Los mexicanos tienen un dicho, que pretende ser chistoso, según el cual la revolución degeneró en gobierno. También hay un corrido mexicano que ilustra el mismo pensamiento, contando que el abuelo fue un peón de hacienda; el cantor, un revolucionario y el hijo, un funcionario. Es evidente que aquí se aplicó aquel aforismo marxista de que el ser social determina la conciencia social. O como canta Alí Primera: el que llena la barriga/se olvida del que no come.
Esto, en Venezuela, se está haciendo cada vez más claro, sobre todo después de la muerte de Chávez, quien sí pudo, por sus cualidades y las circunstancias en que desarrolló su acción pública, reunir en una sola persona el rol de jefe revolucionario y el de presidente de un gobierno. Tal vez esa contingencia histórica tan importante, hizo que se confundieran ambos papeles tan distintos.
Porque nunca un presidente de gobierno podría ser un jefe revolucionario consecuente. La excepción de Chávez confirma la regla. Tal vez ello se debe a que la inversa sí ha sido posible: un jefe revolucionario puede devenir en presidente. Algún lector me puede traer a colación otros casos: Fidel en Cuba, Lenin en Rusia, Mao en China, y antes, Bolívar por estos lados. Esas excepciones se deben a que los dos roles pueden efectivamente fundirse, bien por las condiciones únicas de esos personajes históricos, bien porque se trataba de momentos inaugurales o fundacionales de los distintos procesos históricos de cambios profundos. Una vez pasados esos momentos estelares, todo gobierno tiene como principal meta estabilizarse, responder a las rutinas de la vida, gobernar en fin, y ello implica asumir lo que Weber llama autoridad burocrática, la cual no es otra cosa que la gestión diaria, formalizada, normalizada, de las tareas del orden político establecido, constituido como a veces dice el chavismo repitiendo, sin leerlo, a Negri. Entonces, los dos roles se distinguen.
Porque, estemos claros, hay momentos revolucionarios y momentos que no lo son. Por más que Mao haya dicho que las revoluciones culturales se repetirían en el marco de la dictadura del proletariado, eso, no sólo no ocurrió, sino que fue sustituido por una terrible ironía de la historia. Efectivamente los revolucionarios maoístas fueron desplazados por una revolución, pero hacia el pragmatismo de Deng y el capitalismo de los dirigentes chinos actuales. Esa sí ha sido la constante: efectivamente, los procesos de cambio continúan, se encadenan uno tras otro; pero no sólo en un sentido de profundización hacia una de las bandas (hacia la izquierda), sino también hacia lo inverso o lo contrario. Igual pasó en Rusia: a Lenin lo sucedió Stalin.
Volviendo a Venezuela, para mí es evidente que se acabó la época constituyente, que hemos entrado (desde hace años) en un período de lo constituido. Eso no es para nada malo. Lo importante es que se entienda y no se fuercen las cosas, o sea, se cometan errores garrafales confundiendo las situaciones. Por ejemplo, eso de proponer a Maduro para presidente del PSUV es confundir el gimnasio con la magnesia, aparte de confirmar las tendencias graves de degeneración burocrática de ese Partido. En otra ocasión escribiré sobre eso.
El presidente Maduro pareció haber inaugurado una nueva fase de dirección colectiva. Al menos eso podría inferirse del paso de la época del vocero único (a saber, Chávez) a los diferentes voceros del gobierno. Quiero decir: junto a Maduro, , aparte de a cada ministro que al fin parecen asumir que son los responsables de sus áreas, hay que escuchar a Cabello ladrarle a la oposición, y, sobre todo, ponerle atención a Merentes.
El Ministro de Finanzas es hoy uno de los voceros más importantes del gobierno, quizás más que el propio Maduro. Sobre todo porque cuando habla se refiere a lo que parece ser el combustible principal de la economía venezolana y la vida diaria de todos nosotros: el dólar. A Merentes le debemos ese reconocimiento general del fracaso de las políticas económicas, no sólo del gobierno, sino de toda la época, porque, hablemos claro, eso de que hoy todavía tengamos el mismo capitalismo rentista de siempre, lo que demuestra es que en todos estos 15 años no hubo revolución en las estructuras económicas. Merentes dijo eso, tan grave, y no pasó más nada, excepto que ahora se le preste mayor atención a sus anuncios acerca de cómo por fin van a distribuir los dólares entre los empresarios (perdón, los sectores productivos).
Escuchemos a Merentes. Lo demás (es decir, Maduro, Cabello, etc.), es ruido, sólo ruido.