Sencillamente: Noel volvió como guerrillero de refuerzo

Noel, fue mi amigo y camarada. Por supuesto, lo primero que debo hacer es reconocer su estatura y grandeza de revolucionario. Noel, en verdad, era un ser humano y revolucionario muy sencillo, más introvertido que extrovertido, muy silencioso pero profundamente solidario. Incluso, era difícil darse cuenta cuando él andaba con algún dolor o enfermedad. Había que descubrírselo y obligarlo a tratárselo. Recuerdo que en una oportunidad lo invité a conocer mi familia y mi padre, al mirarlo por un rato, expresó la siguiente frase: “Que muchacho tan callado”. Noel, no lo ofendo con eso, parecía más que un estudiante de la UCV, un seminarista de la vida, del camino que se hace en las calles y en los barrios tendiendo manos generosas y que con sus simples miradas o simples gestos dicen cuánto de humanismo alberga en su corazón. Noel, era un camarada en todo el sentido de la palabra tovarich.

Ya la sociedad venezolana y gran parte del mundo saben que el camarada Noel Rodríguez fue hecho preso, torturado y asesinado por agentes de cuerpos de seguridad de Estado en tiempo de dominio de la democracia representativa. Y ya la sociedad venezolana y gran parte del mundo, saben que sus restos aparecieron enterrados en el Cementerio General de Sur.        En un recinto de la Asamblea Nacional se le hizo un merecido homenaje al camarada Noel Rodríguez en presencia de esa  admirable madre que luchó incesantemente por la aparición de los restos de su hijo ya sabiendo que lo habían asesinado, doña Zenaida, sus hermanos, familiares y un montón de camaradas de varias generaciones. Noel, sencillamente, regresó como guerrillero de refuerzo. Por estar bajo los efectos de una pequeña porción de anestesia por unos exámenes que me realizaron, apenas pude escuchar algunas palabras de la camarada Lídice Navas, mujer revolucionaria que sabe también cuánto significa el dolor de perder seres queridos pero, al mismo tiempo, sentir la alegría de saber que su camarada y compañero de pareja y un germen de su vientre fueron a contribuir en hacer una nueva historia junto a los revolucionarios del Frente Farabundo Martí y el pueblo salvadoreño y, precisamente, en El Salvador entregaron sus vidas como militantes revolucionarios internacionalistas.

         Noel debió cerrar sus ojos y debió de dejar de latirle el corazón de noche. Si hubiese sido durante una aurora, tal vez y parafraseando a Lennon más que a Paúl, el loco de la colina viendo ponerse el sol y dándose cuenta que el mundo giraba al revés, quizás, hubiese contemplado indignado con sus ojos justo el lugar del cementerio donde habían enterrado el cuerpo de Noel ya muerto por la tortura y lo hubiera gritado a los cuatro vientos y a todo gañote. Cuatro décadas anduvo Noel clandestino bajo la tierra construyendo ese gran túnel buscando el orificio por donde  sus huesos, tal vez ya roídos por el tiempo, fuesen detectados y sacados de la fosa.  Noel o, mejor dicho, sus restos mortales desafiaron el platonismo de las cavernas para subir a la superficie de la tierra buscando esa luz que nazca sin fin y luzca para toda la humanidad y, luego, de recibir los homenajes merecidos y la bendición de su madre querida seguir haciendo su camino andándolo, subiendo hasta la pradera donde están todas esas almas que hacen de la poesía y de la canción y de las ideas armas invencibles por la emancipación de los sobrevivientes en la misma Tierra. En esa pradera reina la solidaridad como en la Tierra, aún, reina ese malvado capitalismo que erróneamente cree perpetuarse por siempre sobre la base de la esclavitud de sus trabajadores y la resignación de los pueblos.

         Quienes dictaron la orden de torturar a Noel hasta la muerte y quienes ejecutaron las torturas hasta asesinarlo, quizás, nunca se imaginaron que la fosa donde sepultaron sus restos iba a ser descubierta. No creían y no podían creerlo que un 4 de febrero de 1992 iba abrir la brecha para nuevos sentimientos masivos de un pueblo ya cansado de tantas promesas incumplidas, de tantos hechos de violencia que disfrutaban de la impunidad que brinda un Estado que marcha de espalda a los sagrados sueños de un pueblo sufrido pero combativo. Y, muchísimo menos, pensaron los autores intelectuales y materiales del asesinato de Noel, que su madre, doña Zenaida, y un grupo de hombres y mujeres hastiados de tanta impunidad iban a ser extremadamente perseverantes, incansables voces que retumbaban constantemente en los oídos de un Estado sordo al clamor de justicia social. Pues, cuatro décadas después del asesinato del camarada Noel, sus huesos y con éstos todo Noel, volvieron, regresaron como guerrillero de refuerzo



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Freddy Yépez


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