Cuentan que un gobernante del Peloponeso fue a consultar a un famoso oráculo, quería saber cómo gobernar con sabiduría, favorecer a su pueblo. Cuentan que el oráculo a través de un anciano que merodeaba el templo se manifestó, y entre convulsiones y babas se desplomó con estruendo al piso, y dijo con voz ronca: ¡Cuídate de la Demagogia!
Es así, uno de los principales peligros de los gobernantes es la demagogia, ésta es hermana del tacticismo, del oportunismo. Es la tentación de engañar y engañarse desde el poder, rendirse al halago, al aplauso fácil e inmediato, de discursear sin historia: en la mañana una teoría, en la tarde se desdice, en la noche se atacan las dos anteriores, al día siguiente se actúa como si fuese el primer día de la historia.
Entre nosotros el primer demagogo fue Carlos Andrés, aquel hombre era material diario para el humor popular, podía “autosuicidarse”, o “no hacer ni una ni otra sino todo lo contrario”. Amanecer antiimperialista, y en la tarde reunirse con los gringos sin que eso le aguara el ojo, derribar un altar y simultáneamente orar en él. Abusó de su poder de engaño, un día le explotó en la cara la realidad real y el engaño se disipó como pompa de jabón. Y con aquel demagogo mayor se vino a pique el esquema de dominación de la democracia burguesa, el pueblo pataleó, los oligarcas petroleros se escaparon con sus fortunas en dólares y nos cubrió esta turbulencia.
Chávez es lo contrario de este esquema, su sinceridad, su trasparencia asombran a nuestro mundo: un hombre capaz de no buscar excusa, responsable de sus actos, no hace el feo de aclarar oscureciendo, eso en aquellos días era subversivo.
El “por ahora” inauguró en Venezuela una nueva manera de hacer política, la manera revolucionaria, la manera de Fidel, el “No mentir jamás”. Los pueblos perciben la mentira, la toleran pero esa mentira no genera adhesiones amorosas, a lo sumo afinidades metálicas.
La Revolución debe, sólo puede, sostenerse sobre la verdad. La demagogia es propia de la burguesía. La verdad educa, construye un pueblo capaz de comprender, de tener conciencia. La demagogia, el engañar puede resolver lo inmediato, pero a la larga y a la corta se devuelve para derrumbar el edificio sin base sólidas.
Celebramos la Campaña Admirable del Libertador, debemos recordar que todo nace de una densa autocrítica: “El Manifiesto de Cartagena”, reconocer aquellos errores, derrotar la tentación demagógica hizo posible la victoria.
Ayer celebramos el cumpleaños de Fidel, el mejor regalo que le podemos dar es aprender de su ejemplo, de ese maestro de la verdad. Revisen la crisis de los misiles, aquello es una cátedra de conducta revolucionaria, el pueblo tenía la verdad en sus manos. Revisemos la conducta cuando se alcanzó la meta en la zafra de los diez millones, allí se eleva gobernante revolucionario con el coraje de aceptar sus errores, las fallas…
Chávez no tenía miedo de rectificar, de reconocer sus errores, he allí el secreto de su extraordinaria fuerza. Es más, su gobierno, su vida, se pueden compendiar por sus rectificaciones, la primera fue el 4 de febrero. Su capacidad de autocriticarse, su rechazo al camino fácil de la demagogia, asombra y explica la conexión con el pueblo.