Hoy en día, los sentimientos intensos y encontrados confunden las cosas en las cabezas de los militantes chavistas. Ya veníamos con la tristeza de la muerte del comandante, a lo cual le agregamos la vivencia de la inseguridad, la inflación, el tejemaneje con los dólares, la corrupción. Para completar, el encarcelamiento del alcalde Parra, las acusaciones que le hacen a él y a sus colaboradores y familia, vino a ser el maremoto que ha encrespado este mar, sacando a la superficie iras, resentimientos, desencantos y depresiones.
Las reacciones son diversas, pero casi todas se resumen en desencanto. Para unos, Parra cae por su mediocre gestión, matizada por una corrupción que para muchos era obvia y ostentosa. Para otros, se trata de la conspiración de una tendencia del PSUV que supuestamente es tan o más corrupta que la de Parra. Un tercer grupo, señala que todavía, en la lucha contra la corrupción, no han caído los verdaderos “peces gordos” y, lo que es peor, no se ve una acción contundente contra los corruptos de la oposición, entre los que se cuentan el alcalde de Naguanagua, Capriles y Salas Feo.
En todo caso, se respira un ambiente cada vez más opresivo. Se tiene la impresión de que, en cualquier parte donde se mete el dedo, saldrá un chorrito de pus.
No se le ve la luz al túnel. El latiguillo de la “guerra económica” puede ser servir como catarsis momentánea, para desfogar la rabia producto de la frustración con una situación que parece empeorar cada vez más. La presentación de Merentes ante la Asamblea Nacional, en la presentación del presupuesto, no ofreció muchas esperanzas. La inflación sigue siendo el gran “coco”. Se reconoce, al menos, que la cosa no va bien.
Lo peor es que no se sabe muy bien cómo se puede mejorar. En términos generales, pueden distinguirse tres grandes corrientes de opinión. Una, que cifra sus esperanzas en el presidente Maduro, que le cree que con la Ley habilitante la cosa se enrumba en una gran guerra contra la corrupción, que no hay más que invocar la memoria del Comandante y su “Golpe de timón” para salir adelante. Otra, que hay tres cosas fundamentales que hacer: nacionalizar la banca, estatizar el negocio importador, combatir a los burócratas y corruptos, y poner “mano dura” a los especuladores de productos y de dólares. Que Merentes representa de alguna manera la “derecha” en el gabinete económico. Que hay que “radicalizar”. Una tercera tendencia (nombro a Felipe Pérez y a Víctor Álvarez; pero hay más), que se pronuncian por la flexibilización del régimen de cambios para corregir los “desequilibrios” de un bolívar sobrevaluado.
Una caracterización tradicional hablaría de izquierda, derecha y centro en las opiniones chavistas actuales. En un texto anterior, refería que el “proceso bolivariano” había entrado en un momento de reflujo, de cambio de correlación de fuerzas, en el cual las debilidades pueden ser definitorias. El detalle es que, si bien el malestar, el descontento y el desconcierto son generalizados, tampoco la oposición las tiene todas consigo. Las dos tendencias principales tienen en su plan derribar a corto plazo el gobierno de Maduro; las diferencias serían tácticas: preparar pacientemente el revocatorio o conspirar directamente con acciones violentas para que “el derrumbe” se produzca inmediatamente después del “plebiscito” del 8 de diciembre. Peligroso, si consideramos (lo cual debemos hacer) de que detrás de esas posiciones está la mano metida de unos EEUU especialistas en intervencionismos abiertos o encubiertos, es igual. Se mencionan oras dos tendencias minoritarias: la de AD y COPEI, que tratan de sobrevivir a duras penas, bamboleándose entre los extremos, y el de la ”despolarización”, política que aparece ahora, sorprendentemente, en los dirigentes del casi extinto MAS.
Esta diversidad de tácticas y estrategias también producen desconcierto en las bases opositoras, aunque la mayor parte de ellas preferiría una salida “institucional”, no violenta, como podría ser el revocatorio.
En todo caso, pareciera que estuviera cayendo una noche en la cual todos los gatos se harían pardos. Más allá de la polarización chavismo-antichavismo, se detectan señales de aquella antipolítica que descalificaba a la política en su conjunto como una actividad de pillos irresponsables. El desgano y la desmovilización juegan en este sentido, descontando todos los avances en cultura política de participación que fue una de las grandes ganancias históricas de todo este período histórico que comenzó en 1999.
Insistimos en lo que dijimos en artículos anteriores: hay que convocar al pueblo.