Dando pasos muy débiles nos rebelamos contra el poder español, el 19 de abril de 1810. Con el fracaso del Generalísimo Francisco de Miranda el 25 de julio de 1812, Venezuela regresó al sistema colonial; en noviembre de ese mismo año Bolívar solicita pasaporte para Curazao y desde allí viaja a Cartagena de Indias. Puede decirse que Bolívar pierde el sueño y el reposo para siempre, al entrar en un laberinto de sufrimientos y dudas sobre el destino del Nuevo Mundo. Nadie pareciera interesarse por nuestro destino. Está claro que Estados Unidos ya inmerso en negocios mercantilistas, no apoya en absoluto nuestra lucha de independencia. La Europa toda esta conjurada para que vivamos eternamente como colonias. La una hija perfecta de la otra. Escribe Bolívar sin cesar documentos y cartas, panfletos e ideas que dirige a todo aquel que pueda llegar a sentir alguna clase de piedad y compasión por el estado de esclavitud en que se encuentra nuestro continente. Sin ejército, sin dinero, sin recursos de ningún tipo, sólo puede contar con su talento, con su valor y con su genio político.
En el Manifiesto de Cartagena se rebela ante el Congreso de la Unión Granadina como un profundo visionario, pero esto no basta. Debe dar pruebas de que además es un estratega militar para que pueda recibir la ayuda que implora, y así invadir Venezuela con soldados neogranadinos. Desde este instante descubre el Libertador que antes que pedir es vital hacer.
“JOSE FÈLIX RIVAS” de Juan Vicente González (Prólogo de Rufino Blanco Fombona)
El peruano Lorenzo VIDAURRE, ante el cuadro que va a devorar a Bolívar, dice que era incapaz de verter una sola de gota por placer, pero que hubiera vertido toda la sangre del mundo de juzgarlo necesario para lograr la independencia de América.
Domingo Monteverde, vencedor del generalísimo Francisco de Miranda, consideró traidor a todos los súbditos rebeldes, y sostenía que eran demasiado suaves y liberales hasta las más horrorosas leyes de la Edad Media, por lo que a fin de cuentas vino a considerar que debíamos ser tratados únicamente por la ley de conquista, es decir por el capricho sangriento de los dominadores.
El orgullo de Bolívar, su patriotismo americano, tenía que exasperarse. Todo lo violaba Monteverde porque para éste ningún acuerdo o tratado podía valer frente a los súbditos rebeldes. Entonces Bolívar consideró que ante tal situación sólo cabía vencer o morir. Tenía que recordar que a León se le violó la fe jurada en 1749, y se ajustició a todos los comuneros del Socorro (unos 4000 al principio y luego alcanzaron uno 20000), luego de haberse jurado garantía sobre los Santos Evangelios por boca y mano de un príncipe de la Iglesia.
Horas de horror vivía Caracas: se asesinaba a los americanos por cualquier minucia y en las cárceles se moría por asfixia, y Monteverde aseguraba en sus expresiones que había descubierto que la indulgencia era un delito y que la tolerancia y el disimulo hacía insolentes y audaces a los criollos. Y escribió a la Regencia de España el 17 de enero de 1813 que había que exterminarse a los súbditos rebeldes como se habían exterminado a los indios.
El capellán de Monteverde, un tal Coronil, arengó en Valencia a una compañía de soldados que debía partir para San Carlos, que a de 7 años para arriba no dejasen vivo a nadie.
En enero de 1813 toda Venezuela estaba erizada de asesinos realistas espantosos: Zuazola (que desorejaba y cosía a sus víctimas espaldas con espaldas), lo mismo hacía Pascual Martínez (llamado el sultán de Margarita), Tizcar (gobernador de Barinas y quien disfrutaba matando a látigo), Antoñanzas (que despalmaba y hacía andar sobre arenas encendidas), Rosete (que degollaba), Chepio Delgado que colgaba de los árboles, Boves y Morales que jamás entendieron de razón y que daba orden matar a todos los rendidos. Éramos un país todo de sometidos, de débiles o de indiferentes, de resignados o cobardes.
Había masacres horrendas en todo el continente americano. Si habían exterminado por mano de los criminales invasores españoles unos cien millones de indios, los nuevos conquistadores consideraban que había llegado la hora de segar la vida de cuantos criollos pudiesen estar infestados por la influencia de cualquiera de los súbditos rebeldes.
