Tengo en mis manos el libro “Diarios de mi vida” de Rufino Blanco Fombona (Monte Ávila Editores Latinoamericana).
A la luz de nuevos estudios y pensamientos, aparece Rufino equivocado, como toda esa generación frustrada, amargada, racista, ferozmente acomplejada que nació al calor del positivismo y de todos los traumas del siglo veinte en Venezuela, una clase confundida en la que también incluimos a Mariano Picón Salas, Mario Briceño Yragorri, Laureano Vallenilla Lanz, Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietri entre muchos otros.
Podríamos llamarla en verdad la Generación Confundida.
Para estos intelectuales, nosotros no teníamos remedio ni compón, y el único camino que preveían para nuestro destino era el de que nos convirtiéramos en peones de Estados Unidos (así lo consideraban por ejemplo Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri) o de Europa (según el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz, Rufino Blanco Fombona y Rómulo Gallegos).
Todos ellos comulgaban con las teorías de Domingo Faustino Sarmiento de que éramos unos irreductibles bárbaros.
Y en función de esa teoría, Rufino Blanco Fombona clamaba a los cuatro vientos que lo primero que debían hacer nuestros gobiernos, costara lo que costara, era traer italianos y españoles y fundar colonias con gente del norte de Europa: alemanes, suecos, etc. Según él esta gente nos iba a traer virtudes que no poseíamos.
Hay que decir, que más fueron los males que beneficios que a fin de cuentas esa gente nos trajo. En gran medida de esa manía de traernos europeos provino en gran medida las grandes turbas de escuálidos que día a día entorpecen y sabotean a nuestra patria, desde las universidades, desde los centros llamados “investigación”, desde las fulanas academias, porque nos inyectaron el vil egoísmo, el sensualismo y utilitarismo los dioses que aman con locura. Acabaron ellos siendo los dueños de los grandes negocios y comercios que toda la vida se venían beneficiando del Estado, por lo que ahora gritan y patalean para que vuelva al poder un puppet como Capriles Radonski.
Muchos de estos inmigrantes confunden sus propiedades particulares con toda la patria venezolana, y en absoluto hacen nada por los pobres, por los excluidos.
Traen ellos esa cultura y esa moral de las grandes hecatombes en las que han perdido la vida millones, en dos guerras mundiales, y ocasionados por propósitos fundamentalmente racistas, materialistas, posesivos y miserables.
Yo, que en absoluto soy chauvinista, tengo el profundo convencimiento de que esa inmigración en gran medida perturbó profundamente nuestra cultura, nuestra evolución, nuestros valores y nuestra historia.
Pues bien, Rufino Blanco Fombona quería que “el último indiecito en la última aldeúca supiera leer y escribir, conociera sus derechos –sobre todo su derecho a vivir con relativa comodidad, su derecho a ser feliz- y no sólo sus deberes”.
¿Qué sería lo que Rufino Blanco Fombona entendía por relativa comodidad?
Proponía igualmente don Rufino lo que luego acabó haciendo el gobierno de CAP: mandar cientos de miles de jóvenes a EE UU a “formarse”, con aquel Plan Gran Mariscal de Ayacucho que en verdad ni en un ápice nos sacó de abajo.
De ese Plan surgió toda una generación de botarates sin patria, amantes de las frivolidades y ridiculeces del Norte: de Disney, de la comida basura, de la cultura holiwoodense, del desaforado y vil consumismo. Sobre todo en eso de estar a la moda adquiriendo cuanta virguería tecnológica producen las compañías gringas.
Y en relación a aportar algo para nuestro desarrollo, podríamos decir que esa manada de profesionales no logró producir nada.
Algunos investigadores notables se dedicaron a producir resultados (para revistas de prestigio indexadas y no para “monos”) que sólo beneficiaban a los propios negocios gringos.
Fíjense que todos esos profesionales que trabajaban en PDVSA y que se fueron del país, ahora sirven a otros países en tareas que procuran sólo el bien de las grandes transnacionales. Eso es lo que saben hacer: por eso no les interesaba la patria venezolana. Y todos ellos fueron empollados por la cultura gringa. Con esa gente nunca hubiéramos salido de abajo ni jamás se hubiese podido declarar a Venezuela como el país con la mayor reserva petrolera del mundo.
Eso a ellos ni les iba ni les venía.
En este sentido una esquizofrenia atroz atormentaba a Blanco Fombona: “Conviene mandar jóvenes en número de millares a formarse o terminar de formarse técnicamente en Europa. Muchos, muchos, a Alemania (¡válgame Dios!) para que aprendan, en primer término, disciplina social; para que allí estudien la medicina, la química, la filosofía, las industrias; los que vayan a estudiar para ingenieros mecánicos y para marinos, para banqueros y comerciantes, a Inglaterra; militares y escritores a Francia; pintores a España; escultores a Italia…”
Cuando a Rufino lo nombraron gobernador del Territorio Amazonas, una de las primeras cosas que solicitó al gobierno central fue que le enviaran curas para doctrinar y civilizar a los indios.
Se indignaba Rufino cuando sus hermanos se ponían a hablar con los campesinos en su hacienda Las Escaleritas. Y añadía: “La torpeza y la rusticidad de los campesinos, me exaspera. Siempre están en el error, e imposible que se rediman jamás –si no es por persistente obra de la escuela- de su triste condición de seres inferiores. No comprendo cómo Augusto y Óscar (sus hermanos) puede hablar con estos animales horas enteras. Yo no puedo hablar con ninguno de ellos cinco minutos. No encuentro qué decirles. Me hacen la impresión que su idioma es otro que le mío y que nada les digo, no porque nada tenga que decirles, sino porque ignoro su lengua. Mi muchachita (una campesinita de quince años que vivía con él) no es menos bestia que los otros. ¡Pero en fin, para lo que yo los necesito![1]”
Es decir, Rufino no entendía, no conocía a su país, y pretendió escribir sobre Bolívar y su pensamiento. Y comprendía, claro, erradamente al Libertador. Pero no esto era producto de la enorme esquizofrenia en la que hemos vivido en América Latina durante siglos, tratando de ser algo que no está en nosotros. Por una parte Rufino odiaba la cultura, la moral de los gringos, pero por otra quería que imitáramos a los europeos que es la misma cosa.
Fíjense ustedes esta grandísima pendejada que Rufino Blanco Fombona estampó en su diario en 1933: “Cuando llegue a Madrid, el nombre de Bolívar era como una palabra malsonante: no podía pronunciarse, jamás se escribía. Hoy el nombre de Bolívar se asoma diaria y espontáneamente a la prensa, se considera a Bolívar un genio de la raza española, varias lápidas en calles y monumentos recuerdan los nexos de Bolívar con España y HASTA ALFONZO XIII DIO A SU CABALLO DE CARRERAS EL NOMBRE DE BOLÍVAR[2]”.
[1] “Diarios de mi vida”, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2004, págs 111-112.
[2] Ut supra, pág. 193.