La figura de Maduro comienza a calar. Su campaña comienza a tomar vuelo.
No tuvimos tiempo para secarnos las lágrimas, cuando ya estábamos en campaña.Apenas se extinguieron los últimos llantos, y ya teníamos que reír juntos en medio de un acto electoral.
Pasamos de las lágrimas de un funeral a las risas que nos inspiraba un Maduro y su baile "Nicolás, Nicolás, Nicolás...". Poco fue el tiempo que la Real Politk nos dio para levantarnos del asombro de la muerte temprana de Chávez, cuando ya teníamos que concentrarnos en defendernos de los ataques del adversario político y en las respuestas certeras contra éste.
Vaya qué dura es esta situación de dualidad emocional, de esquizofrenia colectiva a la cual nos obligan las circunstancias. Arroz con mango de sentimientos que sólo soportamos por tener la clara convicción de que Chávez hubiera hecho lo mismo: no se hubiera detenido en el sofá de las lágrimas, sino que hubiera apostado al trampolín de la sonrisa, del chiste, de la lucha contenta, mamadora de gallo, caribeña.
¿Cómo entender que tenemos que compartir el dolor de esta pesadilla, que es la muerte de Chávez, con la atención a los resultados de las encuestas? Tener una pata aquí y otra allá es el duro reto de estos tiempos raros, inclementes.
Recordar desde el infierno que, de pronto, ya Chavéz no está en una transmisión en "vivo y directo". Apostar al paraíso de una victoria electoral el próximo 14-A dedicada a él.
Los resultados de Hinterlaces, Datanálisis, Ivad e ICS, en los cuales se habla de una victoria de Maduro, por al menos 18 puntos, son como oasis en medio de la profunda tristeza por un Chávez a quien todavía lloramos en medio de la lucha.
Ahora qué decir de un Maduro que, además de todo lo antes descrito, debe tomar el testigo y reemplazar lo irremplazable; crearse una personalidad política que sea, a la vez, inspirada en Chávez, pero que, al mismo tiempo, no se pierda en una copia del Comandante. El reto de Nicolás Maduro es inmenso, se escapa de vista.
También es colosal el reto de un pueblo entero que, aunque sea natural, no puede caer en la tentación de comparar lo incomparable, de quedarse anclado en la injusticia de una muerte e, incluso, en la crítica fácil, inclemente.
Por ahora, como lo dijo entonces Chávez, debemos centrarnos y concentrarnos en una victoria que sólo será el fruto de la suma de votos, de emociones, de percepciones, de puntos de vistas.
El milagro de Chávez, como lo dijo recientemente el escritor colombiano Ospina, no fue el socialismo del siglo XXI, sino, más aún, la democracia del siglo XXI, en la cual las puertas están abiertas a todos los ciudadanos patriotas, nacionalistas, bolivarianos, trabajadores, soñadores de una soberanía y una justicia social que nos hagan iguales.
Sólo habrá socialismo del siglo XXI, allí donde haya verdadera democracia inclusiva del siglo XXI.
Ese fue el reto de Chávez. Esa fue la orden que se le dio a Maduro. Esa es la esperanza de todo un pueblo. Sumar y en ningún caso restar. Sumar, aunque algunas veces duela. Sumar siempre y en todo lugar.
No tengamos, pues, vergüenza, ni pudor, ni pena alguna, de secarnos las lágrimas y reír, y después volver a llorar en medio de la lucha cotidiana, y recordar a Chávez y, al mismo tiempo, apoyar a Maduro.
No tengamos miedo del maldito miedo de no tener más a Chávez, en lo efímero de la circunstancia; pero tenerlo, eso sí, eterno, en cada acto que de ahora en adelante hará éste, su pueblo.
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