La guerra económica empezó con el sabotaje petrolero en el año 2002 y la oposición venezolana en comandita con los gringos dueños del petróleo venezolano. Al no resultar la fórmula rápida del golpe de Estado, decidieron cambiar de estrategia para poder derrocar a un Presidente con ese nivel de popularidad en el pueblo civil y el militar. La estrategia fue el sabotaje petrolero. Durante dos meses atacaron al pueblo venezolano cortando el suministro de la gasolina. El pueblo resistía y obedecía las estrategias de guerra diseñadas por el Comandante Chávez. Los patriotas reactivaron refinerías mientras Chávez compró gasolina en el exterior. Los pertrechos eran los alimentos, el abastecimiento de comida. Fue una guerra sin balas, las municiones no eran de pólvora, se construían las bases de la soberanía y de la Patria. En los barrios se cocinaba con leña, pero no importaba. No había como hacer hallacas, pero no importaba; no había como moverse en carro, pero no importaba. Fue una guerra de resistencia que dio sus frutos. Ganamos esa segunda batalla, pero la guerra continuó.
La guerra económica de 2012 arreció en agosto. Sabían que ganaría Chávez, pero también sabían que moriría. La estrategia es clara: acaparar, desabastecer y especular. Los únicos responsables están en el Gobierno, dicen los más despistados y los más acérrimamente opositores; pero la verdad es que la mayoría de los productos que se importan se hacen con dólares preferenciales, pero los comerciantes, alegando riesgos en los costos de reposición, los venden a precios de un 300% y hasta mil por ciento más.
En 2013 el enemigo, a diferencia del año 2002, es inasible. Aquellos tenían cara, nombre y apellidos, los dos Juan Fernández, Carlos Ortega, Luis Giusti, Pedro Carmona y un largo etcétera. Hoy no, decidieron camuflarse y seguir con la guerra de baja intensidad, el guión se mantiene intacto. El ejemplo de Chile sigue latente, las similitudes se evidencian, pero también las diferencias. La escasez provocada por la contra chilena no había forma de contrarrestarla y la traición militar puso la guinda a la conspiración.
Sin embargo, el Gobierno ha detectado el acaparamiento, las empresas de maletín fantasmas que inciden directamente en el precio del llamado dólar paralelo y las estafas con distintos mecanismos de compras de divisas, son solo alguna de las aristas de esta guerra sin líderes visibles.
Pero en esta guerra no hay ni habrá ilesos. Todos somos víctimas de esta guerra. El capital transnacional en conexión con el poder político extranjero y los pitiyanquis de aquí tratan de minar el sentimiento patriótico de las y los venezolanos. Nos toca develar esas estrategias y denunciar a los saboteadores por distintos medios, con creatividad y asertividad, pero conscientes de que la verdad nos asiste. Hasta ahora han obtenido pequeños triunfos, nos toca defender al pueblo y darle herramientas para dejar al descubierto al adversario y su miserable desinterés por defender la Patria. Porque aunque les duela, tenemos Patria. Sigamos