I.- INTRODUCCIÓN
En el año 2012 habiamos alertado sobre la posibilidad de un escenario electoral casi idéntico al que ocurrió el 14 de abril de 2013 (i), escenario que podía ser mucho más probable luego de la partida física del Presidente Chávez el 5 de marzo de 2013. Muchas voces críticas habian alertado, incluso desde la más absoluta lealtad con la revolución bolivariana, sobre las tendencias erradas y negativas en la revolución, agravadas por su indefinición con relación al proyecto socialista efectivamente aplicado, tanto en el cuadro de políticas públicas como en la praxis de los factores de apoyo al proceso.
La situación interna de recomposición de fuerzas en la revolución, luego de la partida física del Presidente Chávez, la táctica de la oposición de proyección de intrigas en el seno del “chavismo”, la carencia de un análisis de resultados de las elecciones de gobernadores del 16 de diciembre de 2012 (que colocase el acento en la perdidad de votos y en el análisis de valores absolutos de los mismos), junto con la prudencia ante el clima emocional interno ante los eventos sobrevenidos, contribuyó a que no publicaramos datos y proyecciones que desafiaban frontalmente la “tesis del triunfalismo” vehiculizada por el marketing de las “encuestas”.
Si algo ha sido quebrado en su médula, es el mito de la “invencibilidad de la revolución chavista sin Chávez”, mito electoral que trató de posicionarse-proyectarse luego de los resultados electorales del 16 de diciembre de 2012, por parte de la dirección del aparato-maquinaria del PSUV. Este mito intentó avalarse a partir de encuestas que en su mayoría otorgaban ventajas entre 8-20% a favor de una candidatura bolivariana.
Luego de la lamentable partida física de Chávez el 5 de marzo, y del anuncio de un nuevo proceso electoral el 14-A, la única posibilidad de coherencia ideológica y política era “cerrar filas con la alta dirección de la revolución bolivariana”, no eran tiempos de otorgarle posibilidades a las tácticas divisivas, no por disciplina ciega y automática, sino porque a pesar que la política de las 3R había sido completamente enterrada por el alto gobierno y el PSUV, era evidente que se ejecutaba ( y aun se ejecuta) desde factores internacionales y desde el campo opositor, un plan de acción para el desconocimiento de resultados y de acciones divisivas para desestructurar y debilitar al campo bolivariano.
Sin embargo luego del 14-A, la gravedad de la situación política obliga a dar cuenta de lo sucedido. Hay quienes no quieren mencionar la frase “crisis electoral en la revolución bolivariana”. Pero eso es lo que muestran rigurosamente los datos. Que la “crisis electoral del chavismo” se convierta en una crisis política de legitimidad y de gobernabilidad, requiere de multiples mediaciones y condiciones. La alta dirección política del proceso bolivariano tiene la altísima responsabilidad de evitar que se desencadene tal crisis política, sobre la cual gravita una profunda crisis de hegemonía ideológica del proyecto socialista.
Para evitar que se active una crisis política, es preciso consolidar un “gabinete de crisis”, más allá de las formalidades del gabinete de ministros, así como una convocatoria amplia a la integración de una plataforma revolucionaria de actores, movimientos y fuerzas, evitando que los factores de debilidad que gravitan sobre el manejo de la política económica y sobre la situación social del país, conformen un verdadero torbellino de contradicciones que dificulten la gobernabilidad.
Todo esto, para asumir un plan de acción para la recuperación no sólo de la fuerza electoral debilitada, sino para fortalecer la fuerza política, intelectual y moral de la revolución bolivariana, superando la tendencia evidente de desgaste que ha ocurrido en sólo 6 meses entre octubre de 2012 y abril de 2013.
Por tanto, es pertinente no un saludo a la bandera del llamado “Golpe de Timón”, sino a agarrar al “toro por los cuernos”; pues desde nuestro punto de vista no ocurrió una sorpresa sino la eclosión de una tendencia electoral latente que forma parte de un trasfondo errático de la conducción del proceso, relacionada con el desgaste, el malestar, desencanto y descontento de las bases sociales de apoyo de la revolución bolivariana frente a la gestión del gobierno como a la dirección política, ocultada por aquellas voces que manejaron irresponsablemente la “tesis del triunfalismo” y del “aquí no hay errores, debilidades ni problemas”.
La partida física de Chávez, como hecho completamente indeseable, tomo descolocados a los afectos de la mayor parte del pueblo bolivariano, dando paso a una inédita, corta e intensa campaña electoral (que “iba por mal camino” de acuerdo a varios analistas), abriendo expectativas para una “victoria con sabor a derrota”, “la implosión electoral del chavismo”, o “el quiebre definitivo del triunfalismo”.
Lamentablemente, un escenario como el que sucedió no era posible esperarlo como pronóstico, pero comenzó a hacerse probable en la medida en que el factor que inclinaba la balanza a favor de la revolución salió fuera de la escena: el liderazgo de Hugo Chávez.
A partir de lo sucedido no hay que hacerse los locos, los ciegos o meter la cabeza en el agujero del “borrón y cuenta nueva”. Algo debe aprenderse de lo sucedido el 14 de abril.