En Venezuela se asesinaron 350 mil de sus habitantes, ¿cuántos fueron exterminados en Nueva Granada, Quito, México y la Paz?
Decía Bolívar: “Los verdugos que se titulan enemigos han violado el sagrado derecho de gentes y de naciones… Ellos sacrificaron en sus mazmorras a nuestros virtuosos hermanos de Quito, en la Paz, México, Caracas, … Popayán…”
Nicolás Briceño, en su desconcierto y angustia procuró enfrentar el torrente de sangre y en una de sus bases de guerra propuso a Bolívar y al coronel Manuel Castillo: “…2º Como el fin principal de esta guerra es el del exterminio en Venezuela de la raza maldita de los españoles de Europa sin exceptuar a los isleños de Canarias, todos los españoles son excluidos de esta expedición por buenos patriotas que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe quedar con vida, no admitiéndose excepción ni motivo alguno…”
El español Campo Elías dirá: “Yo los mataría a todos y me degollaría luego, para que no sobreviviese ninguno de esa maldita raza”; y puso por obra su juramento fusilando a su propio tío y protector.
Camilo Torres en su proclama a los venezolanos decía: “sacrificad a cuantos se opongan a la libertad”.
La guerra en Venezuela llenó de pavor a la propia península y ningún soldado quería venir a estas tierras de tal modo que para la expedición de Morillo que partido de España el 15 de febrero de 1815, con 10.000 soldados en 18 buques de guerra, 42 de transporte, obedeciendo la señal del navío San Pedro, la más poderosa que desde entonces había cruzado el Atlántico, vino a estas costas bajo engaño.
Gran parte del ígnaro pueblo se alistó bajo las banderas reales y llevaron la tumba la 1ra y 2da república.
Poco a poco el ejército bajo las órdenes de Bolívar será la propia patria.
En carta al gobernador de Curazao en octubre de 1813, escribirá Bolívar: “La opulenta México, Buenos Aires, el Perú y la desventurada Quito, casi son comparables a vastos cementerios, donde el gobierno español amontona los huesos que ha dividido su hacha homicida”
(Vuestros hijos degenerados han hecho estéril vuestra gloria)
A partir de 1810, comprendieron los hijos de América que había un abismo de sangre entre ellos y sus padres, y que se abismo nunca más se llenaría.
Todavía para 1810 todos anhelaban la tierra prometida sin tener que pasar por el mar rojo, pero fue Bolívar el que los llevó a sumergirse en ese océano de dolor cuando desgarrado y determinado afirmó que nosotros nada teníamos que ver con España y que si alguna vez habíamos llegado a ver grande a esta nación era porque lo habíamos hecho de rodillas.
Es en 1813 cuando dice: “Tres siglos gimió la América bajo esta tiranía, la más dura que ha afligido la especie humana... El español feroz, vomitando sobre las costas de Colombia, para convertir la porción más bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapiña... Señaló su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolación: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva, y cuando su saña rabiosa no halló más seres que destruir, se volvió contra los propios hijos que tenía en el suelo que había usurpado”.
Aquella España de Fernando VII es idéntica a la de hoy, con su monarquía y su Juan Carlos de Borbón, sus partidos el “Popular” y el “Socialista”, abominablemente fascistas y enemigos de América Latina. No ha cambiando en nada. Y aquel asco de Bolívar hacia la España que él conoce en 1799 lo llevará en el alma hasta su muerte. Dicen que Bolívar llegó a jugar a la pelota con el imbécil de Fernando VII. Lo cierto fue que conoció la corte de aquella época a través de Manuel Mallo, uno de los amantes de la gran prostituta la reina María Luisa, esposa de Carlos IV. Aquella reina que Goya pintó con tan reveladores rizos sarcásticos y delatores en la frente como escribe Rufino Blanco Fombona. Aquella emputecida España en la que el rey Carlos IV se entregaba con fruición y locura amorosa en los brazos de la amante de su mujer, Manuel de Godoy, llegándolo a celar hasta de su propia esposa María Luisa. Cuánto repugnancia provocaba en Bolívar aquella casta de miserables y pervertidos cortesanos.
