizadora que nos llenaba de prejuicios y vergüenza étnica; que nos construía cada día una realidad ajena a nuestros intereses, que nos hizo egoístas e individualistas. En resumen, antisociales. Nadie advertía las necesidades de los “otros” que nunca fuimos nosotros. Una feroz competencia que comenzaba en la escuela y continuaba en el bachillerato, la universidad y posteriormente en el mundo laboral, regía las relaciones entre los seres humanos y determinaba nuestras vidas como si eso fuera natural.

Mientras muchos de nosotros aún dormíamos este sueño inducido, él ya había comenzado su lucha. Cuando vimos su cara por primera vez, ya había arriesgado todo por cambiar nuestro destino y el de nuestros hijos, incluso los que todavía no habían nacido. Era uno más de nosotros, que asumía ante el país la responsabilidad histórica de su proeza. Suficiente aliento para un pueblo que esperaba el momento de retomar la conducción de su destino.

Nunca más estuvimos solos. Aquel hombre se hizo camino, calle, cerro, montaña, sabana, ciudad palpitante, se hizo Patria. Su ejemplo mueve la fibra de cada venezolano conciente que decide luchar con la valentía de saberse heredero de sus libertadores. Para siempre, Chávez se hizo pueblo y este pueblo se hizo Chávez.

bazocatherine@gmail.com

Profesora UBV – Caracas

@CatheBaz



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Catherine García Bazó


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