La historia demuestra que ese tipo de promesas no tiene ningún valor. ¿No es suficientemente conocido que Rómulo Betancourt dijo en un mitin en el Nuevo Circo, celebrado el 17 de octubre de 1945, que jamás participaría en una conspiración entre gallos y medianoche para derrocar al gobierno de Medina cuando para ese momento ya estaba comprometido con el golpe del día siguiente? ¿No recuerdan a italianos y alemanes firmando el acuerdo de no intervención en la Guerra Civil española mientras hacían un puente aéreo para apoyar las fuerzas de Franco? ¿Se les olvidó que muchos de los dirigentes actuales de la oposición son los mismos que participaron en las acciones conspirativas de abril de 2002? Es como dormir con puertas y ventanas abiertas porque un ladrón recién salido de la cárcel nos promete que no lo volverá a hacer.
La oposición está consciente de la situación ventajosa en que está colocada con esa exigencia. Con ella adquiere valor su palabra ante la opinión pública y por eso administra su silencio para potenciar la ventaja. Al final, cuando diga que respetará los resultados –otra cosa es que cumpla la palabra comprometida- cosechará el fruto de una palabra esperada y valorada en exceso.
Lo que si tiene sentido es que desde las fuerzas de la Revolución se tomen las previsiones para que la oposición respete los resultados electorales, independientemente de los deseos o la voluntad de esa oposición. Y la primera previsión es trabajar duramente para conseguir la mayor movilización de sus fuerzas que conduzcan a una victoria aplastante, sin asomo de dudas para nadie.
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