Confieso que para mí es absolutamente difícil hacerme una idea clara de lo que sucede en la Sierra de Perijá. No comprendo, como seguramente tampoco entienden muchos compatriotas, quién es quién en la sierra y quién verdaderamente representa las legítimas aspiraciones de las comunidades indígenas. Al desconocer sus formas de organización, no puedo juzgar sobre la validez, por ejemplo, de esa figura tan mentada últimamente, y al mismo tiempo tan denostada, como los así llamados caciques mayores.
Pero hay otras cosas, en cambio, que son absolutamente incontrastables y que no necesitan un conocimiento especializado para ser comprendidas. ¿Quién puede poner en duda, vaya por caso, que los terratenientes que ocupan las mejores tierras del pie de monte perijanero están allí porque se las arrebataron a sangre y fuego a las comunidades indígenas? Poco importa si los actuales dueños son descendientes directos de quienes en algún momento atropellaron a los ocupantes primeros de esos predios, o si los compraron de buena fe invirtiendo el capital acumulado durante una o varias generaciones. Nada de eso puede borrar el hecho cierto de que la tenencia de esos predios se fundamenta en un acto de expoliación violenta y criminal.
¿O es que alguien puede creer que la comunidad yukpa ancestral, teniendo a su alcance las mejores tierras de cultivo de todo el territorio nacional, eligió por su propia voluntad replegarse a la inhóspita Sierra de Perijá?
¿No es acaso cosa sabida, y sirva esto para reforzar lo hasta aquí dicho, que el famoso hidroavión que llegó a principios del siglo XX a Maracaibo, y que paseó por los cielos zulianos a la élite citadina del momento, vino realmente con el propósito de ametrallar desde el aire a las comunidades indígenas que se negaban a abandonar sus tierras ancestrales?
No es, pues, necesario ser antropólogo o historiador, ni nada que se le parezca, para hacerse una idea acerca de quién tiene la razón en este asunto.
Tampoco hay que ser muy acucioso para adivinar los prejuicios atávicos que se activaron para obstaculizar, hasta dónde se hizo, el viaje de la delegación yukpa que viajó a Caracas a denunciar lo que ocurre con el proceso de demarcación de tierras.
Frente a todo lo ocurrido, prefiero pensar en los hechos positivos que, incluso sin la voluntad de las autoridades involucradas, se generaron a partir de la ya mencionada marcha.
La presencia de Sabino Romero y de sus acompañantes en el estudio de Venezolana de Televisión, hay quien dice que por orden directa de Chavez, más allá de cuan desubicado pudiese estar el conductor del programa, es un hecho que no hubiésemos soñado ni en el más extremo de los casos durante la cuarta república. Dolorosamente, esa presencia en VTV no es producto del reconocimiento inmediato del derecho que esos venezolanos tienen de exponer su punto de vista, sino a resultas de un esfuerzo por ser vistos y reconocidos como ciudadanos, la primera y más básica de las condiciones que nos reconoce nuestra constitución.
Con su llegada a Caracas son muchas las cosas que los yukpas mandaron a parar. Mandaron a parar, antes que nada, el silencio y la indiferencia acerca de lo que se vive en la Sierra de Perijá. Prueba de ello son la multitud de voces francamente airadas que se han hecho oír con respecto a este asunto. Voces de las cuales no ha quedado a salvo ningún funcionario ni institución con parte en el asunto. Quizás sin proponérselo, los yukpas dieron origen a la más vigorosa crítica, que desde las mismas filas de la revolución, se había hecho hasta hoy a la actuación del gobierno.
Mandaron a parar de una vez por todas la actitud tan típica del viejo indigenismo colonial, según la cual los indígenas son incapaces de representarse a sí mismos y deben estar sujetos a una especie de tutela de parte de otros más ilustrados. Sabino Romero y sus acompañantes, incluso con su defectuoso castellano, dieron prueba fehaciente de hasta qué punto son capaces de valerse por sí mismos a la hora de defender sus derechos.
Mandaron a parar, en fin, las innumerables torpezas cometidas en este episodio del viaje a Caracas, desde las reiteradas demoras en las alcabalas, hasta la inefable cortina roja en VTV. Uno no puede suponer y esperar, que torpezas así no sucederán nunca más en el futuro.
Nada de lo logrado por la delegación yukpa con este viaje a Caracas debe ser considerado como una dádiva graciosa por parte de algún órgano de poder sino como resultado de su propia tenacidad en la lucha. No está de más recordar, sin embargo, que en otros tiempos el tan maltratado autobús con toda seguridad no habría llegada más allá del peaje del puente sobre lago, y que muy pocos se habrían enterado de ello.
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