El aspirante de la burguesía a la presidencia de la República, Henrique Capriles Radonski, desde que comenzó la campaña no ha hecho más que tirar palos de ciego buscando oxígeno electoral, sin embargo, el tiempo transcurre y no avanza; más bien cae en picada con respecto del candidato de la Patria. Lo dicen la mayoría de las encuestas.
Antes, en silencio, hacía mejor papel, pero desde que comenzaron a golpearlo por su mutismo no le quedó más alternativa que abrir la boca, y eso ha sido grave, muy grave para él: entre más habla más se hunde en sus propias contradicciones. Da la impresión de que lo asesoran sus enemigos.
Lo primero que hizo fue atribuirse las misiones con un discurso ambiguo, que a veces parecía más revolucionario que el de Chávez. Después que las criticaba y las torpedeaba como gobernador de Miranda pretendió, con el caradurismo que lo caracteriza, hacerse el mentor de tales proyectos. Obviamente hizo el ridículo, ¿quién en este país le puede quitar el sello chavista a estos programas sociales? Eso no cabe en cabeza de nadie con sano juicio.
Habla de que es el candidato del futuro y tiene el apoyo de Acción Democrática y Copei, incluso, si nos referimos a Un Nuevo Tiempo y a Primero Justicia, su partido bandera, bien sabemos que estos son fragmentos de estas organizaciones puntofijistas.
Pregona que hay otro camino en el autobús del progreso y no avanza en las encuestas, por lo que cabe preguntarse: ¿quién sube a una unidad colectiva que no arranca? Obvio que nadie. Todo lo que hace tiene un efecto contraproducente en torno de su aspiración.
El candidato del pasado se ha desenvuelto de disparate en disparate hasta no sólo decir que es descendiente de Simón Bolívar, sino que posiblemente gente que los secunda ha llegado al extremo –quizás en un intento desesperado por reanimarlo políticamente- de superponerle su rostro al del Libertador en la imagen científica que el presidente Chávez mostró al país y eso ha sido verdaderamente penoso, porque el Libertador –y me disculpan lo destemplado de la observación- no tenía cara de enajenado mental.
Uno cuando ve el rostro de Bolívar no tiene la menor duda de que se trata del héroe de nuestra independencia, del libertador de cinco naciones, del que libró cualquier cantidad de batallas a caballo con una espada; se observa, mis amigos lectores, a un hombre sobrio, de temple, de mirada profunda y decidida, segura, convincente, que no deja resquicio al titubeo; en cambio, cuando vergonzosamente le superponen la cara de Capriles uno ve a una persona con la mirada vacilante, desconcertante, perdida, incierta, demencial. El país no sabría a qué atenerse con un presidente así, en el supuesto negado de que llegara a ganar las elecciones.
Ahora pretenden hacer una alharaca con la gorra que usa con los colores de la bandera nacional. Otro error que se le revierte, al conocimiento de que el problema no es la prenda con el símbolo patrio que exhibe por todo el país, sino su actitud altanera, arrogante, la misma de la locura del asalto a la embajada de Cuba el 11 y 12 de Abril de 2002 y que puso en riesgo la vida del ex ministro del interior y justicia, Ramón Rodríguez Chacín.
Poco o nada le importa a Capriles lo que al respecto diga el Consejo Nacional Electoral, nunca ha respetado las leyes; porque este candidato, mis amigos lectores, no sólo representa la IV República con todos sus vicios, sino que lleva en el alma la marca de la violencia y la desobediencia.
Y he allí donde está el peligro, tomemos en cuenta que el 7 de octubre este candidato con todos y los señalamientos en su contra de conspirador, le corresponde asumir ante el país la responsabilidad de reconocer su derrota y admitir el triunfo de Chávez. ¿Lo hará? Esa es y sigue siendo la gran interrogante.
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