¡Qué tal camarada! Descansando un poco de la programación fascista del golpe de estado. Planificaron acciones simultáneas en todo el país y en diversos puntos, viviendas, centros especiales, etc.
Me perdonas el lenguaje de una frase que expresaré más adelante, pero el sentimiento de indignación que me conmueve por la muerte de 8 venezolanos y cientos de heridos por una planificación internacional contra la Revolución chavista me obliga: “estos dirigentes de oposición y sus medios de desinformación por cómplices son unos sucios perros asesinos” “una cochinada nacional”.
Presos los dirigentes y actuantes y cerrados o censurados los medios deberían quedar.
Este 19 de Abril es doblemente histórico, el inicio de la Revolución americana del siglo XIX y la continuación de la del siglo XXI.
¡Viva Maduro!
No recuerdo de dónde saqué este interesante artículo de algunas frivolidades para la celebración de esa fecha, lo escribió una colombiana, y me permito someterlo a tu consideración.
Hoy me voy a referir solamente a la gran fiesta patriótica del 19 de abril y sin ir más lejos digo que mejor sería describir esas noches gloriosas de juego, borrachera y amor del bueno que tuvimos en Cartagena desde fines de 1821 hasta abril de 1831, bajo la jefatura suprema de don Mariano Montilla.
Sin embargo, don Carlos Vidales (historiador) exige que me concentre en el 19 de abril. Lo que él habla es de la fecha patriótica de Caracas, el 19 de abril de 1810, cuando el pueblo decidió formar la primera Junta. Porque han de saber ustedes que los caraqueños se sacudieron el poder español antes que los santafereños. Además, si me permiten que me vaya un poquito por las ramas, los caraqueños fueron al grano y hablaron directamente: "No lo queremos", le dijeron al gobernante peninsular. En cambio los santafereños, un poquito más hipócritas, hicieron un escándalo con un pobre señor a propósito de un florero y sacudieron a la destartalada capital del Reino hasta que se cayó el virrey.
Ya una vez le conté a don Carlos Vidales cómo era eso del 19 de abril en la época de la Gran Colombia. De ahí salió un artículo que don Carlos publicó con su firma, sin siquiera mencionar mi asesoría histórica. Ahora yo voy a usar ese artículo para mi crónica, porque estoy muy cansada para ponerme a escribir un chisme nuevo. Ahí va.
En la época de la Gran Colombia, el 19 de abril era el día nacional de todos y se festejaba por lo tanto en Venezuela, Nueva Granada, Panamá y Ecuador. Había fiestas aristocráticas y fiestas populares. Los señores Libertadores, caudillos militares y otros Padres de la Patria comenzaban el día con un Te Deum en la catedral o la iglesia principal del pueblo, después de lo cual presidían una parada militar muy alborotada por las bandas de músicos, los ladridos de los perros, la algarabía de los niños y el estampido de los "cohetes y otras pólvoras; continuaban con un almuerzo pantagruélico en alguna de las casas más honorables del lugar, pasaban la tarde jugando al "tejo" o al "sapo" y durmiendo la siesta a ratos, mientras las señoras concertaban matrimonios, compartían chismes y preparaban los dulces y tortas de la cena próxima.
El populacho, entretanto, corría desbocado por las calles polvorientas gozando de la chicha gratuita que repartían los próceres en las entradas de los zaguanes, o improvisaba bailes en las plazas y parques, bajo la mirada curiosa y coqueta de las señoritas ocultas tras los postigos medio entornados de las casas "de gente bien".
