Hace algunos meses, cuando todavía la campaña electoral no había comenzado formalmente, y en una conversación telefónica que sostuve con el presidente Chávez en mi programa Cayendo y Corriendo, alerté sobre las encuestas. Desde entonces es mucha el agua que ha pasado por debajo del puente.
Confieso que desde ese momento sucumbí al frenesí de dichas mediciones preelectorales. Y cómo no hacerlo si la mayoría de ellas tiene una visión bien clara y específica sobre el resultado electoral del próximo 7 de octubre.
Consultores como Hinterlaces, Ivad, Datanalisis, Gis XXI, 30.11, VOP, ICS, etc., dan ganador al presidente Chávez con un margen que va de 15 a más de 30 puntos. Tienen razón pues, tanto aquellos que dicen que existe una guerra de encuestas como quienes plantean una guerra contra las encuestas. Pero lo cierto es que hemos colocado los estudios de opinión pública no solamente en el centro del debate político-electoral, sino como protagonista indiscutible de las elecciones presidenciales.
Tengo la extraña y preocupante sensación de que hemos puesto a las empresas encuestadoras incluso por encima del candidato al cual ellas mismas dan ganador. Nada puede ser más importante que un candidato presidencial, ni siquiera las encuestadoras que lo dan victorioso. Y ello por un motivo, sencillo y difícil de entender al mismo tiempo: no hay pueblo que vote por una encuestadora, no hay concentración popular en torno a una consultora de opinión pública, no hay fervor electoral que pueda sustentarse en los fríos números de un trabajo estadístico.
Si en aquella conversación telefónica de hace algunos meses con el presidente Chávez alertaba sobre los casos Mockus en Colombia, sandinistas en Nicaragua y Lionel Jospin en Francia, en los que las encuestas los daban por ganadores en la recta final antes de las elecciones y terminaron perdiendo, ahora advierto sobre un protagonismo desmedido de las encuestadoras, incluso por encima del candidato socialista Hugo Chávez.
Mosca, no estoy alertando, como sí lo hice hace meses, que las encuestadoras den por ganador a Chávez y termine perdiendo (como sucedió con Mockus, Ortega y Jospin). Pienso que, salvo raras excepciones, las encuestadoras sean sinceras. Mi preocupación es otra. Así como considero que la victoria de Chávez es irreversible, creo que el “triunfalismo” en torno a Chávez, fruto del exceso de protagonismo de los resultados de las encuestadoras, podría restarle votos a su triunfo efectivo.
Prefiero pasar por pesimista aguafiestas en julio, que ser un optimista decepcionado en octubre. Discúlpenme los optimistas de oficio, es ésta mi posición.
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