Mundo colonial e imperial, apéndice de la prehistoria de la Humanidad
Parte I
En su famoso discurso magistral en la Conferencia Tricontinental de La Habana, Amílcar Cabral había sin duda aportado nuevas nociones teóricas para abordar –fuera de los esquemas clásicos- el tema específico de cómo definir las clases sociales en países africanos, y hasta diríamos en varios países del Gran Sur, caracterizados históricamente por el tránsito desde colonia a neocolonia. Desde un principio ¿acaso se puede usar el término de “clase social”?
Decía Amílcar Cabral que fundamentalmente la “burguesía” en países africanos ha sido creación del sistema colonial para mejor servir los intereses neocoloniales de las metrópolis. No era ni podía ser una verdadera clase burguesa en el sentido marxista del término por carecer de las capacidades económicas de clase, condición básica de su identidad como tal, contrariamente a la realidad e historia de la burguesía nacional de países industrializados occidentales. Por consiguiente, esa “burguesía” colonial y neocolonial surge con otro propósito y queda condenada a ser dependiente, como parte integral de la superestructura al servicio del régimen neocolonial. Y su dependencia fundamental se extiende a los niveles socioeconómicos, políticos y culturales. No es casualidad si ella no tiene capacidad económica de clase: es propiamente creación del poder colonial para servir sus propósitos y por supuesto no puede ni debe representar una estructura autónoma en competencia con sus amos. Solo cuentan su obediencia y sus leales servicios al imperio. En cuanto a su cara local, sirve de pantalla como capa social encubridora del estado neocolonial el cual adapta mejor su dominación a los nuevos tiempos post-guerra y con más rentabilidad, dando la ilusión a los pueblos sometidos de que ahora gozan de una independencia nacional, con bandera propia y himno nacional.
Repetimos, su carencia de desarrollo como clase obedece al hecho de que no puede ni debe pretender competir con las necesidades de mercado abierto a favor del capital de países del Norte. Facilita el intercambio de materia prima (barata) desde el Sur con precios dictados precisamente por las potencias vendedoras de productos (caros) industrializados del Norte: es el esquema de intercambio desigual entre economía dependiente del Sur y la base dominante de economías del Norte. De este modo, esta seudo burguesía neocolonial africana urbana llamada compradore, a menudo aliada al latifundio y su estructura arcaica semi-feodal, está condenada al subdesarrollo. Ella se encuentra atrapada por su propio destino histórico exógeno el cual le impide ser portadora de valores patrióticos con alguna proyección hacia los objetivos de independencia y soberanía nacional. Su destino es necesariamente ligado, diríamos hasta ontológicamente ligado al propio destino de su metrópolis, la burguesía imperial y el capitalismo global. De este modo, objetivamente, no se puede juzgarla como traidora de los intereses del pueblo ya que nunca creció y se desarrolló para defender dichos intereses, aunque demagógicamente haya tratado de dar la ilusión de representar estos intereses.
El objetivo de defender los intereses del pueblo y la patria no le ha tocado jamás. Ella defiende los intereses imperiales, y localmente defendiendo sus propias migajas. Por consiguiente, partiendo de las fuerzas imperiales que velaron por su desarrollo relativo y la controlan, a las cuales ella obedece, sería legítimo identificar a esta falsa burguesía con las fuerzas enemigas del pueblo. Si durante el poder colonial las fuerzas extranjeras representaban al enemigo físicamente presente con la violencia de su cuerpo represivo armado, el sistema neocolonial sustituye físicamente a ese enemigo foráneo por su delegado y representante, la seudo burguesía compradore, ahora a cargo de las fuerzas represivas contra el pueblo. Es así como no sería legítimo hablar en África --y en varias otras latitudes del Gran Sur—de una burguesía nacional. Tampoco y de una vez sería apropiado hablar en éste caso de una clase burguesa. Entonces, si no es ni clase social estructurada con su propia capacidad económica de clase, y por ende no es ni burguesía ni mucho menos nacional, ¿Qué sería?
