Siempre he creído en la participación popular. En mis inicios políticos, durante mis estudios médicos, como todo buen militante de la Juventud Comunista efectué durante años lo que hoy se llama trabajo de campo, principalmente en el sector campesino. Recuerdo siempre nuestros viajes de fines de semana al asentamiento campesino de Mararito, situado en la zona de Ocumare del Tuy, y aprecio mucho la enseñanza recibida de ese cálido contacto con familias campesinas muy pobres, pero trabajadoras y luchadoras y con gran deseo de superarse y ayudar en la superación de su compañeros de clase y del país en general. Su líder era un viejo comunista, laborioso, incansable, seguro de sí mismo, honesto, conocedor de su ambiente físico y social y hombre de gran calidad humana.
Con ellos trabajamos hasta que la Guardia Nacional nos lo permitió. Alfabetización, primeros auxilios, educación sanitaria, organización de un local de dispensación de medicamentos, que obteníamos de los visitadores médicos; establecimiento de una red asistencial con los bachilleres y médicos del hospital de Ocumare, el levantamiento de un modesto censo del número y edades de los niños, para garantizar sus vacunaciones y alimentación. Ayudábamos en sus tareas e intentamos la incorporación de estudiantes de Agronomía, para asistirlos en el área vital de obtención de su sustento. Llegamos incluso a planificar, realmente a soñar, con estudiantes de ingeniería, en la construcción de una pequeña represa para el riego y hasta para la generación eléctrica.
De ellos aprendimos la importancia del trabajo colectivo. Nos percatamos de la solidez de la pareja y de la familia campesina, que no requería de requisitos legales para mantenerse. Del deterioro social e individual que se produce cuando se mudan a las ciudades y se marginalizan, convirtiéndose muchas veces en lumpen. Del apego por su tierra, por la propiedad de su tierra; de la solidaridad que despliegan y de la fiereza que demuestran cuando tienen que defender lo suyo. Su resistencia al cansancio y a las enfermedades. Conocimos campesinos desnutridos que trabajaban de sol a sol, con muy poco en el estómago y mucho menos hemoglobina en su sangre, o con úlceras varicosas o con edemas en sus piernas, signos de enfermedad cardíaca o vascular periférica.
El tesón, sin embargo, no lo es todo. Tenían una grave limitante en su actividad productiva, así como en su participación social y política más allá del asentamiento: El importante déficit educativo presente. Aclaro que estoy hablando de hechos y situaciones de hace más de 4 décadas. Pero que sé no están muy distantes, lastimosamente, de los actuales. Llamar a participar sin haber cubierto la contrapartida de educar es un fraude o simple demagogia. Por ello no creo en el llamado proceso constituyente actual, pues con una población no preparada no hay verdadera participación, sino manipulación e imposición.
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