¡Centro!, ¡avenida Bolívar!, ¡Naguanagua!,¡ Tarapio!, gritaba el “caga palo” justo en la parada del Parque Los Enanitos que aquella mañana estaba repleta de pasajeros que iban con destino a cualquier lado. Al entrar a la camioneta ruidosa y destartalada se sintió el calor sofocante y unos raros olores que al mezclarse con el humo producían una sensación como la que sintió Beatrice, la novia de Dante, al llegar al infierno.
Piernas, brazos, tetas y algunos órganos se confundían en una sola masa amorfa y sudorosa que iba apretujándose hasta la parte trasera de la camioneta. Los pasajeros en silencio, se miraban desconfiados unos a otros, mientras que el “caga palo” le indicaba al señor de gorra azul que avance, que camine, que colabore: “ Mayol pol favol colabore, estamos full pero atrás tiene puesto”.
Zigzagueante y al ritmo ensordecedor de Wisin y Yandel la perola amarilla de franjas azules bajó por la avenida a toda velocidad con los faros encendidos, daltónica y sin importarle un pito, las paradas, los transeúntes y los fiscales de tránsito. Por la ventana Valencia sobrevivía caótica y violenta.
¡Buenos día!,¡ (Nadie contesta). ¡Buenos día!, repite sarcásticamente el joven de zarcillo en la oreja derecha, y tatuajes en los brazos. De inmediato empieza a sacar unas bolsitas de una caja de cartón y va coaccionando a los pasajeros para que las tomen en sus manos.
Vuelve, se coloca al lado del chofer y empieza la perorata: “Disculpen la molestia, no quiero molestarlos. En sus manos tienen tres bombones de chocolate blanco por el módico precio de cinco bolívares. Si no tienen no impolta, me pueden dar lo que salga del corazón”.
Justo al frente del Ateneo de Valencia, sube una señora acompañada de una jovencita de unos 13 años de edad. Esta última, cabizbaja y pálida, va ofreciendo caramelos a todos los pasajeros, al mismo tiempo que irrumpe la voz ronca de la señora: “¡Buenos día!, “Déjenme decile que los caramelos no tienen valor comercial. Sólo pedimos una mínima colaboración. Recuerden que un bolívar no enriquece ni empobrece a nadie”.
Apenas bajaron las mujeres de la camioneta destartalada apareció como un fantasma un joven tembloroso de cuerpo encogido, arrastrando una pierna y haciendo esfuerzo para sostenerse parado. De pronto comenzó a repartir tarjeticas con un mensaje titulado. “Sólo tienes dos caminos”. Luego de pronunciar palabras incoherentes, casi tartamudeado pasó a recoger las dádivas que algunos conmovidos por el drama entregaron presurosos.
¡Por fin! exclamó una mujer embarazada y sudorosa que saltó del asiento cuando escuchó la voz chillona del colector : “quien se queda en El Paraíso”.
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