¿Hasta cuándo los políticos van a seguir atrapados (consciente o inconscientemente) en términos vacíos de contenido; de fondo; de concepto; de esencia… de verdad? Se pelean la imposición de eslóganes, frases, términos y colores, para identificar sus gestiones, pero al cabo de unos meses o años, nos damos cuenta que todo se pensó, desarrolló y se quedó en la superficie de un escritorio o mesa de reunión. Algunos de estos distintivos propagandísticos son resultado –inclusive- de lo que, desde el ámbito del mercadeo y la publicidad se ha dado en llamar: “Guerra, lluvia o cruce de ideas”. Y la propuesta resultante puede ser buena, pero para vender Coca Cola, celulares o detergentes… nunca para posicionar una imagen o una gestión política o administrativa.
Por ejemplo, en el nuevo gobierno del Zulia se debate sobre cómo desplazar la “Zulianidad” utilizada por los predecesores de Arias Cárdenas (Manuel Rosales y Pablo Pérez), como si se tratase de una marca que debe ser sustituida porque la empresa cambió de dueño. Cuando la realidad ha sido que, lejos de promover; impulsar; defender; enaltecer; construir y reconstruir los valores y elementos a los que semánticamente refiere el término “Zulianidad”, han financiado con dinero de los ciudadanos la guerra simbólica contra nuestro gentilicio y nuestra identidad.
La cualidad que refiere el término “Zulianidad” radica en las cosas, las costumbres, los lugares y demás elementos que nos identifican como nativos de esta región y conforman nuestra distinción cultural ante el resto de los estados del país. Son: la gaita de furro; la danza; la contradanza; la décima paraujana; la gaita de tambora, los géneros que conforman nuestra identidad musical, es decir, nuestra “Zulianía sonora”… no el vallenato. Y esto no significa contrastar con esa rica expresión musical colombiana. Son el mojito; el chivo en coco y la mandoca, los elementos de nuestra “Zulianidad gastronómica”… no la pizza, el perro caliente o el shawarma. Son las poquitas casas de ventanales “mollejúos” y zaguanes, que aún nos quedan las que representan nuestra “Zulianía arquitectónica”… no las quinticas con porche y platabanda.
Es eso lo que hay que devolverle al Zulia, es decir, la Plaza Baralt; el Paseo Ciencias; El Empedrao, más allá de la “glorieta”, con la que se ha pretendido ocultar la destrucción y transformación de las calles Nueva Venecia, Federación, San Luis, Jugo y todas las demás. Lo que queremos que nos devuelvan es la “Zulianidad” de la Calle Carabobo, hoy convertida en una gran discoteca; la Calle Falcón, la avenida Bellavista; el Amanecer Gaitero, sin vallenatos, ni reggaetón; la vista al Lago; la seguridad de caminar por nuestras calles y avenidas, sin que nos atraquen o caigamos en un hueco que nos mande al hospital… y hasta el orgullo del pronombre “vos”.
Esa es la “Zulianía” que necesitamos, no la que sólo difiera en términos gramaticales o morfológicos de la “Zulianidad del Rosalismo”, porque… a fin de cuentas ambos términos significan lo mismo. Lo que tenemos que evitar es que ambos gobiernos signifiquen lo mismo.
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