«Nosotros creemos que el narcotráfico, no la droga, el narcotráfico es el peor flagelo que estamos soportando recientemente en América Latina».
Pepe Mujica.
En el Siglo XIX, los puertos chinos estaban abarrotados del Opio de los británicos introducido desde India, como pago por la fina mercadería que producía la pujante región de la ruta de la seda. La prohibición del emperador Daoguang del consumo de Opio, abrió paso temprano a una guerra Imperial por el control del comercio internacional, que llevó a la derrota de China en las dos guerras del Opio. Las causas argumentadas por los chinos, se resumían en el efecto nocivo para la salud de la población y una desventaja en la balanza comercial entre Occidente y Oriente.
Casi un siglo después en EEUU se imponía en 1919 la “prohibición”, como una respuesta de los sectores anti-alcohol dando inicio a leyendas inmortalizadas en el cine de Al Capone o el Padrino. Las operaciones de los sindicatos de la mafia no se limitaban al contrabando de alcohol desde Canadá, sino que imponían por vía armada sus reglas en vastos territorios de las principales ciudades y diversificaron sus negocios hasta el tráfico de narcóticos una vez finalizada la ley seca.
En América Latina, para los pueblos andinos el consumo de la hoja de coca está asociado a rituales ancestrales y un recurso que en la época mas dura de la colonización mitigaba el hambre, el cansancio y la sed en las minas de Potosí por ejemplo, luego de ser readmitidos en la Convención de Viena, Bolivia se ha trazado la meta de industrializar la Coca. Se ha explicado en centenares de foros internacionales que la cocaína es un proceso químico complejo, que no guarda relación ninguna con el masticado de la coca. Esta victoria en la ONU, representa una posibilidad de respeto a las prácticas cultural de numerosos pueblos indígenas de la Región: como los Huicholes con el peyote en México, los Huotuja y Yanomanis con el Yopo en Venezuela. El consumo de alucinógenos propios como parte de ceremonias y rituales indígenas difiere del consumo de alcohol u otras drogas modernas, algunas legalmente comercializadas e inducidas por la cultura Occidental y que han devenido en un grave flagelo para estas comunidades.
La industria del narcotráfico para nada es rudimentaria, emplea a miles de mercenarios, científicos, políticos y funcionarios públicos, en una permanente batalla de los carteles de la droga contra los Estados o sus poderosos rivales, desencadenando miles de muertos a lo largo de la ruta que en América Latina conduce a EEUU. La lucha contra el narcotráfico también permite el fortalecimiento de la hegemonía política, el programa de “Certificación” de los estadounidenses con sus franquicias de la DEA, es una muestra de cómo incidir en las políticas domésticas sin demostrar resultados reales en la disminución del narcotráfico. El plan Patriot pensando para Colombia y la región andina por EEUU, contenía a lo largo de sus páginas estrategias militares pero ninguna alternativa para la sustitución de los cultivos de Coca, con las fracasadas fumigaciones con glifosato altamente contaminante, se afectaron las principales cuencas hídricas que comparten Ecuador y Colombia, sin una alternativa productiva al campesinado colombiano ya desmejorado históricamente por el problema de la tenencia de la tierra.
En algunos países caribeños el consumo de cannabis está socialmente aceptado, caso similar ocurre en Uruguay, donde el congreso ha abierto el debate sobre la legalización de la marihuana. El problema de fondo en la región, es que la lucha contra el narcotráfico involucra cada día un desafío por controlar un fenómeno transnacional, que consume recursos que serían vitales para el desarrollo social, mientras la respuesta de los principales mercados es fustigar la producción primaria, obviando que el narcotráfico se organiza con armas no producidas en la región y el éxito de su comercialización va aunado al modelo cultural occidental que refuerza el consumo de drogas como salida al vacío social.
@josefortique