Por el tiro de gracia en que te ultiman. Vio la vida pasar en un abrir y cerrar de ojos. Por desgracia, ya es muy tarde y el advenir que elevó a las alturas, hizo que todo se observe con claridad para explicar el porqué de la violencia en nuestra querida Venezuela.
El ajuste de cuentas, el asalto a mano armada, el secuestro extorsivo, el crimen pasional, el feroz hurto y el sicariato. El delito se convirtió en el aleccionador pan de cada día, que toma por sorpresa, a quienes por sed de venganza atestan las calles del tricolor patrio, en busca de ese filo de la navaja que los hizo caer presos de una latente realidad que se fragua en la impunidad de las balas perdidas.
Todos los lunes por la mañana, es la misma pesadilla de nunca acabar. La desesperación por su ausencia, el trágico llamado para identificar al occiso y la incredulidad de reconocer su fatal destino. El llanto, la desesperanza y la resignación son esas crueles palabras que necesitamos oír a viva voz, pero que casi siempre nos negamos a aceptar. Esa noche etílica que ni siquiera el viento se quiso llevar, aflora la sensación de clamar una justicia que sesga la razón.
La impunidad es el móvil del delito. La familia como pilar fundamental de la Sociedad Venezolana, viene siendo fuertemente despojada de los valores que luchan a diario entre el bien y el mal, que coexiste en el seno de la colectividad. El delinquir se ha vuelto en la sana rutina de olvidar el pasado a cambio de revertir un fugaz presente a costa de un incierto futuro. La calle es un mar de apologías que lidia con la desigualdad social, el desempleo, las humillaciones al prójimo, la confusa ficción y por encima de todo: la intolerancia.
La complicidad de la gente en creer que el fin justifica el medio, hace pensar que la cárcel como forma de doblegar la reincidencia, opera bajo la figura de un castigo amén de no cercenar el derecho a una segunda oportunidad en la vida. Las drogan te demuestran que la relatividad es algo más que una longeva praxis para admitir errores y evadir las responsabilidades de nuestros actos. El trabajo comunitario se edifica en un mecanismo de reinserción social que aleccione la culpa de quienes pecaron en la inocencia de confiar en los demás. La desesperación por no caer de nuevo en el abismo del crimen organizado y el hampa común, nos trae de vuelta al llamado de la gente y su complicidad.
A cada quien le llega su Santo y en su honor, se intenta perdonar a cambio de no fulminar esa inquietante voz ateísta que pide a gritos hacer justicia por propia cuenta. El advenir de su gracia salvadora ha de ser una fuente de sabiduría para no rentabilizar la violencia. Llevamos a cuestas, la cruz de una ira que lo diurno del domingo pretende no librarlo del escaño en el que pagan justos por pecadores. No importa si fuiste bueno o malo, a veces la sencillez es el mejor remedio para enfrentar la Vida. El problema, es que refugiarnos en la lira de Octavio Paz, afrontaría desechar las reglas de juego que les inculcaron.
La familia se viene asilando en un perímetro centralizado que ya no circunda a quienes forman parte de la nobleza del diámetro: consanguíneo, afectivo o interpersonal. De allí, que el margen de error para irrumpir en el sectarismo de sus axiomas, no convive con el sentido humanista de la moral y luces.
Por ejemplo, si en la calle se te acerca ese desconocido alguien, quien mirándote a los ojos te pide una ayuda, sea de tipo: monetaria, existencial o de solidaridad, suelen pasar tres escenarios: 1) lo ignoras y le das la espalda a su problema 2) le dices que el tiempo apremia y el “tostón” escasea 3) le ofreces una vil moneda que lanzas al aire y pone a prueba la atroz cortesía de dar las gracias antes que lo diurno del domingo, se encargue de vaciar el escaño en el que te hincas, a merced de saber que allá afuera nadie te obligará a estar de pie.
La egolatría se ciñe en el hecho de obtener un bien o servicio de usufructo personalista, antes de encender un sendero público que genere bienestar de vida mancomunado. Desde que el “Big Bang” se expandió y tocó el planeta Tierra, la distorsión de la realidad que fecunda ese antivalor, ha sido alentada por un agujero negro teorizado en Venezuela como la “crisis socio-cultural”, que impera en el discernir de muchos individuos para cometer cualquier delito bajo el apodo de: “Yo primero, y luego yo”, “A mí no me vas a joder”, “Les voy a demostrar que”, “Mira quien se ríe ahora”, y un sin fin de tristes frases que ahogan la razón y son la punta de lanza en el erróneo atajo de delinquir.
