Agradezco el análisis efectuado en Aporrea por el compatriota Julio Alberto González Romero, de un artículo mío en el que señalaba que la locura no debía invadirnos por el hecho de producirse, en pocos días, unas elecciones presidenciales, independientemente de los resultados de las mismas. Criticaba unas opiniones, que me siguen pareciendo fuera de toda proporción en relación con los candidatos enfrentados y los posibles escenarios alrededor de sus potenciales victorias. Dejé claro, sin embargo, que entendía perfectamente, aunque no lo compartiera, que se pensara que Chávez era de izquierda, socialista, revolucionario y popular, mientras que Capriles era de derecha, capitalista, reaccionario y burgués.
Y no se trata, como el título del artículo de González Romero lo sugiere, de querer menos a Venezuela que el articulista crítico. Es precisamente todo lo contrario. Como quiero a mi país, debo ser muy acucioso en la detección de sus debilidades, limitaciones y distorsiones introducidas en su naturaleza, temperamento y funcionamiento, por las élites políticas, económicas y gobernantes a lo largo de siglos, pero sobre todo en los últimos 50 años. Y resalto nuestro poco peso internacional junto al de nuestros aliados, para que se tengan claras las dimensiones del desafío mundial del que algunos hablan en forma irresponsable, motivados no por los intereses legítimos de la patria sino por intereses electorales.
Sé muy bien qué representa Capriles Radonski, pero me parece una simpleza y un insulto al pueblo que se dice defender, que se argumente que todo lo supuestamente positivo alcanzado con Chávez se acabaría de llegar a ser Presidente Capriles. Si así fuera: ¿De qué sirvieron estos 14 años de “revolución” y de movilizaciones populares? Por un lado se habla de toda una fortaleza construida por este gobierno, que nos permite incluso retar al imperialismo mundial, para luego decir que se desmoronaría como castillo de arena ante un triunfo de la oposición. Me disculpa González Romero, pero las contradicciones argumentativas son muy evidentes para pasarlas por alto. Lo que dije fue que Capriles Radonski no era Hitler, ni Franco, ni Pinochet, ni Netanyahu, y no porque no lo quiera ser (no estoy dentro de su cabeza para saberlo), sino porque no lo puede ser aquí ni ahora.
Es una insensatez creer que los tambores de Barlovento dejarán de sonar si Capriles gana las elecciones, pues él representa la supremacía de la raza blanca, o que se acabarán las lenguas indígenas, desaparecerán los fogones, serán destruidos nuestros bosques y selvas. La deforestación de nuestro Amazonas, las matanzas de indígenas por mineros ilegales, los golpes a nuestras tradiciones, continuarán de la misma manera que los hemos conocido durante décadas y que claramente hemos visto recientemente. Entiendo estas fantasías como un recurso propagandístico, pero de allí a creerlo hay un trecho muy grande para saltárselo.
Los peligros sobre la integración latinoamericana con un triunfo de Capriles no parecen mayores a los daños ocasionados a la misma por este Gobierno. Nuestra salida de la comunidad andina de naciones, con el argumento de la presencia de Colombia con un futuro tratado de libre comercio con EEUU, para luego firmar directamente con Colombia un acuerdo de libre comercio sin importar lo anterior, es una muestra de lo desatinado de nuestra política exterior. La total ausencia del ALBA, UNASUR y de la CELAC en las Naciones Unidas, en relación a las condenas imperialistas contra Siria, es muy evidente para ignorarla, pues sus miembros votaron encontradamente en esta materia tan importante. El golpe de Estado contra Zelaya fue otro caso que demostró la debilidad existente; tuvo que ser la vituperada OEA quien aplicara las sanciones del caso.
Que Fedecámaras y Consecomercio se sientan mejor con Capriles que con Chávez es algo de lo que no hay que convencerme; quizás no es el mismo caso de la Asociación Bancaria, cuyo Presidente parece tener muy buenas relaciones con el gobierno de Chávez. Imagino también que los burgueses que ha hecho grandes negocios con este gobierno y que se han enriquecido enormemente, así como Cisneros en Venevisión, no deben estar agradados con un posible triunfo de Capriles. El capitalismo transnacional, por su parte, está muy contento con la privatización de la industria petrolera, a través de la creación de empresas mixtas en la Faja del Orinoco, con participación accionaria del 40 por ciento de la propiedad del crudo, no tiene ningún problema con el triunfo de uno u otro candidato presidencial, pues el gobierno actual desarrolló la propuesta que trataron de desarrollar y no pudieron Carlos Andrés Pérez II y Rafael Caldera II.
Por último, amigo González Romero. Somos un país subdesarrollado y no es mi opinión la que nos hace serlo, ni miento al decirlo. Sólo producimos materia prima, combustible fósil y de eso vivimos. No tenemos industria pesada y nos hemos alejado de tener soberanía alimentaria, farmacológica, médica, ni de ningún tipo; ni nuestra gente tiene la calidad de vida que tiene la población de los países europeos, aún con todo el peso de la crisis actual. No son los grandes ligas Miguel Cabrera ni Luis Aparicio, ni Dudamel, para salirnos de los ejemplos beisboleros chavecistas; ni todos los profesionales graduados en las distintas universidades, ni Chávez mismo, quienes nos van a transformar en desarrollados sólo con su existencia. No sé de dónde saca esos “indicadores” de desarrollo, que sólo persiguen apelar al orgullo nacional de los venezolanos, como recurso cálido y ganar respaldo.
Y de nuevo le repito, sin desmerecer el valor personal y político del presidente Chávez, no estamos en presencia del “lucero que ilumina el futuro de la humanidad”, ni de un nuevo Mesías, ni de un líder de quien depende la paz mundial ni la suerte del mundo árabe. Es el líder seguido por unos millones de venezolanos, lo cual es muy importante pero dentro de nuestras fronteras. Además, otros tienen igual respaldo o lo han tenido. El otro apoyo es el de una izquierda internacional, que renunció al análisis objetivo de la práctica social como criterio de verdad y lo cambió por una actitud dogmática y fanática ante la vida. Y como digo esto, también señalo claramente que Chávez tampoco es el asesino sanguinario que una derecha fascistoide pretende que sea. No es un “bocazas” africano, ni ningún genocida, ni un gobernante al estilo de los dictadores militares de Argentina y Brasil de la segunda mitad del siglo pasado.
El amor por la patria, colega articulista, no se mide por lo que se diga sobre ella; mucho menos por la defensa de gobiernos o candidatos que han dejado mucho que desear en torno al fortalecimiento de nuestra independencia más allá del discurso. No estamos en un buen momento para el país. Nunca pensamos hace 14 años que éste sería el resultado de un experimento que dispuso de todo para ser exitoso. Que hoy estemos argumentando sobre el “menos malo” ya nos lo dice todo.
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