Con razón Bolívar en 1813, medita sobre el estado de la gran degeneración que España ha traído a nuestra tierra y siente que los realistas nos habían declarado una guerra a muerte: la de la esterilidad, la del bostezo y la degradación más horrible, y tenía más que razón entonces en proclamar que era preferible replicarles atrozmente antes que sufrirla. El Libertador quiso hacer en parte un experimento de amputación que requería de una mano y de un pulso únicos. Desmembrar esa parte nefasta, mercantilista, esclavista, criminal, pordiosera, pervertida, aventurera y mercenaria que era la sucia España que había emigrado hacia nosotros, y que su sangre nos había manchado a todos. Arrancar esa peste, ese envilecimiento voraz quería Bolívar calcinándolo con su voz, con su fuego y con su espada.
En 1812, escribe al gobernador realista de Cartagena, Torres: “Es el colmo de la demencia, y aún más, de lo ridículo, proponer a la República de Colombia su sumisión a España; a una nación siempre detestablemente gobernada; a una nación que es el ludibrio de la Europa y la execración de la América por sus primeras degollaciones y por sus posteriores atrocidades… Cree vuestra señoría que el gobierno de esa nación que ha dado el ejemplo más terrible de cuanto puede ser absurdo al espíritu humano, logre formar la dicha de una sola aldea del universo? Diga vuestra señoría a su rey y a su nación, señor gobernador, que el pueblo de Colombia está resuelto, por no sufrir la mancha de ser español, a combatir por siglos y siglos contra los peninsulares, contra los hombres todos y aún contra los inmortales si éstos toman parte en la causa de España.”
Nos recuerda Juan Vicente González que Venezuela estaba llena de europeos, propietarios y poderosos, de empleados que dependían de sueldos y esperaban ascensos, de gentes que amaban con vehemencia los empleos porque no conocían la riqueza de la industria, de hombres que en fin que habrían preferido la muerte a ver triunfar la independencia, y que por poco poder que se les suponga, tenían el suficiente para sembrar la discordia y el descontento. El sacerdote engañado engañó a los que le oían, y confundió la obediencia con la religión, y como sucede siempre, al romperse por primera vez los lazos de afecto, el mayor número suspiró por volver a ellos, creyendo hallar las antiguas disposiciones y confianzas. ¡Como si pudieran amar las tinieblas los que habían columbrado la luz! ¡Y como si fuera posible que la autoridad ultrajada olvidase sus resentimientos, que al reconciliarse y estrecharse de nuevo, recuerdos importunos no despertasen la venganza y no nacieran nuevos tipos de eterno encono”.
EN CARTAGENA:
Simón Bolívar y José Félix Ribas llegado de Curazao a la Nueva Granada. Bolívar se presenta con un documento a los cartageneros, aunque es totalmente desconocido, un fracasado militar que perdió el más importante fuerte de Venezuela frente al tirano Monteverde. Casi un anónimo, por así decirlo. En la segunda semana de diciembre de 1812 se ubican estos dos personajes cerca del Atlántico, en la zona del bajo Magdalena, ansiosos por batirse. Cómo convencer y sacar aquel mundo de la derrota, del desánimo, de la resignación a ser simples esclavos. Bolívar sólo habla de América como un todo y es el único que lo hace en aquel instante de gran desasosiego.
En la segunda semana de diciembre de 1812 hace público lo que se denomina el Manifiesto de Cartagena. Hasta aquel día había sido un revolucionario de salón. Comienza a ver con criterio propio cuál debe ser la organización política y militar para enfrentar al invasor, al colonizador: “Es preciso que el gobierno se identifique al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean”. Ya se perfila Libertador, y el más genial pensador de América.
Bolívar y Ribas se alistan como simples voluntarios bajo las órdenes del coronel Pedro Labatud, menospreciando grados y distinciones. Le pide a Labatud enfrentar a los españoles que asolan el Magdalena y éste no se lo permite. Se dirige a Manuel Rodríguez Torices, gobernador de Cartagena, para batirse contra los enemigos. También se lo niega. Entonces a riesgo de lo que pudiera suceder, asume la dirección de buscar al enemigo, y con 200 hombres de Barranca los embarca en diez balsas o champanes, y el 21 comienza a remontar el río Magdalena. El 23 de diciembre toma el Fuerte de Tenerife defendido por 500 hombres e intima la rendición de la plaza y poco después la toma. Avanza hasta Mompox y el 26 la toma: engrosa sus fuerzas con unos 300 jóvenes que confían en su audacia y determinación. Toma luego Guamal y Banco. De triunfo en triunfo, decide perseguir al jefe español Capdevila a quien derrota el 1º de enero de 1813. Luego ataca y destroza al capitán Capruani en Tamalameque. El 6 de enero, ocupa el puerto real, y su odisea se expande hasta el Puerto de Ocaña, los campos de Chiriguaná, Alto de la Aguada, San Cayetano y Cúcuta. Así libera de realistas a Santa Marta y Pamplona. El Magdalena queda franco y se restablece el comercio y ha conquistado para la República buques, municiones, fusiles, artillería. En quince días había destruido a un enemigo diez superior a sus fuerzas y había liberado a toda una provincia.