La gran interrogante sin revelar, es saber si un eventual cambio de roles, sería suficiente para que ese otro ahora en condición de “ser”, fuera capaz de reinventar el sacrilegio que ampara el delito por un reenfoque en la manera de interactuar a diario. Pese a que las doctrinas políticas, civiles y militares se edifican como refrende de acatar la ley; si el modus operandi ya es un modo de vida en la ciudadanía, queda clara la frase de que la justicia nunca descansa.
Piensa lo siguiente: Si aceptas que gran parte de la familia venezolana sufre de violencia intrafamiliar (agresiones a la mujer, golpizas a los hijos, indiferencia paternal). Si reconoces que los niños en la escuelas, aguardan el acoso escolar, la burla y el aquí no pasa nada de los docentes. Si afrontas los problemas de la rutina laboral en el lugar de trabajo (la corrupción, el chisme y la hipocresía). Si dejas que en la calle, esa ruidosa sociedad, el tráfico y el “smoke” te contaminen. Todo para llegar a tu casa y al prender el TV, te topes con los antivalores que transmiten los medios privados (loterías, escenas de sexo, belicismo). Y así, dar con la hora del descanso en los brazos de Morfeo, que regenera el despertar del mismo círculo vicioso de vida.
Es evasivo afirmar que la nociva programación de tales medios, es la raíz de la violencia en Venezuela. Pero, los altos niveles de audiencia de esos canales de TV, han distorsionado por décadas la interacción Hombre-Medio. Si los medios privados transmitieran los saludables contenidos de los medios públicos venezolanos (ecología, ética ciudadana, expresiones culturales), sumado al aire de rebelión socialista que plantea la Revolución, seria definitivamente una sociedad mucho más sosegada, solidaria y bien intencionada. Por lo que la necesidad de delinquir, sólo quedaría en la mente de quien personifica la maldad de los pueblos y dejaría de tener un efecto multiplicador en la gente.
Pese a ello, el amarillismo de los medios de Comunicación Social, cumple a cabalidad con el rol de acrecentar el morbo en letras rojas que satisface la avidez informativa de sus lectores. La gente en su afán de sentirse más vivos que nunca, compra esa traicionera narrativa que busca darle quince minutos de fama, a quien observa desde el exilio de la vida, como la rotativa no perdona el sufrir de sus familiares, amigos y colegas para vender la noticia.
El show circense del Diablo, continúa en la TV de los medios privados venezolanos en señal abierta a nivel regional y nacional que juegan con el llanto ajeno, para que el rating no se tope con el vacío espiritual que el apuntador y sus aliados se encargan de rentabilizar. El costumbrismo de la gente, en creer que morir es parte de la vida, propicia que en la oscuridad de la noche todo tenga una razón de ser.
Pero cuando sale el sol, la filosofía de vive y deja vivir, toma un rumbo mucho más intenso que una prueba de balística. El temor de muchos individuos en salir a la calle, la paranoia en creer que tu propia sombra te asecha, la hierba ilegal que prostituye y la especulación en artículos de primera necesidad. La confusión se apodera de quienes no les queda más que afrontar cada día como si fuera el fin de sus vidas.
La espiritualidad es la gran clave de la vida. Pero, hay quien lo olvida en lo frívolo de sus plegarias de fe, sin tocar el rojo celestial que le obliga a rendirse ante el Señor. Sin capucha en mano, la naturaleza eligió la paz “verde” de la biodiversidad que la sangre bastarda de la Humanidad. Disfrutar del silencio, es la ruina de galopar la virtud austral que en Venezuela se edifica al no dar por perdida la batalla del Libertador.
No hay forma que la Sociedad Moderna a escala global, cambie: las armas, el dinero y la ira por: el pacifismo, la razón y el amor. El hombre hizo de la Tierra lo infernal de la Tierra. Sólo queda esperar que el Universo, vuelva a girar la ruleta y señale el ancestral camino de la extinción, como el gran paso a seguir en busca del descanso eterno.
Adiós gran amigo