¡Cómo duele Chávez!

Es mucha la obra que en beneficio de la gran mayoría de los venezolanos ha hecho el presidente Hugo Chávez para que la gente lo quiera, lo ame, y se desborde en lágrimas al verlo padeciendo de uno de los peores males de la humanidad como es el cáncer. Eso lo reconoce la población entera, lo reconoce hasta la oposición aunque no lo diga en público.

Ha de llegar el día en que de manera objetiva –sin apasionamientos personales ni sesgos ni orgullo ni radicalizaciones políticas-, se compare pelo a pelo el gobierno del máximo líder de la revolución bolivariana con los que presidieron el Pacto de Punto Fijo y ya verán. De Chávez se ocupará el tiempo y la historia se encargará de consagrarlo.

Pero ahora no quiero referirme a misiones, obras de infraestructuras, toda esa gestión tangible que está a la vista de quien la quiera ver, sino ir a otro aspecto de su vida, porque ese amor al comandante va más allá de lo material; Chávez trascendió y trascendió de tal manera que se metió y se quedó en lo más profundo de la esencia de las personas.

Chávez a primera hora de la mañana se toma un café negro con uno, apenas nos levantamos y nos cepillamos los dientes. Chávez comparte con uno la hora del desayuno, del almuerzo, la cena, sentado en cualquier esquina de la mesa tomándose una cucharada de sopa o mordiendo una arepa rellena con pisillo de chigüire.

Chávez ocupa el otro lado del asiento durante el viaje en autobús, en el metro o en el carrito por puesto todos los días.

Chávez, aunque no toma, nos ayuda a cargar una caja de cerveza del depósito de licores a la casa los fines de semana. O se “echa un palo” a pico de botella de la carterita que uno de los bebedores saca del bolsillo trasero del pantalón.

Chávez participa en la tertulia de la familia reunida diciendo que las mejores hallacas son las que cocinan en Sabaneta de Barinas. Y que no hay dulce de lechosa como el que hacía su abuela Rosa Inés.

Chávez integra el grupo de amigos que como si fuesen grandes bailarines se lanzan a la pista de baile a “matar cucarachas” sin ningún rubor. Chávez acompaña al amigo con un micrófono a cantar sin siquiera sonrojarse. Chávez va con nosotros acelerados o entonados –tal como decimos cuando tenemos algunos tragos de licor encima- a interpretar “Fiesta en Elorza” o a vocalizar un estridente falsete en alguna ranchera de Vicente Fernández.

Chávez nos arenga en la navidad y nos anima a lanzar luces de bengala para hacer el momento más alegre y colorido. Chávez vive con uno el cañonazo, el abrazo de Año Nuevo. Es la esperanza, el futuro.

Chávez se encuentra entre la novia y el novio molesto porque el beso que le pertenecía ella se lo lanzó al comandante. Chávez se mete debajo de la sábana con el matrimonio cuando el viejito cansado de esperar, da la vuelta y se pone de espaldas en vista de que la viejita no le quita la atención a su Presidente y viceversa. Chávez atiza la discusión en familias a prueba de amor, donde los hermanos, hermanas, padres e hijos se quieren por encima de las diferencias políticas.

Chávez pervive en el ambulatorio de Bario Adentro, en el CDI del sector, en los hospitales, ayudándonos a cargar a los niños enfermos. Chávez nos rescata de la orilla de cualquier cañada. Chávez hace la cola con la ancianita o el ancianito que va a cobrar la pensión. Chávez lleva en silla de ruedas al discapacitado.

Chávez nos acompaña en la carretera, en la Machiques-Colón, en la Falcón-Zulia, en la Lara-Zulia viendo el monte de la vía; los hombres a caballo gritando, cantando y arreando el ganado como en el llano.

Chávez está con los niños en las escuelas bolivarianas tomando la merienda. Chávez está entre el polero y el pequeño comprando un polo. Chávez está con la mujer preñada. Chávez está con el adolescente a quien se le comienza a quebrar la voz. Chávez está con la adolescente que ve con gran expectativa crecer su busto. Chávez está con el joven que conquista a una mujer bonita con “arañas” de lechosa. Chávez está con el chamo que pretende a una muchacha cantándole la canción que en ese momento se le viene a la mente.

Chávez hace vida en la iglesia de monaguillo y tocando duro las campanas. Chávez se encuentra con el muchacho comprando en el abasto y con el dueño del abasto.

Chávez llena el espacio y el tiempo de las mujeres solteras esperando al hombre bonito y con mucha plata. Chávez camina al lado del hombre solitario, errante, que anda a la “caza” de las hembras buenas.

Chávez juega beisbol, fútbol, baloncesto, es corredor de autos, gimnasta, practica esgrima, boxea. Chávez juega metras, trompo y eleva volantines.

Chávez se mete entre dos señoras haciéndose el secado y el estilista o la estilista que les remoja las uñas para el manicure y pedicure. Chávez interviene al otro lado del teléfono o del celular.

Chávez transita con nosotros por la radio, la televisión, los periódicos. Chávez participa en la conversación del día a día del mecánico, el carpintero, el herrero, el albañil, el buhonero, el obrero, el taxista, el policía, el bombero, los militares. Chávez permanece con el profesional o la profesional cargada de sueños. Chávez insiste con el comerciante o la comerciante e industrial.

Chávez forma parte del grupo de vecinos contando chistes y recordando la vez que en una noche oscura navegaba por el Río Arauca en una lancha militar, cuando estuvo a punto de chocar con “El Patrullero”, un caimán cuya edad se desconoce y, según sus cálculos, mide 40 metros de largo.

Chávez ocupó y ocupa el espacio de numerosas noches en vela. Chávez cubre el vacío de muchas mentes solitarias en los momentos absortos. Chávez nos ve desde los satélites Miranda y Bolívar.

Chávez le dio sentido al término política, que siempre retumbó en la mente del pueblo como una palabra hueca, símbolo de un grupito de oligarcas que le chupaban la sangre al país.

Chávez está en la vida, Chávez es vida, Chávez es corazón de pueblo, Chávez es el corazón de nosotros mismos.

Chávez, Chávez, Chávez. ¡Cómo duele Chávez!

albemor60@hotmail.com

@AlberMoran


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Alberto Morán


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