El proceso transformador de la sociedad, que avanza en Venezuela tras la construcción de un modelo socialista adaptado al cambio de época y a las circunstancias internas y externas, enfrenta entre muchos enemigos, a un léxico cuidadosamente diseñado y construido para reforzar conceptos capitalistas, que incluso nuestros camaradas emplean en medios de comunicación, aparentemente sin percatarse, sin una posición crítica o sin darle la importancia que merece el asunto.
Por ejemplo, y en concordancia con una visión mecanicista que desvirtúa la esencia de ciertas organizaciones sociales, los ideólogos de la derecha criolla ya habían impuesto en la Cuarta República, el término “maquinaria” para referirse al aparataje propagandístico-mediático, que afianzado en las perversiones del viejo Consejo Supremo Electoral, groseramente controlado por ellos, les garantizaba el éxito en las elecciones nacionales. Por eso se hablaba de la “maquinaria adeca” o la “maquinaria copeyana”. Con tal precedente, es contradictorio que el chavismo utilice “maquinaria roja”, cuando puede hablarse directamente de la organización electoral del PSUV, de la del Polo Patriótico, o simplemente del pueblo que apoya al Presidente.
El enfoque corporativo y su degeneración hasta convertirse en esencia del control político de todo el mundo, por parte de los grandes dueños del capital, se ha criticado en varios artículos, libros e incluso documentales, pero resulta que nuestras grandes empresas, ahora nacionalizadas, siguen operando bajo la óptica y estructura corporativa y la visión de “negocios”. Superar este enfoque demanda un ejercicio teórico aún pendiente, pero que no debe soslayarse. Las corporaciones generan en sus empleados la llamada “cultura corporativa”, según la cual se identifican con los intereses de los propietarios, mientras que las empresas nacionales o públicas no responden a particulares sino al país. Por eso requieren un conjunto de valores diferentes, asociado más con el bienestar colectivo, la solidaridad, la eficiencia y la eficacia en el servicio público, que borre la imagen burocrática del “funcionario”, que heredamos de los adecos.
El cine gringo ha sido una herramienta muy eficaz para difundir el vocabulario capitalista en todas partes. Con base en su visión maniquea que evade las causas, introduce en las mentes de las personas, frases que se convierten en referencias: que los gringos son los buenos y los comunistas los malos; que los gringos son paladines de la libertad que llevan su mensaje desinteresado de progreso y justicia a todo el planeta, mientras que los países del Tercer Mundo son antros de corrupción, droga y brutalidad; que los palestinos son los malos y los judíos los buenos; o que la belleza es blanca de ojos claros, y la fealdad negra, de labios gruesos. Con el enorme poder mediático norteamericano, todos los contrabandos ideológicos que inventan se popularizan rápidamente. En la última década, por ejemplo, en el cine norteamericano no se habla de pobres y ricos, sino de “perdedores” y “ganadores”, como si el éxito o el fracaso económico individual fuera una cuestión de apuestas, decidida por cada uno, sin el contexto de una realidad donde las oportunidades no se distribuyen de manera equitativa, como lo determina la propiedad de los medios de producción en manos de minorías opulentas, en el capitalismo. Pero ya las dos palabritas son usuales en el argot local, y como suele suceder, han calado más entre los jóvenes.
En el campo de la ecología, íntimamente vinculado a la economía y la política, se ha impuesto la visión de los “servicios ambientales”, para referirse a las funciones que son propias de los sistemas naturales, de los bosques, de las sabanas, de los ecosistemas en general, y de los cuales se benefician los seres humanos. Pero la ventaja obvia del enfoque mercantilista, es que cualquier servicio es transable y por lo tanto susceptible de ser privatizado. En un contexto socialista, por razones de principios, no se puede aceptar esa mercantilización de la naturaleza.
Dentro de la jerga del desarrollismo, la “gobernanza” o “gobernancia”, como también le dicen los españoles, nos brinda otro ejemplo. Ese término se ha vuelto indispensable en cualquier conferencia internacional y se cita con frecuencia en los medios de comunicación. Originalmente viene del francés, y el DRAE ha adoptado su definición como: Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía. Es obvio que en el marco del capitalismo, el equilibrio al cual se refiere el concepto, será más sano en la medida en que los gobiernos cedan más poder a una “sociedad civil” liderada por la minoría adinerada, y que la mano invisible del mercado determine el rumbo económico. El punto es que la calificación de una “gobernanza” como buena o mala, es un criterio muy importante de los “países donantes” para asignar supuestas ayudas a países subdesarrollados, a través del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Curiosamente, los países con buena gobernanza suelen tener gobiernos acoplados a los intereses norteamericanos, independientemente de que operen bajo regímenes democráticos o dictatoriales, mientras que aquellos que buscan su real independencia, suelen calificarse negativamente e incluso etiquetados como “estados fallidos” o integrantes del “eje del mal”. Los estados fallidos y/o con gobiernos “problemáticos” son causa permanente de “preocupación” de los presidentes norteamericanos, y por lo tanto objetivos militares, tal como ha ocurrido recientemente en Iraq y Libia, y se adelanta en Siria, por citar sólo tres ejemplos.
Es importante detenerse a pensar que el lenguaje es otra forma de penetración. Así que usémoslo pensando políticamente.
(*) Profesor UCV
Charifo1@yahoo.es