Desafortunado de vivir en este paraíso

Cada día me levanto dándole gracias al universo por estar aquí en Venezuela, por ser venezolano, por siempre. Pudiera ser que algunos lectores piensen que lo que voy a decir es pura tontería, pero no me importa, le agradezco al Pueblo venezolano por mi felicidad.

Aunque para algunos venezolanos y venezolanas de haber nacido en Canadá, donde nací, pudiera ser considerado una bendición, para mí fue nada más que una casualidad, nadie me pidió permiso para nacer en un país que en su mayoría le cae nieve y frio durante 6-8 meses del año, donde los vecinos casi no se hablan, donde los Indígenas viven en reservas “adjudicadas” especialmente a ellos, donde si un peatón cruza la calle donde no sea “permitido”, le multan, y si eres Negro o Latino, o Musulmán, la policía te persigue. Crecí una parte de mi juventud en Montreal, la capital del robo de carros del mundo, en la provincia francesa de Canadá, donde los ingleses acorralaron a las “ranas” francesas y a la “mierda” irlandesa, como ganado, explotándolos durante más de 100 años, porque ellos se “atrevieron” a casarse con las Indígenas “squaw”.

Vine a Venezuela por primera vez, solo, cuando tenía 17 años de edad, para ser cura, trabajé como misionero en Santa Cruz y El Rosario, en el este de Caracas, en barrios sin luz ni agua, repletos de enfermedades y muerte, pero los curas me botaron, y me enamoré de mi esposa, y de Venezuela, y de su Pueblo sufriente y maltratado. Quise ver como era el mundo, en aquel tiempo que no existía el internet, cuando nadie sabía lo que ocurría de verdad en otros lados del mundo, cuando la gente del mundo supuestamente civilizado hablaba de la Unión Soviética, China, Vietnam del Norte, Corea del Norte, y Cuba, como si fueran países de extraterrestres malvados, hijos del diablo, un concepto que no podía creer. ¿No eran seres humanos, como nosotros?

Decidí que la vida era demasiada corta, y que para conocer le verdad, tenía que viajar, entonces, me organicé para trabajar viajando, y trabajé en 34 países, en guerras, golpes de estado, en desiertos y montañas, llanos, hielo, y selvas, antes de devolverme a Venezuela, donde vivo hoy.

Ya soy viejo, cansado de ver tanta gente morir bajo la mano sucia del imperio estadounidense, del capitalismo, y de sus aliados, y lacayos. Estoy cansado de ver que existe todavía gente en cualquier parte del mundo que anda infeliz, quejándose de todo, siempre, echándole la culpa a otros por su propio malestar, mientras que toman su whisky importado y desprecian al pobre. Pero, en realidad, ese cansancio se me quita cada vez que me despierto con las guacharacas en la mañana, con mi gran ventana sin rejas abierta, al lado de mi cama, y veo el cielo venezolano/colombiano aquí en el Táchira.

Lo que quiero decir aquí, es que cuando uno vive en el paraíso, donde yo vivo, y donde alrededor de 29 millones de personas viven, y si alguien no ha conocido el infierno, es muy fácil quejarse y echarle la culpa a alguien más. Yo, personalmente, tengo que echarle la culpa a Dios, por ser tan desafortunado de vivir en este paraíso.


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Oscar Heck

De padre canadiense francés y madre indígena, llegó por primera vez a Venezuela en los años 1970, donde trabajó como misionero en algunos barrios de Caracas y Barlovento. Fue colaborador y corresponsal en inglés de Vheadline.com del 2002 al 2011, y ha sido colaborador regular de Aporrea desde el 2011. Se dedica principalmente a investigar y exponer verdades, o lo que sea lo más cercano posible a la verdad, cumpliendo así su deber Revolucionario ya que está convencido que toda Revolución humanista debe siempre basarse en verdades, y no en mentiras.

 oscar@oscarheck.com

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