Lo que uno descubre cuando hace mercado

Recuerdo que en una campaña electoral al candidato de COPEI, Eduardo Fernández, le hicieron una pregunta en un programa de televisión: “¿Cuánto vale un paquete de harina pan?”, y el tipo quedó patéticamente zarandeado, con los ojos redondos y sin vista.

Cuando uno va al mercado se encuentra con una gran parte de la cruda realidad nacional: un abejorreo de murmuraciones, malos gestos, caras ajadas, indignaciones acumuladas, miradas de frustración ante el precio de un artículo o la falta del mismo, incertidumbre, pena, desengaño y hasta cansancio de la propia vida.
El niño que sujeto a las faldas de la madre pide algo básico para su alimentación y que no se le puede complacer; el ambiente cargado de indignación ante la insólita y desbordada especulación porque un determinado producto ha quintuplicado su precio.
Y tantas preguntas que se le cruzan a uno por la mente mientras recorre los estantes: ¿Quién decide estos precios?, ¿quién los controla?, ¿Hacia dónde vamos si esto sigue así?, ¿Para qué Indepabis?, ¿Por qué casi todo depende del dólar paralelo?, ¿En qué nos podría ayudar el haber ingresado a Mercosur?, ¿Cuándo produciremos suficiente pasta dental, papel higiénico, aceite, leche en polvo, harina pan, jabón de baño, toallas sanitarias,...?

La mayoría de esa gente que va de compras, una o dos veces por semana, no conoce de marxismo ni de neoliberalismo, de la mano invisible del libre mercado, de los argumentos contra el metabolismo del capital de Itsvan Mészaros, de las leyes de la oferta y de la demanda. Ni de la guerra oculta del capital contra nuestra revolución. Ni de los sacrificios que habría que hacer para sostener esta revolución contra los sabotajes de las transnacionales y de los empresarios estafadores y explotadores del pueblo venezolano.

Y cuando llegan a la caja registradora para pagar y comienza a ver cómo los dígitos de lo que tiene que pagar sobrepasa su dinerito, entonces clama al cielo porque alguien con reales cojones le dé un para'o a esa desgarradora realidad. Y de esas compras sale con un sabor extraño y penoso en el alma. Con un malestar plagado de impotencia. Se retira enfermo a su casa a colocar las pocas cosas que compra en los anaqueles vacíos, y a sentir que esto va muy mal. Qué puede hacer él, diminuto ser en la galaxia de esta inmensidad de canallas, malévolos y apátridas. Que cuando sale de su casa se encuentra con el mar de lamentaciones que profiere la vecina, el amigo, la madre, el tío, la abuela...
Y entonces también traga con amargura lo que prepara en su quehacer diario, porque todo se va consumiendo, y tendrá de nuevo que hacer el calvario entre estantes que le sacuden y le humillan dentro de dos o tres días.

Contra eso, para un grueso de la población no valen promesas ni ideales, ni proyectos sublimes de redención a largo plazo, al menos de que en esos seres ambulantes por los mercados, ocurra un milagro de iluminación y logren entender algo que les cale hasta más allá de los huesos. Y es que hay contra nosotros una guerra sorda, solapada y monstruosa del maldito imperio gringo. Y que hay que llenarse de valor, de sacrificio y entereza para poderla enfrentar y algún día vencer. En eso se le fue la vida a nuestro querido Comandante. Cuando se nos fue llorábamos por él y por nosotros también.

Uno desea que ese milagro lo puedan llegar a ver muchos compatriotas. ¿Cómo podría lograrse eso? Imagínense lo que eso implica. Y peor todavía cuando a esos compatriotas lo ponen a decidir su destino en una elección cuyos elementos todos de propaganda están controlados por los medios poderosos, por el capital, por la confusión y la maldad.
Ya la Pelona nos cogió sin estar confesados...


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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