Ante estas victorias, el coronel de la Unión, Manuel del Castillo, solicitó el auxilio de Bolívar para enfrentar al coronel Ramón Correa que amenazaba a la Nueva Granada. Ribas presidió la vanguardia de esta acción que se prolongó desde Ocaña hasta los valles de Cúcuta: como resultado de esta campaña fueron liberados varios lugares batiendo cerca de Cúcuta a 800 realistas. El hombre de las Dificultades ante los recelos de Manuel del Castillo: surca los caudalosos ríos del Magdalena y el Zulia, cruza páramos y montañas, y atraviesa desiertos.
Levantó estos triunfos tal ánimo en los neogranadinos que el presidente de Cundinamarca, Antonio Nariño los celebró con versos.
Bolívar decide dirigirse al presidente de las Provincias Unidas, doctor Camilo Torres, para llevar las tropas de la Confederación a la liberación de Venezuela. Esta decisión despertó los primeros celos en Manuel del Castillo.
Ya con la aprobación de Torices, Nariño y Torres, Simón Bolívar emprende su marcha hacia Venezuela con 500 hombres (100 de los cuales se los había enviado Nariño), y los restantes eran cuadros de los batallones 3º, 4º, y 5º entregados por el Congreso de la Unión. Simón Bolívar fue nombrado Brigadier de la Unión (en la Nueva Granada) el 21 de marzo de 1813, y es el 7 de mayo Bolívar cuando recibe la orden de avanzar sólo hasta Mérida y Trujillo, con obligación de jurar fidelidad al gobierno de la Nueva Granada y de restaurar en estos lugares de Venezuela las autoridades destituidas por Domingo de Monteverde.
Este hecho es uno de lo más significativamente estratégicos para la conformación de los nuevos Estados de América. Ya Bolívar piensa en nuestro hemisferio como una sola patria. Para él Venezuela y la Nueva Granada deben constituír una sola entidad geográfica y política. Se plantea lo del equilibrio del Universo, salvar los principios de la revolución, fundar un Estado fuerte, desterrar el derecho de conquista, reducir los conflictos internacionales por medio del arbitraje y establecer la libertad y la democracia. Rufino Blanco Fombona sostiene que su gran proyecto desde este momento es levantar todas las colonias del mundo contra las metrópolis, poner al mundo en pie de igualdad. Redimir a América, y sublevarla toda contra Europa. Hacer de Europa el complemento de América, por lo que comienza desde este instante a concebir el Decreto de Guerra a Muerte, porque entiende que nuestra sobrevivencia sólo es posible si en la lucha se define de una vez por todas, el lindero entre lo que debemos ser y lo que nos degrada, envilece y humilla. La Europa sólo puede existir como potencia siendo esclavista, explotadora y monstruosamente cruel. Europa por su propia naturaleza es nuestra enemiga y su subsistencia depende de su capacidad para esclavizar y saquear otras naciones.
Una nueva visión del poder se gestaba en la lucha revolucionaria independentista, en la que se trataba de crear en el mundo una fuerza expansiva nueva para dar a los continentes un equilibrio estable.
El futuro Libertador concibe que sin una coalición de factores humanos de los distintos países que conforman el continente, será imposible lograr una paz duradera, respeto en el mundo y estabilidad para los países liberados. Por eso, va y solicita ayuda a los neogranadinos para independizar Venezuela, y cuando este objetivo sea obtenido, él entonces, con soldados venezolanos, regresará a liberar a la Nueva Granada y avanzar hacia el sur para lograr la total emancipación del Nuevo Mundo.
Ya en aquel gesto de la Campaña Admirable venía implícito el concepto de la Patria Grande del cual se habla tanto en estos tiempos. Bolívar habla en 1813 de “completar el equilibrio del mundo”. De salvar la revolución, fundar estados fuertes, crear el derecho de las Nacionalidades sobre el derecho de conquista, reducir los conflictos internacionales por medio del arbitraje (exactamente lo que se propone hoy la UNASUR), establecer la libertad, la democracia y el sistema republicano en la cuarta parte del planeta donde antes reinaban el coloniaje, la teocracia y la monarquía absoluta.