Tanto por su origen ligado al proceso colonial, como por su distancia abismal en relación con los intereses del pueblo; por su identificación y mimetismo excesivo con la burguesía “metropolitana”, esta agrupación social minoritaria aparece como una excrecencia, un monstruo antinacional engendrado por el poder colonial a los efectos de un pasar-el-poder-formal con la finalidad de engañar al pueblo con la falacia de una seudo independencia; a la vez seguir controlando la colonia en mejores condiciones de saqueo y explotación. Lejos de ser burguesía, se merece una apelación alternativa más apropiada como oligarquía neocolonial, así de simple. Como sabemos, las luchas de los pueblos africanos por su independencia --salvo casos particulares que exigen un análisis específico— antes y después de la Segunda Guerra Mundial no han podido desembocar sobre autenticas luchas de liberación nacional para la verdadera independencia y soberanía nacional. Esta tarea histórica inevitable le toca a las generaciones actuales de patriotas acaso partiendo de los movimientos insurreccionales populares cuya chispa salió recientemente de Túnez y se ha extendido tanto en África como hacia el Medio Oriente, y más allá en territorios del Norte, como se sabe.
Según escribe Franz Fanón en los Condenados de la Tierra, la burguesía compradore representa una monumental traba a la independencia y el desarrollo de los países africanos. Es un verdadero desgaste del tiempo en vano por décadas de neocolonialismo administrado localmente por esa capa social entreguista antinacional, tiempo precioso perdido y con generaciones perdidas en un continente desgarrado y tan sufrido desde siglos. Fanón afirma que al derrocar al neocolonialismo y su agente local la seudo burguesía compradore, todo queda por hacer y por empezar radicalmente desde el principio para levantar la obra gigantesca de la nación soberana. En esto no se equivoca. En otro continente y situación casi similar, la lucha del pueblo cubano por su independencia y soberanía ha exigido prácticamente arrancar con una tabula rasa, emprendiendo desde un principio lo que dos siglos atrás le había tocado a la burguesía industrial europea desarrollar a favor de todo el país y que en nuestras latitudes conlleva varios objetivos radicales: lucha contra el feudalismo agrario y el capitalismo dependiente parasitario de la falsa burguesía, lucha contra el analfabetismo, reforma agraria y urbana, nacionalización de los recursos naturales, la banca nacional al servicio del desarrollo entre otros objetivos básicos de la soberanía.
Estos objetivos representan la misión histórica mínima de una verdadera burguesía nacional con capacidad económica de clase, para el desarrollo nacional y por ende el crecimiento de las fuerzas productivas con su consecuente relación social de producción. Esta capacidad económica de clase es la que en última instancia define una burguesía nacional, como bien afirmaba Cabral. Lo que en Venezuela se denomina “deuda” del pasado, no es más que la prueba fehaciente de la incapacidad fundamental de la seudo burguesía por asumir el destino nacional. Resulta que la sobrecarga del presente obliga a aceptar el reto de la sobre determinación de las tareas de soberanía dentro del contexto de liberación nacional. A la vez, esta sobrecarga proyecta realizaciones que van más allá de lo que una verdadera burguesía nacional hubiera podido realizar en su mandato histórico y hasta a su favor como clase dirigente nacional. El gran acumulo de tareas exige hoy necesariamente otra orientación de la economía en base a la liberación de las fuerzas productivas con un proyecto social de redistribución equitativa de los bienes nacionales. Es precisamente lo que le toca ahora al pueblo venezolano luego del pueblo soberano de Cuba y también el heroico pueblo de Vietnam en su lucha de liberación nacional. Se trata de tareas históricas imprescindibles, cada país con su propia creatividad y proyecto para asentar las bases de la gran obra subsiguiente ligada a la acumulación cuantitativa y cualitativa de las fuerzas productivas y asociativas hasta llegar a ser el pueblo verdadero sujeto pleno y legitimo del cambio radical social (ver Parte V), según una estrategia horizontal ascendente capaz de enfrentar el reto de la revolución en la revolución.
Rashid SHERIF
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(Cont. Parte II)
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