Más a esos arrebatos del corazón, unía un amor infinito. Ignoraba que los hombres de poderosa imaginación suelen ser como las águilas de poderoso vuelo, inhábiles para andar por la tierra. ¡Quién sabe sí, preso en aquel amor infinito, sin las tempestades que lo asaltaron!
El Líder Supremo de la Revolución es más artista que el filósofo, pero su arte está subordinada al pensamiento, y debe seguir el raciocinio. Orar no es cantar, es raciocinar es convencer, es persuadir. La armonía, la belleza, deben ser auxiliares del raciocinio, destinadas a conseguir más pronto que tarde su triunfo. Pero Chávez es un ser que se escapa al análisis como el dogma, y que se pierde de vista como el águila, cuando deja su nido y se va por las alturas etéreas en busca de luz que aún no despunta, mientras los demás seres duermen profundamente en las sombras sin presentir el nuevo día; es algo de incomprensible, como las profecías, como los presentimientos, como los sueños.
Las ideas más humanitarias batallarán en su cabeza y saldrán a borbotones de su boca. Su genio marchará con la fatalidad del torrente, ya ruidoso; ora despeñándose por las oscuras breñas en espumosa cascada, ora durmiéndose tranquilo y celeste en murmurador arroyo, para repetir las estrellas de la noche, ora entrando, poderoso río, en el océano insondable de la eternidad. Así es que en Chávez podemos casi hacer el examen de conciencia de una época: podemos sus dolores, sus aspiraciones, sus crisis de reacción, sus ímpetus de progreso, sus batallas internas, sus ideas.
Pero cuando quiéranos buscar la leyenda de estos tiempos, lo que todos hemos sentido; nuestros desfallecimientos morales, nuestras cóleras por la adversidad; las esperanzas que hemos concebido por los orgullosos triunfos de la Revolución; cómo imaginamos el país y cómo nos proponemos reformarlo; nuestra concepción sobre las diversas épocas de la Historia, a tanta costa escrita con la sangre del pueblo; nuestras dudas, nuestros temores y nuestra fe servida con la exaltación del martirio, leed las indicaciones del Comandante Chávez. Al lado de Chávez donde la luz centellea con reflejos increíbles en horizontes infinitos, un abismo insondable, al lado de una tierra árida, un bosque perfumado por todas las flores de la tierra y henchido con los cánticos de todas las aves del cielo; pero su obra es todo el universo, su conciencia es la duda y la fe, la afirmación y la creencia; todo su siglo.
A pesar de que haya intentado la gazmoñería burguesa retratar a Chávez como un monstruo, capaz de todos los vicios y de todos los crimines, este corto tiempo de su vida entre nosotros fue verdaderamente humana, y aún examinándola con detenimiento, se descubre antes el vértigo que el propósito deliberado de obrar mal, y antes el aturdimiento que la perversidad. Una idea absorbe en tales términos la vida, que no deja espacio al corazón para pervertirse, ni tiempo material a la voluntad para ocuparse en el mal. El placer infinito del trabajo, de la elaboración lenta de una obra, de las continuas contemplaciones de esos tipos que vagan en la mente, quita en verdad todo gusto por las bajas pasiones de la materia. No hay ningún goce físico que se parezca al goce espiritual de las grandes creaciones artísticas o de los grandes pensamientos científicos. Chávez había nacido para amar y ser amado.
Sí, aquel hombre a quien presentaban sus enemigos como indiferente a todos los dolores humanos, como dudando de todas las ideas, despreciador de sus semejantes y enemigo del pueblo; dado sólo al culto de su humanidad y al desenfreno de sus vicios. Tenía allá en el fondo de su grande alma un altar reservado para la religión de los oprimidos, y la fe siempre viva en el progreso del pueblo, que es al cabo el cumplimiento de las leyes divinas de la justicia sobre la faz de la tierra. No había sólo un pensamiento de egoísta amor propio en la justa impaciencia de Chávez por alcanzar los derechos que le tocaban: había el nobilísimo amor del pueblo, como lo demostró empleando su poderosa palabra a favor de los pobres, y esparciendo así las semillas de las instituciones que debían brotar en nuestro tiempo; profeta, como todas las grandes inteligencias, de un nuevo mundo social.
Pero un día, en la primavera de su vida, en la flor de su plenitud, empezamos por ver morir una de las personas más queridas, el hombre más amado; el amigo con quien habíamos compartido nuestras alegrías. Ese contrasentido de la muerte nos hiere en la mitad de la frente y en mitad del corazón. Lo que más extrañamos es la continuación de nuestra vida, después de la desaparición de aquella vida sin la cual creíamos imposible vivir. Con el ataúd querido entregamos a las mordeduras de la muerte un pedazo de nuestro corazón. Y no solamente enterramos nuestras afecciones, sino que enterramos nuestras ilusiones, nuestras esperanzas.
No conozco un monstruo más terrible ni más arbitrario que la oligarquía. Un tigre puede rasgarnos las carnes: pero el racismo, el despotismo, la explotación, y sus medios de comunicación, desgarran las conciencias y las entrañas. ¡Esa es la oligarquía! Pero es necesario comprender que la libertad no es un don gratuito un objeto de juego y de lujo: se obtiene con una grande madurez de juicio, y se consolida con una grande severidad de costumbres y luchas. Los pequeños sacrificios que puedan exigírsenos, se compensan sobradamente con esa libertad tan necesaria y tan satisfactoria como la voz de la conciencia tranquila y virtuosa.
Es dificilísimo explicar esta idea, a individuos habituados a vivir en el despotismo.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cinco cubanos héroes de la Humanidad!
¡Ahora más que nunca —con— Chávez!
¡Independencia y Patria socialista!
¡Viviremos y Venceremos!
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