A las seis de la tarde se iniciaba el baile en la casa principal de la localidad, presidido por el Libertador más importante del lugar. En Cartagena, el general don Mariano Montilla era el centro de las fiestas más brillantes y ruidosas en la historia de la ciudad. Su magnifico uniforme constituía por sí solo un espectáculo que ni siquiera los más opulentos virreyes habían logrado escenificar con tanto color y lucimiento: frac militar con bordados de hilo de oro reluciente sobre paño azul oscuro y raso rojo, charreteras que en Europa habrían causado la envidia de cualquier mariscal, sable con puño de oro, arreos de cordón tricolor, sombrero napoleónico con plumas amazónicas y, en fin, pantalones blancos de lino ajustados a unas piernas que siempre causaban la admiración boquiabierta de hombres y mujeres. Porque el Benemérito General don Mariano Montilla, de la Orden de Libertadores, Jefe Supremo del Departamento del Magdalena, tenía unas extremidades inferiores muy superiores.
En Quito presidía las fiestas el general don Juan José Flores, uno de los preferidos de Bolívar, muy joven y apuesto, temido por su valor y su crueldad con el enemigo, y poseedor de una elegancia severa, de estilo militar, que no le impedía buscar en las sombras de los aposentos una que otra aventura con las menudas damiselas de la aristocracia quiteña. Era alto y muy delgado, tenía la frente amplia, la barbilla poderosa, los bigotes negros y elegantes. Su uniforme, rutilante de condecoraciones y terciado por la ancha banda tricolor, causaba sensación en el Te Deum y conquistaba el corazón de las damas. Flores no había vuelto a reír en público desde que el guerrillero realista Agualongo lo derrotara implacablemente en Pasto, por dos veces consecutivas, y esta seriedad trágica y profunda causaba un efecto admirable en el alma romántica de las mujeres quiteñas.
En Santa Fe, el dueño de la situación era el general don Francisco de Paula Santander porque el Presidente, don Simón Bolívar, nunca estaba ahí y se la pasaba haciendo campañas militares y libertando pueblos y planeando la independencia de Cuba, Puerto Rico, las islas Filipinas, las islas Canarias y la isla de Chiloé. Además prefería pasar la fiesta patria en compañía de Manuelita Sáenz, a quien los bolivarianos llamaban "la divina Manuela" y los cachacos aristócratas "la barragana del Libertador". Como se sabe, "barragana" es una palabra antigua que significa "concubina, amante, amancebada, moza" o cosas por el estilo, conceptos que los hipócritas santurrones empleaban en aquellos tiempos para mostrar su desprecio por el amor sincero.
Santander comenzaba el día como todos los demás jefes: en la misa del Te Deum. Inmediatamente después presidía la reunión de su logia masónica, de la cual era Maestre. Allí discutía con sus amigos librepensadores algunas máximas heréticas y otras porquerías anticlericales. Luego salía, acompañado de sus secuaces, a recorrer las chicherías populares, reuniéndose con la plebe y tomando chicha con la gentuza, con gran escándalo de los petimetres, aristócratas, zanahorios y otros mequetrefes por el estilo.
Cerca del mediodía se hacía una pequeña parada militar y luego los escuadrones y regimientos se disolvían y cada soldado corría a su fonda preferida, a consumir fritangas, chicharrones y longanizas, con el bono de premio que Santander repartía para que la tropa se divirtiera a su gusto. Hacia las dos o tres de la tarde, el general Santander visitaba a sus amigas las señoritas Ibáñez, quienes le ofrecían chocolate con colaciones, almojábanas, garullas, mantecados y panuchas de arequipe, todo remojado con una copita de oporto o un vino de madeira. Luego de una tertulia muy amable, en la que no faltaban los chismes inocentes y uno que otro chistecito contra los curas, sacristanes y monaguillos, se iban todos, muy compuestos, al baile social organizado por algún magnate local.
Los bailes de la noche, en sociedad, terminaban a eso de las once y media. A medianoche, los señores Libertadores y patricios quedaban libres, porque sus esposas y queridas se iban a dormir, o por lo menos a intercambiar chismes. Entonces comenzaba la gran fiesta patriótica para los grandes caudillos. Había por aquel entonces en la sombría capital de la Gran Colombia, algunas "casas de señoritas", de movida y alegre reputación, a las cuales solían acudir los oficiales del Ejército Libertador, con el patriótico propósito de beber horchata, ingerir colaciones y compartir sus enfermedades exóticas, contraídas en gloriosas campañas y remotas tierras, con las señoritas complacientes y retrecheras que constituían el personal de aquellos antros deliciosos.
