Qué de insólitas barbaridades nos ha tocado ver en esta vida, sobre todo a partir del 1998.
Todo lo imaginado por George Orwell o Herbert George Wells; toda la ciencia ficción de Ray Bradbury o del ingenio para las creaciones fantásticas como las de Julio Verne, jamás habrían podido concebir las locuras y enfermedades mentales que han surgido en Venezuela producto de las bestiales escisiones que han provocado los medios de comunicación.
Un mar de locos ha salido a defender con saña, odio y profunda pasión los hechos más perturbadores de la conciencia humana. Como manadas de perros (de Pavlov) han salido (y salen) a ladrar todos los días, sobre suposiciones y creaciones que les han sido inoculadas por los medios.
Como ejemplo patético de la mayor insania está el caso de aquella señora que sale a marchar el 11 de abril de 2002, le da un tiro en la cabeza un francotirador (que fue colocado por la ultraderecha en el centro de Caracas), y la susodicha sale a defender al que le dispara.
Algunos pobres que reciben ingentes ayudas del gobierno, así como toda la clase media que está más boyante que nunca (en cuanto a beneficios, capital) en toda nuestra historia, sin embargo vemos que grupos de estos sectores se declaran demencialmente escuálidos.
Más vale para estos seres unos segundos de veneno de Globovisión, que mil horas de explicaciones, de obras concretas y positivas realizadas por el gobierno.
La única solución para estos enfermos sería cambiarles el sistema cerebro espinal.
Hace poco el profesor Heriberto Gómez se conmocionaba y estremecía ante esa idiotez que asalta a algunos pobres que salen eufóricos a recibir al badulaque del Capriles. ¿Qué le pasará a esa gente? ¿En qué mundo viven? ¿Tendrán hijos, padres, patria, hogar, sueños?
Qué desdicha ver a esa gente que pareciera vivir feliz, o indolente, entre los ladrones y los miserables, entre los explotadores y los pillos.
Recuerdo aquello que decía Goethe: “No hay nada más horroroso que la ignorancia activa”.
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