Después de ver la tremenda concentración del día de ayer en las siete avenidas de Caracas y de escuchar a Nicolás dirigiéndose a los millones que estábamos acompañando a Chávez en su lucha y compromiso de este próximo 14-A, me entró una profunda tranquilidad y euforia patria. Sentir de cerquita a los camaradas llorar, sufrir, reír, emocionarnos, saltar y manifestar a grito pelao nuestro compromiso con Chávez y ahora con Maduro, fue emocionante, motivante y movilizante.
No se equivocó Chávez al escoger a Maduro, lo digo sin cortapisa. Compromiso, lealtad, sensibilidad, claridad y humildad. Compararlo con el Gigante es injusto, tienen su propio estilo y cada vez más este último, está imponiéndolo.
Les confieso que al principio tenía mis dudas pues sentía que a Maduro le había caído un peso demasiado grande para sus hombros. Imagínense tener que cargar con el peso histórico del legado del hombre más grande la de historia venezolana reciente. Sin embargo, el Comandante hasta en eso fue hábil y sagaz. Grande Chávez, Gigante Chávez, él sabía que para afrontar los retos que nos impone la crisis del modelo capitalista – tal y como él lo hiciera-, necesitábamos un político con mayor capacidad de escuchar su interior y de compartir experiencias de profunda e intensa concentración personal, con una espiritualidad humana, profundamente humanista, ello como base de otra forma de hacer política.
Sabía que necesitábamos un político con una rica vida interior que pudiera servir mejor a los fines de lo público. Un político que hablara con y desde el corazón –que dijera la verdad, más allá de lo dura que ésta pueda ser. Y en esto se nos ha convertido Nicolás.
Quizá la sobresaturación y la omnipresencia del Comandante Supremo no nos permitían ver en todo su calibre y esplendor este otro líder que permanecía allí humildemente a su lado, aprendiendo de él. Llegado el momento de su partida se hizo patente la preparación a la que fue sometido Nicolás por el Presidente Chávez. Probablemente sabía que no le quedaba mucho tiempo y que su paso iba a ser fugaz y por eso aceleró todo: su incansable afán porque todo se hiciera rápido y bien a lo mejor tenía asidero.
No te equivocaste Comandante y eso me tranquiliza, seguiremos teniendo Patria por ti y para ti, como un homenaje supremo a tu sacrificio de vida. Dejaste el pellejo en ello y nosotros al próximo 14 A también lo dejaremos no te fallaremos: Lo Juro!!
Recordemos en estos momentos a Jorge Luis Borges en su Oda escrita en 1966, quien nos describiera que es la patria
Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.
Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.
La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.
alecucolo@cantv.net