Amuay no es Atocha

Cuando en cualquier parte del mundo ocurren tragedias como esta que acabamos de sufrir, o que estamos sufriendo los venezolanos en Amuay, surgen como consecuencia  inmediata  un sinnúmero de teorías, hipótesis y especulaciones de toda índole, con la pretensión de darle una rápida y “acertada” respuesta al dolor y la incertidumbre. En este caso toda esa maraña de conjeturas se ven fuertemente matizadas del elemento político, dado que se da en las vísperas de un proceso electoral de connotaciones históricas, tal vez como ninguno en nuestra vida republicana.

Se desempolvan viejas cronologías, con el recuerdo de pasados siniestros ocurridos tanto nacionales como internacionales, recurriendo como recursos de interpretación a toda la variedad de elementos que estuvieron presentes entonces. Por supuesto una constante, diríamos que lógica, es la responsabilización del gobierno. Un caso patente de reciente data lo tenemos en la planta nuclear de Fukushima y la terrible situación generada por el “Tsunami” que devastó grandes territorios y estructuras en Japón, lo cual generó un fuerte cuestionamiento a la forma de manejar el gobierno todo lo referente al desarrollo y uso de la energía nuclear, llegándose inclusive hasta a cuestionar la continuidad de su utilización. 

A los venezolanos se nos refresca la memoria de los terribles sucesos de 1982 con los 260 muertos de Tacoa o de 1993 en Tejerías. En aquellos casos también fueron los respectivos gobiernos de Luis Herrera Campins y Carlos Andrés Pérez, los que estuvieron en la mira de la opinión pública. O los maestros del Salto La llovizna en Guayana, el accidente del Orfeón Universitario en las islas Azores o la desaparición del grupo Madera en el Orinoco. Siempre, casi que instintivamente volteamos la cabeza hacia el gobierno.

El caso del atentado de la estación ferroviaria Atocha en Madrid, fue un suceso tan emblemático, tanto por lo terrible de su magnitud y víctimas, como por los efectos políticos inmediatos. El cual creó un precedente que hoy pudiéramos llamar  el “Síndrome Atocha”. De allí en adelante ”el efecto Atocha” se esgrime como la posibilidad de un  suceso de similares características, que podría ser la forma de que se volteara la decisión mayoritaria de los votantes, lo cual constituye evidentemente una esperanza para quienes vienen perdiendo de una manera cuantiosa y evidente.

Y si tomamos en cuenta el viejo refrán de que “Perro que come manteca mete el hocico en tapara” tenemos que se conjugan una serie de factores que hacen que no sea nada descabellado contemplar la posibilidad de la participación de la ya tradicional mano pelúa en el asunto. Por supuesto que con tan inconfesables como evidentes razones políticas.

De hecho James Petras, filósofo y neurolinguista y connotado representante de lo que pudiera llamarse “la izquierda norteamericana” en una de las entrevistas que usualmente le realiza el comunicador uruguayo Churi Iribarne. Desde allá, desde su lejana torre, afirmó que no tiene ninguna duda del atentado como causa de la tragedia de Amuay, por lo que plantea el establecimiento inmediato del estado de emergencia nacional, como la forma de salvar la revolución y de paso se permite criticar y calificar el comportamiento del Ministro Rafael Ramírez.

La verdad es que  un gobierno soberano como el nuestro no está pendiente de que le digan u ordenen qué hacer pensadores de otras latitudes, por muy norteamericanos que sean. De todos modos acá entre nosotros, no faltaron los radicales izquierdistas que le hicieran el coro.

Si hubo sabotaje esperemos que eso se esclarezca en algún momento. Y si les pusieron el peine al Presidente Chávez y su gobierno, para que saliera lanzando a boca e´ jarro precipitadas acusaciones sin fundamentación, ya de entrada se quedaron con los crespos hechos. Nuevamente la sabiduría lograda por la comandancia en la revolución bolivariana condujo a nuestro gobierno a actuar de la forma más indicada. Lo cual a buen seguro ya está dando los primeros resultados entre nuestra gente. Casi quince años en revolución han producido transformaciones, cambios fundamentales en la estructura mental, en la inteligencia política de los sectores populares.

Ese mismo pueblo que tan sabia y silenciosamente protagonizó  el hecho extraordinario de abril del 2002, lo que está es presenciando nuevamente ante sus ojos, sus oídos y sus corazones y sobre todo sus inteligencias esa forma sabia y serena de gobernar que se merece como pueblo. Un pueblo y una comandancia que a la hora de la chiquiticas nos crecemos en las dificultades. Como cuando los militares facciosos de Plaza Altamira o cuando el criminal paro y sabotaje contra la industria petrolera y la economía del país de Diciembre y Enero de los años 2002 y 2003.

La Venezuela del 2012 vive un proceso histórico en el que están en juego dos concepciones antagónicas del hombre y de la sociedad. El enfrentamiento es entre el pasado y el futuro, entre los ricos y los pobres, entre la Patria soberana e independiente y la dominación imperialista. Esta no es aquella Venezuela donde cada cinco años se decidía  cuál de los dos enemigos del pueblo ocuparía el gobierno. Como ocurre con aquel pueblo español que cada cinco años elige entre dos organizaciones políticas partidistas, igualmente representantes de los intereses del gran capital y que en consecuencia fue débil manada en estampida ante el pánico de Atocha.

Los venezolanos somos protagonistas de la guerra revolucionaria y contra todas las contingencias vamos construyendo camino hacia la sociedad socialista y parte de ese camino será la victoria del próximo siete de octubre con el comandante Chávez a la cabeza.

mundoiribarren@gmail.com



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Edmundo Iribarren


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