Era un proyecto más o menos parecido al que hoy mismo seguimos empeñados en sostener: levantar todas las colonias del mundo contra las Metrópolis, poner al mundo en pie de igualdad. Redimir al Nuevo Mundo, y levantar a éste contra todo el imperio europeo. Bolívar incluso pensó en ir a Filipinas, a Cuba, Puerto Rico e incluso a la propia España para liberarla de sus tiranos. No olvidemos que los imperios en Europa desataron una guerra atroz contra nuestros pueblos americanos, en aquel proyecto que se denominó la Santa Alianza que hoy no es otro que el de la OTAN, la organización del Atlántico Norte. Con la Santa Alianza, pensó España recuperar aquellas colonias que estaban siendo liberadas por Bolívar.
Decía Chávez: “Venezuela juega su papel, modesto pero digno, requerimos que se consolide el mundo pluripolar, lo que Simón Bolívar, nuestro Libertador llamaba “el equilibrio del mundo”, y que fue precisamente pensado y analizado durante aquellos días de la gesta de la Campaña Admirable, en 1813, cuando pasaba por Mérida y Trujillo.
Todas estas ideas y proyectos que nacen al calor de una guerra atroz, de una guerra a muerte, están plenamente vigentes hoy en día, cuando se desata una campaña mundial contra Venezuela, idéntica a la que la Santa Alianza propagó para que el imperio español esclavizara de nuevo el continente americano.
La Campaña Admirable está llena de gloria y de amor. Habrá que recordar todos los días aquel gesto de Antonio Ignacio Rodríguez Picón, quien le entrega su hijo para que sirva a la república, y al muchacho se lo matan en plena batalla, y entonces el Libertador le escribe diciéndole que no lo llore porque el amor a la patria es superior al amor de la familia.
Porque Bolívar también vino en aquella época a dividir a la sociedad, y la más ejemplar división la dio con el Decreto de Guerra a Muerte, cuando muchos criollos se embanderaban con los realistas, asesinando a su propio pueblo.
Crear conciencia a fin de cuentas acaba por provocar división en una sociedad esclavizada y sometida; había muchos criollos que creían de muy buena fe que sus verdugos, sus expoliadores y asesinos eran buenas personas, y que con sus negocios buscaban el bien colectivo. Por eso hubo venezolanos que siguieron a terribles asesinos realistas como Boves, Zuazola, Cerveris, Tizcar, Boves, Calzada, Morillo, etc.
EL COMBATE
Cuando Bolívar parte de Cúcuta, el realista Ramón Correa ocupaba Trujillo al frente de 2000 hombres. Venezuela tomado por los invasores parecía inexpugnable: Tizcar comandaba a 2600 hombres en Barinas. Monteverde con sus 10000 hombres se consideraba invencible, controlando todo el occidente del país, desde Maracaibo y Coro (bajo el mando de Ceballos) hasta Barquisimeto (con Francisco Oberto), San Carlos, los llanos centrales, Valencia, Puerto Cabello y todas las poblaciones cercanas a Caracas.
Entre La Grita y Bailadores se recrudecen los recelos de Manuel del Castillo y de un sargento mayor llamado Francisco de Paula Santander; estos dos oficiales ven en los atrevimientos de Bolívar una audacia endemoniada y suicida. El coronel Manuel del Castillo se opone a su proyecto, porque percibe que Bolívar así como había desobedecido a Labatud y a Torices, también desoirá a Torres y Nariño, incumplirá su palabra de sólo llegar hasta Mérida y Trujillo y se adentrará en una marcha feroz hacia Caracas. El sargento mayor Francisco de Paula Santander, íntimo de Castillo, se desfoga en acusaciones y amenazas en contra de aquel invicto caraqueño que ha hecho impecablemente toda la campaña del Magdalena y éste le responde:
—No hay tiempo que perder ni otra alternativa: o me fusila usted, o lo fusilo yo.
A dos siglos de este hecho, ciertos neogranadinos ingratos, como la biógrafa estrella de Santander, Pilar Moreno de Ángel, aún
no le perdonan a Bolívar el que en aquellas circunstancias hubiese decidido liberar a Venezuela, para luego emprender el proyecto de independizar la Nueva Granada.