Era muy común que los próceres de más peso hicieran visita allí, conversando democráticamente y relatando anécdotas de sus vidas heroicas, mientras los más jóvenes o los más populacheros se refocilaban con alguna moza en medio de risas y cantos estrepitosos. El benemérito general Hermógenes Maza, de la Orden de Libertadores, masacrador implacable de españoles, cubierto por todas partes de horribles cicatrices ganadas en los más gloriosos macheteos de la historia republicana, repartía juramentos, gritos obscenos y otras frases conmemorativas, en medio de la admiración de los novatos.
Porque a medida que, en la cama, la moza de turno iba lamiendo las cicatrices de Maza, éste iba gritando el nombre de las batallas o las escaramuzas donde se había ganado esas marcas. ¡Esos eran machos, coño!
Montilla, en Cartagena, se iba a los casinos en las barriadas populares, con un maletín lleno de monedas de oro y billetes de banco, y junto con los otros oficiales de su Estado Mayor jugaba y bebía hasta el amanecer, echando chistes, bebiendo ron y perdiendo su fortuna del modo mas alegre posible. Era cliente muy asiduo de nuestro salón de juegos en Getsemaní. Hubo noches en que perdió cinco mil pesos de la época, suma que bastaba para comprar tres casas.
Un oficial sueco, legionario en el estado mayor de Montilla, el Conde Federico Tomás Adlercreutz, se encargaba de organizar las parrandas más alegres y chispeantes para su benemérito jefe, mientras que otro legionario, el irlandés O'Connor, desperdiciaba el tiempo tomando notas y escribiendo estos chismes para las generaciones venideras.
Flores, en Quito, se iba a la cama con alguna nueva damisela. En los últimos años de la Gran Colombia, sin embargo, prefería pasar la noche conversando con alguno de sus oficiales de confianza. Allí, en la tenue oscuridad de sus aposentos, bebiendo aguardiente y jugando a los naipes, se discutía la mejor manera de impedir que el Libertador Bolívar enviara un nuevo jefe para el Ecuador, o en todo caso, la mejor manera de conseguir que ese nuevo jefe no llegara vivo a su destino. Dicen algunos que esto fue precisamente lo que ocurrió con mi bello Antonio José de Sucre en 1830.
Santander también buscaba alguna damita santafereña para festejar el cumpleaños de la Patria. El prefería las mujeres casadas, que siempre le fueron fieles y le guardaron sus secretos con gran lealtad. Pero a veces, en lugar de acudir a los brazos de alguna señora distinguida, se quedaba vagando por los corredores vacíos de su palacio de gobierno, con un libro de Voltaire en la mano.
El tipo era verdaderamente un hereje. Pero además, Santander jugaba siempre con cartas marcadas, porque él festejaba tanto el 19 de abril como el 20 de julio, de manera que, mientras el resto de los grancolombianos tenía solamente un día patriótico, él tenía dos. Los curas y los godos lo odiaban, pero en cambio era muy popular en las chicherías, las galleras y las tabernas de mala vida y peor muerte.
Al día siguiente, 20 de abril, todos los grancolombianos despertaban con "mal de cuerpo", estragados por la orgía catastrófica de la jornada anterior, y a ningún idiota se le ocurría pensar que el 19 de abril era un día de Venezuela y no de la Nueva Granada ni del Ecuador, porque todos, los buenos y los malos, los ricos y los pobres, los avispados y los tontos, éramos hijos de la misma patria, miembros de la misma familia y habitantes de la misma nación.
Tiempos buenos, aquellos.
¿No les pareció una simpática historia de lo mundano de los tiempos de la independencia?
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