Llama la atención un artículo titulado “¿El verdadero rostro de Bolívar?”, de Germán Febres, subdirector del medio digital Diario de Caracas, quien afirma que “El anuncio y presentación hecha confunde a cualquiera. Si ese dibujo, realizado con el apoyo de computadoras, lo hubiera observado sin previo aviso en algún libro o me lo hubiera suministrado un o una periodista pasante como apoyo gráfico a una información sobre Bolívar, de inmediato hubiera pensado que se trataba de un error, pues esa era otra persona con alguna semejanza… Quienes me conocen bien saben que no soy un conservador, que soy amigo de la ciencia, que creo en la conveniencia de las nuevas tecnologías, que promuevo las innovaciones y el progreso… Pero este ‘desarrollo’ o ‘reconstrucción’ de la cara de Simón Bolívar, me es difícil de aceptar como un resultado cierto, legítimo, verdadero. Cuesta mucho” ¿La razón principal que expone Febres? La expresa apelando a la ironía: “Los artistas plásticos de la época -los pintores-, aunque reputados, resulta que eran muy ‘chimbos’, pues tuvieron una percepción de los rasgos faciales del Libertador Simón Bolívar completamente distorsionada de la realidad, o por el contrario, eran muy talentosos y pusieron sus pinceles al servició de algún imperio, que con propósitos inconfesables, se interesó en cambiarle al Libertador sus facciones básicas, en transfigurarle el rostro para que no fuera identificado, para que no se le reconociera”. En resumen, lo que dice Febres es que el rostro digitalizado de Bolívar no se parece demasiado al de los retratos de la época. Analicemos someramente el asunto.
No podemos reclamarle a Febres la piratería con la que aborda el tema de los retratos de comienzos del siglo XIX en América, concediéndole que los retratistas estaban influenciados por el neoclasicismo europeo, un estilo relativamente realista que estaba en boga. Al fin y al cabo él no es experto en artes plásticas, así como nosotros tampoco. Pero en estos casos es bueno acudir a los que sí saben del asunto, por eso nos permitiremos citar una conocida tesis de grado, que luego ha sido objeto de varias ediciones, con la firma de Patricia Carolina Mondoñedo Murillo y que se titula “José Olaya: La obra disímil en la producción pictórica de José Gil de Castro”. Gil de Castro, peruano, es precisamente el autor del retrato de Bolívar que muchos consideran el más fiel a la fisonomía de El Libertador que se conoce. He aquí un interesante fragmento del mencionado texto: “Para la mayoría de los historiadores y críticos del arte decimonónico, el estilo que se practicó en Hispanoamérica no fue el mismo que manejaron en Europa sus máximos exponentes…se les censura con severidad su condición de malos imitadores…se les reprueba el no haberse preocupado por respetar la anatomía de sus personajes bajo los esquemas académicos, al convertirlos en una suerte de rígidos muñecos acartonados dentro de los severos trajes almidonados de moda. Asimismo se les subestima por no haberles otorgado la adecuada volumetría confiriéndoles una apariencia plana…cromáticamente uniformes con una ausencia absoluta de claroscuros…Todas las particularidades de los accesorios de la indumentaria son trabajados con tal profusión, que su presencia se sobrepone a los cuerpos convirtiéndolos muchas veces en meros soportes de relucientes atributos. Esta cualidad, resultado de una aguda observación minuciosa, también se refleja en la fisonomía de los retratados, en cuyos rostros notamos rasgos temporales que permiten identificar en cada uno de ellos a distintas personalidades diferenciadas”.
Las inexactitudes (o variaciones, en todo caso) de la volumetría es notable en el famoso cuadro de Gil de Castro, el cual anexamos ahora para mayor ilustración:
Las desproporciones son notables. Nótese el largo de las piernas, absolutamente impensable en un hombre más bien pequeño como Simón Bolívar. Compáresele con los trajes de El Libertador que se han conservado. Acerquemos ahora el rostro del cuadro:
Es fácil discernir las desproporciones presentes, el problema de la volumetría: la frente excesivamente alargada con respecto al resto del rostro, el exagerado tamaño de la nariz, la diferencia imposible entre esos dos rasgos y el pequeño mentón. Si el real rostro de Bolívar hubiese sido ese, estaríamos ante lo que los gringos llaman un “freak”.
En todo caso, el trabajo de reconstrucción facial no fue obra de improvisados. No solo participaron reconocidos expertos venezolanos, sino que el trabajo de producción de la imagen se realizó en el Laboratorio de Visual Forensic, en España, expertos en reconstrucción facial, una técnica con excelentes resultados anteriores, como en los casos de la reina consorte de Aragón, Blanca d’Anjou, el Rey Pedro III de Aragón (1276 – 1285), reconstituido a partir del TAC del cráneo y realizada para el Museo de Historia del Gobierno de Catalunya de Barcelona. También se aplicó para las reconstrucciones faciales de Nicolás Copérnico y el Faraón egipcio Tutankamon.
Lo que pasa es que la derecha prefiere, antes que este vívido Bolívar, el Bolívar que Antonio Ledezma mandó a “descansar en paz”.
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