No habrá nada ni nadie que haga decir al ex candidato presidencial del imperio norteamericano que perdió las elecciones. Primero porque es hartamente conocido que con su derrota anunciada tenían trazado un guión golpista, que comenzaron a ejecutar no reconociendo el triunfo del presidente Nicolás Maduro; segundo: es obvio que la gente no cayó en sus provocaciones ante el llamado que le hizo a sus seguidores de salir a la calle a descargar su arrechera, evitando una guerra entre hermanos.
La situación, por ende, no se salió de control. Sin embargo, las consecuencias de esa violenta invitación trajo los consabidos hechos de extrema gravedad que son duramente condenables e imposibles de soslayar: 9 muertos y unos 18 CDI destrozados, que pueden ser fácilmente investigados para establecer las debidas responsabilidades. Y he allí ahora el núcleo del asunto: esos delitos cometidos, la sangre derramada frente a frente a la justicia venezolana.
Gente de la oposición entre los que destacan personajes como sus mismos técnicos que participaron en las elecciones, el rector del CNE; Vicente Díaz, más recientemente el diputado Juan Carlos Caldera, han expresado que en efecto, perdió las elecciones, pero él no lo acepta. ¿Y por qué no lo admite si su derrota está confirmada hasta por sus propios amigos? No la reconoce porque precisamente quiere desvincularse de los hechos del 15 de Abril.
El postulado de la ultraderecha no enfrentará la justicia pacíficamente y de esa forma no le conviene hacer una oposición democrática, sensata, tranquila, sino que apuesta a seguir al golpe lento, la manipulación mediática, mantener el escándalo con su nueva estrategia “pica pacito”, hablar bajito con su cara de “yo no fui”, confundir, convencer de que lo asiste la razón en sus absurdos planteamientos y exigencias, hacerse la víctima, todo con el propósito de persuadir a sus seguidores de que no tiene nada que ver con esas muertes, a fin de conservar el respaldo popular dado el proceso judicial que se le avecina.
Por eso el pupilo del imperio exigió una auditoría, pero sea cual sean los resultados no los aprobará. Luego anunció que acudiría al Tribunal Supremo de Justicia y tiene las mismas intenciones. Cualquier decisión tampoco la compartirá. El bien sabe que los comicios no se pueden impugnar. Lo explica el abogado constitucionalista Herman Escarrá, que era bueno cuando lo vieron de parte de ellos, pero ya es malo porque se ajusta a derecho y dice que no hay un solo argumento debidamente estructurado, para pensar que se pueda anular la elección presidencial.
El ex candidato opositor acudirá después a los organismos internacionales y de esa manera mantendrá las falsas expectativas en gente que se encuentra convencida de que ganó los comicios, pero todo porque, repito, quiere continuar su delirio desestabilizador y evadir su culpabilidad para mantenerse intocable. De hecho ya un grupo de opositores viajó al exterior con el objetivo de deslegitimar, denigrar y despotricar del triunfo y del gobierno de Nicolás Maduro.
Pero el representante de la burguesía amarilla no podrá echarle tierra a su llamado cargado de rencor que, aunque no logró desatar la guerra civil con su arenga de arrechera, provocó tremendo desastre, la pérdida de vidas de gente inocente, honesta, trabajadora.
Las familias de las víctimas claman con insistencia que se haga justicia así como la población revolucionaria en general, porque quieren que pague, y él ante tal situación no puede parar su perversa aventura golpista.
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