Dice doña Pilar, totalmente fuera de sí: “en esta campaña (Admirable), pereció la totalidad de la tropa granadina tal como lo había predicho Castillo… y Bolívar y su ejército finalmente fueron aplastados tal como lo había vaticinado Castillo”.
Y añade:
“El coronel Manuel del Castillo y Rada y el sargento mayor Francisco de Paula Santander, habían sostenido la tesis de que una invasión a Venezuela en ese momento histórico por la vía de Cúcuta, San Antonio y Mérida para liberar a Caracas de las fuerzas españolas constituiría un error estratégico de vastas proporciones. Los hechos confirmaron este aserto.”
No les faltaba razón a aquellos dos oficiales neogranadinos, ante lo que planeaba Bolívar para acceder a Caracas: con sólo 500 hombres, tenía que desbaratar los movimientos del capitán Cañas en Trujillo, quien comandaba 500 hombres; a Francisco Oberto con 1.500 en Barquisimeto; a Tizcar con 2.600 en Barinas; a Julián Izquierdo con 2.000 en San Carlos; a Yánez con 900 en Guasdualito y, finalmente, al propio Monteverde con miles en Caracas. ¡Qué tal, doña Pilar, decir que esta campaña “constituía un error estratégico de vastas proporciones!” Desguasar a tanto godo en tan corto tiempo y a lo largo de más mil kilómetros, sin contar a todos los que había destrozado en la campaña del Magdalena.
Desprendido de la rémora de Castillo y Santander, Bolívar prosigue su marcha hacia Mérida, pisándole los talones al realista Ramón Correa, quien al dejar el campo franco, le permite al español Vicente Campo Elías declarar ese territorio independiente del rey de España.
Vicente Campo Elías era el que solía decir: “Yo destruiría a todos los españoles y luego me suicidaría para que no quedase uno solo de esta maldita raza”.
Recorrió Bolívar todo lo que hoy es Tovar, Santa Cruz de Mora y los escarpados caminos que en otros tiempos usaran los conquistadores venidos del Centro para llegar a Mérida. Viene acompañado por los neogranadinos, Coronel Atanasio Girardot y el Capitán Manuel D´Elhuyar, así como de los oficiales venezolanos José Félix Ribas y Rafael Urdaneta. Con gran habilidad y destreza cruzan con aquellos 500 hombres el turbulento río Chama. El 22 de mayo pernoctan en Moral, a corta distancia de lo que es hoy Ejido, y allí se comunican con Cristóbal Hurtado Mendoza, el Padre Ovalles (célebre cura de El Morro), Don Eugenio Briceño (padre del futuro General Justo Briceño Otálora) y el Capitán Vicente Campo Elías. En esta reunión Bolívar decide nombrar gobernador civil de Mérida a Cristóbal Mendoza, quien había sido Presidente del Ejecutivo en Caracas.
El 23 de mayo se le otorga el título de Libertador en Mérida.
El 5 de junio, por órdenes del Congreso de la Nueva Granada, se restablece en la ciudad de Mérida la Constitución de Venezuela. Se hospeda Bolívar en una casa del sector El Llano.
El 8 de junio de 1813 lanza una terrible proclama contra los españoles en la que los compara con los judíos: los llama “tránsfugas errantes, enemigos del Dios-Salvador que se ven arrojados de todas partes y perseguidos por todos los hombres”.
En Mérida se quedará más de dos semanas lo que le permite departir con personalidades como Luís María Rivas Dávila, Antonio Ignacio Rodríguez Picón, Buenaventura Arias, Francisco Antonio Uzcátegui, Los Nucete, Francisco Ponce y Fermín Ruíz Valero. A Antonio Ignacio Rodríguez Picón se le llamaba “Rey Chiquito” por su gran fortuna y poder en la región. Hasta la llegada de Bolívar a Mérida había sido un consumado y obcecado realista. Allí le entrega sus hijos para que sirvan a la causa de la Independencia.
El 8 de junio de 1813, en una proclama, anuncia los términos del futuro Decreto de Guerra a Muerte, firmado el 15 de junio de las 3 de la madrugada, en la ciudad de Trujillo: “Mas estas víctimas serán vengadas. Esos verdugos serán exterminados. Nuestra bondad se agotó ya, y puesto que nuestros opresores nos fuerzan a una guerra mortal, ellos desparecerán de América, y nuestra tierra será purgada de los monstruos que la infestan. Nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte”.
