Vos no vivís, pues sólo sois un maniquí o un muñequito de guiñol del imperio.
Bailáis al son que os toca Globovisión…
En todo caso, contad con la vida aún siendo indiferentes, aunque carezcáis de vida propia …
Qué lucha tan dura es esta entre tantos locos escuálidos.
Entre tantos enfermos disociados.
Menos dura no fue la que enfrentaron nuestros libertadores entre 1812 y 1821 en Venezuela.
En un oficio del general Rafael Urdaneta al Congreso granadino, desde Trujillo, decía: "De aquí para adelante (hacia Valencia) son tantos los ladrones cuantos habitantes tiene Venezuela. LOS PUEBLOS SE OPONEN A SU BIEN; EL SOLDADO REPUBLICANO ES MIRADO CON HORROR, no hay un hombre que no sea un enemigo nuestro; voluntariamente se reúnen en los campos a hacernos la guerra; nuestras tropas transitan por los países más abundantes y no encuentran que comer; los pueblos quedan desiertos al acercarse nuestras tropas, y sus habitantes se van a los montes, nos alejan los ganados toda clase de víveres; y el soldado infeliz que se separa de sus camaradas, tal vez a buscar el alimento, es sacrificado. El país no presenta sino la imagen de la desolación. Las poblaciones incendiadas, los campos incultos, cadáveres por dondequiera, y el resto de los hombres reunidos por todas partes para destruir al patriota.”
Para completar, de los 7.500 soldados que seguían a José Tomás Boves, solamente unos sesenta eran españoles. Qué montón, entonces, de escuálidos locos y disociados había en aquella época contra la patria, y contra todo ese mundo tuvo Bolívar que independizarnos. Sin contar con los escuadrones de traidores que el Libertador llevaba dentro de sus propias filas, el propio Páez, el ambivalente Carlos Soublette, el sesudo Antonio Leocadio Guzmán, el súper intrigante de Miguel Peña, los bárbaros de Santiago Mariño, Juan Bautista Arizmendi, Piar, Francisco Bermúdez y los hermanos Monagas. En la Nueva Granada casi todos eran horribles y atroces traidores, empezando por Francisco de Paula Santander, luego Francisco Soto, Vicente Azuero, Florentino González, Vargas Tejada,….
El Libertador temblaba de ante el cuadro de genuflexos, vendidos, cobardes, timoratos, ignorantes, esclavos y pitigodos que se extendía a todo el país y por eso el 7 de diciembre de 1813, 3° de la República y 1° de la Guerra a Muerte, escribía: “Tenemos que lamentar, entre tanto, un mal harto sensible: el de nuestros compatriotas, que se han prestado a ser el instrumento odioso de los malvados españoles. Dispuesto a tratarlos con indulgencia a pesar de sus crímenes, se obstinan no obstante en sus delirios, y los unos entregados al robo han establecido en los desiertos su residencia, y los otros huyen por los montes, prefiriendo esta suerte desesperada a volver al seno de sus hermanos, y a acogerse a la protección de un gobierno que trabaja por su bien.”
“Mis sentimientos de humanidad no han podido contemplar sin compasión el estado deplorable a que os habéis reducido, vosotros Americanos, demasiado fáciles en alistaros bajo las banderas de los asesinos de vuestros conciudadanos. El Gobierno legítimo de vuestra patria os abre por la última vez la puerta a la felicidad. Elegid, compatriotas, o venir a disfrutar de la libertad bajo el Gobierno independiente, o espirar de miseria en los bosques o víctimas de una justa persecución.”
Los escuálidos de hoy no cogen para el monte sino para Miami, para Colombia y para España, para hacernos la guerra. Esa es la situación del momento.
La guerra que se desató por parte de los enloquecidos escuálidos en el 2002, tiene su parangón con los hechos del año 14, cuando Bolívar expresaba en su Manifiesto de Carúpano el 7 de septiembre, que una inconcebible demencia hizo que los propios criollos tomaran las armas para destruir a sus libertadores y para restituir el cetro a sus tiranos.
En aquellos días de abril del 2002, y de diciembre de 2002, los locos escuálidos, furiosos como perros, trataron de incendiar el país para que los yanquis hijos de puta volvieran a sus malditas prácticas explotadoras. Y nos parece estar oyendo a Bolívar en esa trágica hora, cuando en el mismo Manifiesto de Carúpano sostenía:
“Así, parece que el cielo para nuestra humillación y nuestra gloria ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros. El Ejército Libertador exterminó las bandas enemigas, pero no ha podido exterminar unos pueblos por cuya dicha ha lidiado en centenares de combates. No es justo destruir los hombres que no quieren ser libres, ni es libertad la que se goza bajo el imperio de las armas contra la opinión de seres fanáticos cuya depravación de espíritu les hace amar las cadenas como los vínculos sociales.”
Nunca había leído yo una requisitoria más contundente contra los feroces y endemoniados escuálidos. Y agregaba el Libertador: “No os lamentéis, pues, sino de vuestros compatriotas que instigados por los furores de la discordia os han sumergido en ese piélago de calamidades, cuyo aspecto sólo hace estremecer a la naturaleza, y que sería tan horroroso como imposible pintaros. Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramando vuestra sangre, incendiando vuestros hogares, y os han condenado a la expatriación. Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden ligaros a las cadenas que ellos mismos arrastran; y no os indignéis contra los mártires que fervorosos defensores de vuestra libertad han prodigado su sangre en todos los campos, han arrostrado todos los peligros, y se han olvidado de sí mismos para salvaros de la muerte o de la ignominia. Sed justos en vuestro dolor, como es justa la causa que lo produce.”
Esos mismos enfermos escuálidos, doscientos años después, ahora envenenados por Globovisión, rabiosos y sin patria, andan echando espuma por la boca contra nuestro país, y deseando que los gringos nos invadan. Y al odiar a Chávez tiene que odiar a Bolívar. Se trata del mismo odio, de la misma historia, de los mismos desgarros. La lucha de Chávez es la continuación de la lucha contra Bolívar. Y al otro lado de la frontera están Uribe y Santos que son la más perfecta representación de lo que fue el Canalla de las Leyes, Francisco de Paula Santander, siempre atentando contra la unidad continental y echado a las botas del imperio norteamericano.
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