Desde su publicación, su español fue objeto de severas críticas; claro, se pensó que provenían del imperio angloparlante, por lo que no se las atendió, lo que hizo que las feministas y los “feministos” del lenguaje acabaran por imponerse. Recuerdo aquello de “estudiantes y estudiantas”, propio no sólo de ignorantes absolutos e “ignorantas” absolutas del lenguaje, sino de iletrados e iletradas además tan violentos y violentas, que hicieron callar a los pocos y pocas que hablaban español en la Asamblea Constituyente, que debería ser llamada, para ser consecuentes y “consecuentas” Constituyente o “Constituyenta”.
La palabra presidente se aplica a aquella persona, hombre o mujer, que preside un ente particular, sea éste una sociedad, empresa o corporación. Otro tanto es la de gerente, hombre o mujer que dirige o coordina el funcionamiento de un ser o ente específico. Estas palabras son neutras desde el punto de vista del género, por lo que se dice el presidente o la presidente, el o la gerente, el o la constituyente, el o la disidente. Es desatinado tratar de modificar el lenguaje artificialmente motivado en creencias, ideologías o posiciones políticas.
Incluso, se ha llegado a la aberración de utilizar el símbolo de la arroba (@), para tratar de incluir en una misma palabra ambos géneros, con miras a la economía de tiempo que todo idioma debe garantizar. Ésta no es un símbolo lingüístico. ¿Me pregunto cómo sonará? De aceptar la tesis criticada, tendríamos que hablar de “taxisto” (conductor de taxi), “artisto”, “pianisto”, “izquierdisto”, “instrumentisto”, “machisto”, “delincuenta”, “cantanta”, estudianta”, “contrincanta”, “integranto” y otras muchas más distorsiones del idioma, que están muy lejos de hacerlo crecer ni mejorar ni tampoco resolver las desigualdades sociales entre los sexos.
Las lenguas sin duda evolucionan y ese cambio muchas veces se origina en quienes hablan mal, que imponen con el tiempo vocablos y giros idiomáticos considerados erróneos en sus inicios. Esto no se discute. Pero la evolución del lenguaje que se da en el pueblo llano y de allí se extiende a toda la nación no depende de imposiciones políticas ni ideológicas de arriba hacia abajo, mucho menos de la actuación obsesiva de quienes al tradicional machismo oponen un “hembrismo” que sólo intercambia las desigualdades, por lo que es equivalentemente injusto y contra producente.
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