El cardenal Urosa Savino se despertó con buen ánimo y después de rezar cinco Ave María y tres Padre Nuestro en latín y saludar a Enrique Capriles por el celular en italiano, se echó la cruz tres veces en paz y, al fin se levantó y con una calma de cuaresma se vistió con las prendas de su oficio que lo mantienen cerca de dios que, después del ajetreo de la elección del Papa Francisco en Roma: venía con ganas de meterse en la candela y recuperar el tiempo perdido de su vida política como jefe de la CEV y, consejero permanente de la oposición.
Todo a su tiempo cardenal. Se recomendó él mismo y con su fe de buen pecador y predicador alzó la vista al cielo y, con sus ojos expectantes de sabiduría piadosa examinó el firmamento y exclamó: hoy tengo que jalar muchas orejas con el Nazareno y, poner en su santo lugar a mis ovejas descarriadas que han brincado el redil de la devoción católica. ¡Alabado sea el Señor!
Apenas me fui por unos días –consideró su ida- y, estos chavistas malcriados le andan buscando cinco patas al gato de la irrealidad con una aritmética que no cabe en ninguna imaginación que haga posible que un mortal se acerque a nuestro dios, el todo poderoso -¡y, qué es eso! Acaso quieren jugar con candela maquiavélica. ¡Tengo que actuar! Y hacerles ver que la espada de Bolívar todavía anda en la tierra no camina allá arriba.
Ordenaré ideas –fue lo que inmediatamente pensó: el cardenal- que hagan posible que mi sermón llegue al Vaticano y se den cuenta allá que acá somos implacables con los pecadores cuando de defender a dios se trata y, con el verbo de mi conjugación todopoderosa cuidaré de no empañar mi cáliz con apretujar mi rabia a otros corazones que, como el mío viven de la paz de la unión que es lo que necesita el país en este momento de flacuras y de riñas políticas.
Quién les dijo a ellos que un mortal se podía comparar y estar a la par de nuestro único dios. Eso es una blasfemia quimérica sin contorno. ¿En qué siglo vivimos? Por muy leal y poderoso que sea la personalidad tratada, jamás de los jamáses, tiene aún ese privilegio de acercamiento por muy grande que haya sido su obra social, pues las revoluciones se dan en la tierra y no en cielo, donde los socialistas no existen ni tienen vida.
Si los mortales venezolanos quieren vivir como dios manda: tienen que renovar su fe y discutir solamente la palabra del señor y, no la palabra de los chavistas –reconoció el cardenal- frente el altar de sus lágrimas corrugadas. Y observó además, que la violencia está bien presente entre nosotros.
Insistió el cardenal en su homilía meridiana que, tenemos que hacer actos de piedad para extraer con pinzas de razón cristiana el odio y el rencor de nuestros corazones y debemos vivir dentro de una gran fraternidad. ¿Qué es eso? –preguntó- de rebajar a dios a la condición de una persona o de un líder (que no lo dijo). ¿Es qué acaso? Volvió a preguntar, Jesucristo no es dios que es el que tiene todo el poder. Y aseveró, no podemos igualar a ningún gobernante, héroe o personaje (Chávez en particular) con Jesucristo. Eso es alevoso e ignorancia pura de seres que quieren trepar alto –no lo dijo, pero lo pensó.
Tienen que darse cuenta hermanos míos –predicó- que lo humano no cabe al lado de Jesucristo. Ése –dijo, es nuestro divino salvador que el día menos pensado vendrá a salvarnos -¿de quién cardenal? De los chavistas –pudo haber respondido.
Y, finalizó con la misa del Nazareno con estas palabras tatuadas de amor: Vivan en paz. ¿Qué es eso de querer poner a jugar metras a un humano con Jesucristo? Eso no cabe en el orificio de una aguja, ni de vaina. Y se persignó alabando a su Jesucristo.
Y sucedió algo que no estaba en el programa de la misa que un señor vestido de Nazareno, gritara: Viva Chávez -carajo.
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