Que aquí hay un gobierno sin voluntad para ir hacia un sistema con relaciones socialistas de producción lo sabe todo el mundo. Pero Maduro, los dirigentes del PSUV y muchos honestos comunicadores aseguran todo lo contrario. El problema es que todos estamos entrampados por la institucionalidad de las elecciones burguesas responsables de la conservación, reproducción y supervivencia del capitalismo. Los bolivarianos del PSUV creen en Dios y en la Patria con énfasis en el voto directo y secreto que es en esencia el paradigma de la democracia representativa en la cual creyeron Betancourt, Muñoz Marín y Haya de la Torre. A este concepto se subordina, en la Venezuela socialdemócrata, todo lo demás desde la definición del estado capitalista rentista petrolero hasta lo más recóndito de cada individualidad política en el ejercicio de sus responsabilidades administrativas. Exagero? No, en absoluto. Ese es el mensaje que reitera Maduro cuando se restea con cualquier decisión del CNE para reconocerla inclusive si le fuera, en su momento, desfavorable. Pero los inventores de la democracia burguesa no piensan igual, la derecha sólo reconoce los resultados que le sean favorables y lo demás para ellos es fraude. El mundo al revés, diría Galeano.
Si eso fuera todo no habría mucho de qué preocuparse porque, por ahora, entre la oferta electoral de una democracia burguesa de izquierda y la presentada por la derecha fascista no hay que pensarlo dos veces, dominados como estamos por la ley del voto capitalista. Ese es el cuadro político real y verdadero en este momento dramático de nuestra historia. Lo más preocupante, a mi juicio, es lo que todo el mundo sabe que está pasando con la asignación de dólares por el gobierno a los dos bandos de la burguesía importadora: la roja y la oposicionista de cualquier otro color. Los dólares de la renta petrolera que alimentan la voracidad insaciable de la burguesía parásita antichavista o la de los bolsillos de una nueva clase dominante oportunista, fortalecen por igual al capitalismo destinado a expropiarle las reivindicaciones sociales al pueblo trabajador, a los pensionados y jubilados mediante la explotación, la especulación y la inflación. Con la mano izquierda el gobierno ayuda a los pobres y con la otra favorece a los viejos y nuevos ricos de cualquier signo para que expolien inevitablemente a los más débiles.
La distribución justa de la renta petrolera termina siendo una falacia en el capitalismo que nos acogota porque el salario del trabajador, al final de la cadena, siempre va a parar a las arcas del gran capital transnacional. El trabajador todas las veces sale perdiendo pues aunque reciba los beneficios sociales que le otorga el estado, el pobre cada vez volverá a ser la secular fuerza de trabajo explotada por las nuevas o las tradicionales clases dominantes que compiten entre sí por la riqueza petrolera. Será que esa es la mejor estrategia gubernamental de librarnos del otro golpe fascista anunciado por Capriles o de la invasión yanqui, anhelada por la Maricori, destinada a a que el imperio le ponga sus garras, sin intermediarios, a las mayores reservas petroleras del mundo? Esta interrogante le sirve de consuelo a los ilusos o es una simple justificación de los estrategas reformistas y socialdemócratas para evadir la vía al socialismo. De una cosa sí estamos seguros: gane quien gane las elecciones el 8 de diciembre el capitalismo seguirá boyante torciéndole el cuello al pueblo venezolano.
Aquí todo el mundo está subestimando al pueblo venezolano que se está dando cuenta de lo que está pasando y sabe muy bien por dónde van los tiros sin estar creyendo en pajaritos preñados. Tarde o temprano renacerán las fuerzas revolucionarias y se retomará el camino de la utopía y del cambio histórico encarnado en la esperanza que despuntó la rebelión del 4 de febrero.
El imperialismo y la extrema derecha vernácula le están sacando provecho a esta coexistencia gatopardiana entre el capitalismo y el socialismo que cada vez se profundiza más en detrimento de la opción transformadora, aunque los reformistas traten de disfrazar la conciliación de clases con la careta de una transición gramsciana. Hemos llegado a un punto que no sólo está en juego la credibilidad de la oposición mitómana sino también la del gobierno, porque ninguna de las partes se atreve a decir la verdad. La oposición no asume por la calle del medio que el neoliberalismo es su ideología política y el gobierno tampoco confiesa su necesidad de convivir, negociar y entenderse con él. Poco a poco las masas populares van perdiendo la confianza en el discurso socialista y el epílogo está anunciado.
Si los escuálidos creen que podrán pescar en río revuelo están muy equivocados. Por ahí anda el majunche amenazando con repetir el 8D, en gran escala, la arremetida fascista del 14-4-13 sin advertir que el pueblo cansado de tanta inmunidad los enfrentará en defensa propia y esta vez , a diferencia de 1989, la burguesía no dispondrá de una fuerza armada subordinada a sus intereses de clase.
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