Bolívar continuó su marcha hacia el páramo, hacia Mucuchíes, luego San Rafael de Mucuchíes. La ruta debe ser aquella en la que se destacan viejas construcciones que tiene más de cien años. Luego tomó hacia el Pico El Águila para luego caer a Valera y tomar rumbo hacia Boconó y después Santa Ana donde firmó el famoso Decreto Guerra a Muerte.
Con este Decreto, el Libertador quiso hacer en parte un experimento de amputación que requería de una mano y de un pulso único. Desmembrar esa parte nefasta, mercantilista, esclavista, criminal, pordiosera, aventurera y mercenaria que era la sucia España que había emigrado hacia nosotros. Después de siglo y medio de tan cruenta guerra, padecemos más o menos los mismos males. Han cambiado tal vez los nombres de las calles, de las plazas y el color del cielo; la moda del vestir y del caminar serán diferentes, las aldeas se habrán transformado en ciudades, las chozas en altos edificios y las recuas de mulas en ampulosos carros. Pero, en el fondo, el hombre macilento, el carácter a veces turbio, otras rabioso y dejadizo, persevera haciendo entre nosotros estragos. Domina ese carácter altanero que pretende ocultar la incapacidad o la ignorancia; esa árida verborrea que rabiosamente protege a la mediocridad.
Dice Indalecio Liévano Aguirre: El deseo de establecer una situación privilegiada para los americanos, aunque fueran enemigos, y una guerra sin cuartel contra los españoles, así fueran indiferentes, revela muy a las claras el propósito de Bolívar de crear una frontera definitiva entre España y América, de la cual se engendrara la conciencia americana frente a la Metrópoli. A la lucha de razas y de castas desatada por los caudillos españoles, que había hecho de la guerra de emancipación una guerra civil entre americanos, Bolívar contestaba con la guerra a muerte, destinada a transformar la lucha en una mortal contienda entre españoles y americanos, a unificar al Nuevo Mundo frente a la Metrópoli conquistadora.
Que esta forma de guerra obedeció a la necesidad de establecer una tajante separación entre España y América, para poner término al engrosamiento progresivo de las tropas realistas con nativos del continente, y evitar el paso de desertores de las fuerzas republicanas a las del monarca hispánico...
Bolívar, como el Jesús de Nazaret, también vino a la tierra a dividirnos entre patriotas y lacayos (los que no tienen otra patria que sus intereses personales, que sus provechos inmediatos) e ignorantes y malvados. Bolívar con ese Decreto puso en su lugar a cada quien, fue un supremo acto de conciencia revolucionaria. Los que andaban con los españoles, con los invasores y colonizadores no podían estar con la patria, y punto. Y colocó en su justo lugar a los realistas: “Españoles y Canarios contad con la muerte aún siendo indiferentes....”
Porque había que pulverizar aquel mundo de servidumbre y miserias, porque -como decía Marx -las ideas de la clase dominante eran las ideas que dominaban en aquella época y utilizándolas, imponiéndolas, pretendían seguir sometiendo a la mitad del planeta.
No debe existir unión ni paz posible entre explotadores y los explotados. Entre los invasores y los sometidos. También la conciencia del esclavo que se resiste a ser liberado, debe ser enfrentada con determinación y sin ambages, porque su indiferencia es totalmente peligrosa para la paz de la república, además de ser absolutamente irresponsable y criminal.
Ahora, obsérvese, que esta guerra no se llevó a cabo en territorio granadino, por lo cual allí quedaron más o menos intactos los más perniciosos elementos del pasado, de la enferma y torpe España que vino a nosotros, fuertemente adherida a las costumbres del pueblo y en gran parte a la vieja estructura feudal y administrativa de sus gobiernos. Las primeras convulsiones que iban a chocar contra el sistema republicano se dieron en Pasto, la esencia de lo más retrógrado e infernal de lo que nos llegó de la península. Allí, encastrada la sangre belicosa del conquistador la que produjo una explosiva raza que tendría en jaque a Colombia durante varias décadas. Nació de aquí el mito de la rebeldía granadina representada por los más abominables elementos que asesinaron a Sucre, y que degradaron la república con personajes monstruosos como José María Obando y José Hilario López.
Más tarde la locura de Pasto se apagó, como se apaga todo, pero quedó su pervertida enseñanza con los elementos más atroces que se usarían luego en todas las guerras nacionales. Iba a intervenir principalmente en estas contiendas la infecta España que había quedado intacta de la hecatombe independentista. Y Boves y Morales, Calzada y Tízcar iban a quedar pálidos ante el derroche de terror y descuartizamientos que los distintos bandos se inferirían. Cuando en 1819 Bolívar entró en la Nueva Granada, casi todo el mundo asustado se llamó colombiano y al "Tirano en Jefe" le tembló la mano para realizar lo que se había propuesto: extirpar la oscura e infernal herencia de la torpe España.
