El Estado desnudo

La burguesía presenta su Estado como un “contrato social”, un ente jurídico emanado de forma espontánea del consenso entre los “ciudadanos” de la “nación”. Y a partir de ahí, en escuelas, universidades, medios de comunicación y las propias leyes, todo es embellecer el Estado. Adoctrinado en esa forma de ver el mundo, poco resquicio queda al simple mortal para plantearse otra cosa. Pero, a despecho de la propaganda capitalista, el Estado, como todo constructo social, tiene un origen y una realidad histórica, por mucho que esté tuneado para que no percibamos la realidad bajo la pintura y los cromados. Lo cierto es que el Estado no es más que una maquinaria de coerción, una estructura de violencia organizada, en régimen de monopolio, de una clase sobre otras para la defensa de sus intereses. Así surgió y así sigue siendo. Claro que, en momentos de “normalidad”, en situaciones “pacíficas”, la mayoría de la gente no lo percibe así. No estamos todos los días tropezando con el hueso del Estado. La gente –es decir, la población de los países del “primer mundo” donde existía el llamado “Estado del bienestar”, lo ha percibido hasta ahora en forma de escuelas, de atención sanitaria, de ordenación del tráfico, de pensiones, etc. Es decir, de su aspecto más “benéfico”. Ese “Estado del bienestar” servía además de colchón. Por un lado, frente a una clase obrera, como la europea, con una larga tradición de organización y sindicación. Y por otro lado, frente a los países socialista de la URSS y el este europeo, garantizando unas expectativas de nivel de vida a los trabajadores superiores a las del modelo soviético. Los recursos económicos para hacerlo posible provenían de la sobreexplotación de los países del tercer mundo, neo colonizados hasta la exasperación, haciendo así partícipes a los trabajadores europeos de las migajas del saqueo imperialista. Alejadas pues las tentaciones revolucionarias, el Estado podía permitirse el lujo, hasta cierto punto, de ser benefactor, amable, democrático y “firme defensor de los derechos humanos”. Pero hete aquí que la fábula del capitalismo imperialista se viene abajo. En primer lugar, los países pobres –en América Latina, en África, en Asia– han empezado a defender sus riquezas naturales, con revoluciones populares y gobiernos patrióticos. Y ello a pesar del permanente riesgo de invasión militar, opción a la que no renuncia el imperialismo euro norteamericano a pesar del coste cada vez más elevado de sus agresiones. En segundo lugar, el derrumbe del socialismo de tipo soviético hace innecesarias las concesiones sociales y laborales, convencidos de que el socialismo y el comunismo estaban definitivamente derrotados. Y en tercer lugar, la propia dinámica de acumulación incesante ha llevado a una crisis económica insoluble dentro del sistema capitalista. Primero quebró el sistema financiero. Luego, por rapiñar las arcas públicas para “rescatar” las corporaciones bancarias, quiebran los Estados, cada vez más hundidos en una espiral de deudas imposibles de pagar. ¿De dónde sacar más dinero para pagar los intereses de las deudas? A los capitalistas –y a sus lacayos en el aparato del Estado– no se les cabe en la cabeza otra cosa que volver a los viejos hábitos: apretar más a los asalariados para exprimirles más plusvalía (bajando sueldos y recortando los salarios indirectos) y reducir los “gastos innecesarios” (sanidad, educación, cobertura social, pensiones). Es lo que llaman “políticas realistas”. Así pues, nos enfrentamos a un Estado cada vez más despojado de adornos y de aspectos “útiles”, más descarnado. La mayoría de la gente puede preguntarse ahora que, si no me garantiza el empleo, la atención sanitaria, la educación y ni siquiera las pensiones, ¿para qué puñetas quiero el Estado? Por si aumenta el número de los que se hacen semejante pregunta, siempre queda el Estado desnudo: policía, jueces, ejército, leyes represivas, palo y tentetieso. Para eso sí que no hay “recortes”. A medida que avanza la crisis, asoma más el carácter violento y opresivo del Estado. Pero, a la vez, se cae la máscara “humana” del monstruo. Cada vez les va a ser más difícil que nadie crea en su propaganda y sus mentiras. A eso es a lo que estamos asistiendo.


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Teodoro Santana Hernández


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