La evolución de los homínidos puede tener algo más de 700.000 años, tiempo suficiente para decir que en términos de alimentación, es la revolución más larga de la historia. Los predecesores del Homo sapiens libraron las primeras batallas para descifrar la forma de abordar su alimentación, y la sobrevivencia ulterior de la especie humana tiene entre otras explicaciones la capacidad de aprender que el potencial diverso de la naturaleza es una oportunidad para diversificar el consumo de alimentos. Y las semillas han estado allí.
De ese largo trajinar, a la especie humana le corresponde una estancia en lo que hoy llamamos América de apenas el 2% del tiempo, pero al igual les correspondió definir las formas, modos y las culturas alimentarias. Han sido cerca de 14 mil años de observación, de prueba, de riesgos, hasta lograr incorporar en forma definitiva esos conocimientos a sistemas más estables de alimentación, que luego fueron conseguidos establecidos a lo largo de todo el continente por los españoles. Nuestros aborígenes sedentarios, establecidos en centros densamente poblados habían desarrollado, al momento del encuentro con los europeos, una agricultura avanzada, con especies de vegetales y animales domesticadas, y con un cúmulo de información compendiada en sus archivos cerebrales sobre plantas útiles para la alimentación y la medicina. Esto dejó para la historia la evidencia que la conquista que vino después, fue una fase de dominación, primeramente orientada a capturar el conocimiento sobre la riqueza de la diversidad biológica, base de la subsistencia. Luego vendría todo lo de la leyenda del Dorado. Las poblaciones aborígenes errantes o trashumantes también tenían un conocimiento amplio de la diversidad biológica como parte de la estrategia alimentaria. Y las semillas han estado allí.
En la Amazonía, los científicos han conseguido evidencias de la existencia de áreas de prueba de cultivos que datan de unos 4500 años. Es decir, la variabilidad genética en los cultivos de nuestros aborígenes lograda por selección antrópica, hace irrefutable que la biotecnología del mejoramiento genético siempre estuvo presente entre los primeros pobladores de América. Entonces, el patrimonio seminal americano autóctono es el resultado de la selección natural y artificial, de la cual hoy tenemos muchas evidencias en cultivares de maíz, de varias leguminosas, de tuberosas como la yuca, la batata, la papa; los ajíes, tomates y muchos otros cultivos.
La transformación ulterior de la sociedad, tuvo un tránsito progresivo de rural a urbana, con una población aborigen diezmada por la opresión colonial y la segregación que no se ha detenido, muy a pesar de los grandes avances de estos tiempos de revolución. Hoy, el patrimonio seminal de Venezuela está constituido por la inmensa diversidad biológica natural, la desarrollada y conservada por la población aborigen, la de origen campesino y aquella lograda con el concurso de la ciencia y la tecnología.
Si el dominio de la semilla significó para la población aborigen la posibilidad de sobrevivencia en asentamientos, para el país actual, el dominio de la semilla es la base fundamental de la soberanía alimentaria. Como tal fue analizada desde muy temprano en el gobierno de nuestro Comandante Eterno. Fue tal la prioridad que se le asignó, que después de superado el paro petrolero, la duda persistió sobre un posible paro semillero que destruiría la revolución; y se diseñó el Plan Nacional de Semillas. La disponibilidad nacional de semillas es uno de los principales indicadores de soberanía alimentaria. Chávez amó esta idea.
Pero, en el tema de semillas, no todos somos Chávez. Todavía hay quienes sin entender la gravedad de las insuficiencias de este insumo juegan a la importación masiva de semillas, favoreciendo las transnacionales, en contra del potencial que disponemos para garantizar las siembras.
Pero también una diatriba importante frena la producción nacional de semillas. Una confusión sobre el papel de la biotecnología en el mejoramiento genético, se confunde falsamente con la búsqueda de materiales transgénicos. La transgénesis en vegetales es un espacio de la ingeniería genética que se ha convertido en una herramienta humillante contra de diversidad biológica, contra la salud y contra la economía de los pueblos del mundo.
¡Declaremos al país anti transgénicos! Y, como decimos a veces cuando se llega a un consenso: ¡Se acabó el peo!
Pero, es imposible detener la investigación en nuevos cultivares con apoyo de otras herramientas biotecnológicas, como los cruzamientos, el mejoramiento asistido por marcadores moleculares, la selección temprana y el establecimiento de criterios moleculares de calidad de semillas. Y para mayor ventaja, en ese diálogo de saberes que tanto recordamos., los centros de investigación y desarrollo pueden acompañar a las comunidades campesinas en programas de mejoramiento participativo, sin que se ponga en riesgo el patrimonio seminal local y del país.
No existe en el país ningún plan (sería un absurdo) para desechar los cultivares locales, campesinos y aborígenes, esos son cuentos de fanáticos o de contra-revolucionarios.
Entre tanto se abre el debate sobre una nueva ley de semillas para el país, el ministro de agricultura ha realizado en los últimos días dos buenos anuncios, uno que la semilla de arroz que demanda el país ha sido producida y puede alcanzar hasta la siembra de 220.000 hectáreas, y el otro, se acaba de inaugurar una planta de semillas en el oriente del país con apoyo tecnológico de Brasil.
Como vimos en el texto precedente, la evolución no ha terminado, ni la revolución tampoco. Vamos hacia una ley de semillas que impulse la producción, la nueva institucionalidad y que nos proteja de las aberraciones de los consorcios transnacionales de la semilla que atentan contra la diversidad biológica, la salud y la economía.
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