De adolescente quería tener los senos pequeños. ¿Por qué? Porque los tenía muy grandes. Los senos grandes eran un problema. Para correr. Para bailar. Pero sobre todo para saltar. Se bamboleaban de tal manera que en un descuido podían pegarme en la nariz.
Alguna que otra amiga "pecho 'e tabla" me los envidiaba. Y las conquistas los admiraban. Mejor tener que no tener. Y eso vale para todo. Mejor tener nalgas que no tener. Y dientes. Y labios. Y ojos. Cuando pude, por allá en el año 1994 decidí que me hicieran una "mamoplastia reductora". Feo el nombre. De 48A pasé a 36B. No eran tetas, eran una pesada carga. Por la operación sufrí una infección que tuvo algunas consecuencias. En lugar de un reposo de dos semanas, estuve cuatro meses. El seguro en aquella época no canceló ni un bolívar de aquel "siniestro".
Lo cierto es que recurrir a la cirugía plástica tiene sus causas. O sus orígenes. "La vanidad no tiene límites", me comentó un amigo cuando hablamos del tema. Y es que en un país donde las misses se "exportan", abunda la publicidad a favor de mantenerse "buenota", "rica"; "mamita" o "mi amor" hace mella. No sólo en las mujeres. También en los hombres. Es así como vemos a mujeres "buenotas" hacer cosas para ponerse más "buenotas". Y hombres que las apoyan. Y que se hacen las mismas "intervenciones".
Si tienen nalgas "pequeñas" se colocan nalgas más grandes. Si tienen senos "pequeños" se los ponen más grandes. Si tienen barriguita se la quitan. Todos y todas sucumbimos al estereotipo difundido por los medios de comunicación. Caminamos en una cuerda floja entre raquíticas modelos anoréxicas y las super nalgas de una famosa puertorriqueña.
Los psicólogos y psiquiatras se han encargado de "justificar" las intervenciones. "Tienes que hacer lo que te haga sentir mejor". Ergo, si tienes el pompis chiquito y uno más grande te haría sentir bien, "biopolímeros contigo". Si tienes las tetas chiquitas y las quieres grandes "implantes contigo, mamita". Y así van, entre bisturí y bisturí, entre inyecciones y siliconas, rehaciendo sus cuerpos para ir a engrosar las filas de mujeres hechas con el mismo molde: una bemba hinchada, unas nalgas de avispa y unas tetas prensadas de por vida. A mi me parece que en cualquier momento puede saltar un implante de silicona de esos y estrellarse en mi cara.
La carrera por verse "buenota" daría risa si la vida no se te pudiera ir en el intento. Ejemplos sobran. Injustos y dolorosos. Más allá de la mala praxis y de las "estéticas" piratas, somos víctimas de la publicidad propia de un sistema capitalista donde "vender" es la consigna. Cada vez que puedo, subo el cerro caraqueño buscando una mejor calidad de vida, con todas mis redondeces al aire libre. Urge volver a querernos como somos. "Recuerda que el plástico se derrite, si le da de lleno el sol", dice Rubén. Sigamos
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