Entonces quedaron todos los elementos que habrían de provocar la violencia colombiana, tan parecida a la española en su crispación suicida.
El neogranadino Atanasio Girardot ocupa Trujillo, al tiempo que Bolívar derrota a Cañas quien se retira a Carache.
El 23 de junio cae Ribas con 400 soldados sobre los 800 de Martí y los destroza en Niquitao cogiéndoles preso a 450, y al marchar Bolívar hacia Barinas crea el espanto sobre las fuerzas de Tizcar quien corre hacia Nutrias abandonando 30 cañones y vastos almacenes de armas.
Sigue el ejército Libertador hacia San Carlos. A la vanguardia va Ribas con 500 hombres y el 22 de julio se encuentra en Los Horcones (cerca de Barquisimeto) con el comandante realista Francisco Oberto que llevaba 1500. Son derrotados los realistas y Julián Izquierdo que pretendía defender San Carlos es replegado hacia Valencia, para luego ser destrozados en Taguanes (cerca de Tinaquillo), donde es herido y poco después muere.
Bolívar llega a San Carlos el 28 de junio con 2.500 patriotas, y Monteverde corre a refugiarse con 250 hombres a Puerto Cabello. ¿Qué pasó con aquellos 10.000 soldados que tenía Monteverde? Todos sus batallones desaparecieron, no se salvó un infante, un fusil, sus oficiales más distinguidos muertos o heridos. Fue el momento de la redención de Venezuela, dijo Bolívar.
Cuando el 1º de agosto Bolívar llega a Valencia, Monteverde sale en volandas hacia la costa; busca un puerto. Bolívar pasa a cuchillo a gran número de españoles (después de la derrota de La Puerta fusilará mil españoles y canarios).
Se habla de otra capitulación. Bolívar no cree en estas cosas. Es nombrado, entre otros, el marqués de Casa de León, para ir a proponer una capitulación en la Victoria al general Bolívar.
El último tramo, que comprendió Tocuyito Valencia-Guayos- Guacara-San Joaquín-Maracay-Turmero-San Mateo-La Victoria, lo hizo el Libertador sin detenerse. A la vez que guerreaba, avanzó en medio de batallas campales y escaramuzas como un torrente infernal: a todos los europeos, casi sin excepción, los pasó por las armas.
Bolívar llega a Caracas el 7 de agosto, y el 26 los negros de Santa Lucía y San Francisco proclaman a Fernando VII.
Ribas enfurecido dice estar cansado de pedir ayuda a unos habitantes que ante la ferocidad del yugo español se hacen los sordos: “Este procedimiento me obliga a desenvainar la espada para el venezolano indolente, pusilánime o malvado, que en momentos críticos no contribuye con su persona a la defensa común… todo aquel que no se presente en la plaza mayor o en el cantón de Capuchinos, si se le encontrare en la calle o en su casa, sea de la edad o condición que fuese, será pasado por las armas…”
Pero entonces el Libertador, ante el horror pavoroso que se cierne sobre la patria dejará de seguir solicitando ayudas a los pobladores y declarará que toda propiedad es del Estado.
Había sido una campaña, además de “Admirable”, sin par en la historia universal, si tomamos en cuenta que apenas si podían llamarse soldados aquellos harapientos granadinos y venezolanos que tuvo a su mando.
JVG: “Ah! No habían saboreado la victoria sino para sucumbir: su arrojo, sus hazañas no iban a ser sino trofeos de sus contrarios: Cúcuta, Niquitao, Los Taguanes, la gloriosa expedición del año 13, sólo será una aventura insensata, motivo e escarnio y risa, aborto miserable en la noche de la historia. Debieron pensar con desesperación en la alegría irónica de sus adversarios, en las venganzas sangrientas, en la suerte que cabría a sus familiares, en sus cabezas puestas a precio, en sus propiedades confiscadas, en su vida, si lograban salvarla, pasada en el destierro entre el desprecio y el hambre. La sola declaración de guerra a muerte era un pacto con el cadalso, si sucumbían… patíbulos respondían a patíbulos, se arrojaban cadáveres como insultos, las burlas se escribían con sangre”.