Naomi Klein, en su libro No Logo, recoge muy bien como la producción ha ido pasando de la fabricación de artículos a la creación de marcas << empresas del tipo de Nike y Microsoft, y más tarde las del tipo de Tommy Hilfiger e Intel. Plantearon la osada tesis de que la reducción de bienes solo es un aspecto secundario de sus operaciones, y que gracias a las recientes victorias logradas en la liberalización del comercio y las reformas laborales, estaban en condiciones de fabricar sus productos por medio de contratistas, muchos de ellos extranjeros. Lo principal que producían estas empresas no eran cosas, según decían, sino imágenes de sus marcas. Su verdadero trabajo no consistía en manufacturar sino en comercializar>>.
Lo cierto es que el metabolismo psíco social del capitalismo, en esencia sigue siendo el mismo que descubrió Marx, y cuya dinámica se basa en el aprovechamiento de la tasa de plusvalía por parte de los capitalistas.
Sin embargo sería ingenuo no reconocer la mutación que experimenta y con la que trata desperadamente de alargar su crisis, y aprovechar al máximo los beneficios de su excedente, incorporando constantes avances en la fabricación, y distribución de los nuevos productos, porque como afirma Mezzaro <<La sociedad en su conjunto debe estar sujeta – en todas sus funciones productivas y distributivas-, a los requerimientos más recónditos del modo de control estructuralmente limitado del capital>>.
Muchos estudiosos afirman que existe una creciente polarización social que está recreando una fuerte desproporción entre la producción real y el consumo, por lo que se hace necesario buscar formulas para incentivar el consumo y poder sostener el modelo económico de acumulación.
La llamada crisis del consumo de bienes durables que se ha agudizado en Europa a partir del primer semestre del año 2012, y que obliga a los productores a incrementar la tasa de plusvalía compulsivamente, ha prendido las bombillas en la élite política. Lidiar con esta imprevisible circunstancia, es tal vez el mayor reto del capitalismo global que está obligado a utilizar todos los recursos de las modernas tecnologías, para convencer a millones de seres humanos de que es necesario consumir los productos al precio que sea.
Las visiones que se debaten entre los políticos de la derecha para alargar el capitalismo, han tenido un campo de cultivo y experimentación en la Venezuela Bolivariana. Todas las posibles opciones para la sobrevivencia de la ecuación de apropiación de la plusvalía son aplicadas en nuestro país por diversas vías.
Científicos dedicados al estudio de la neurociencia, han alertado sobre la aplicación de nuevas tecnologías en el mercadeo para incitar las neuronas espejo, encargadas de la repetición de conductas a través de estímulos en el cerebro.
La reciente ola de consumo casi injustificado es una actitud inducida psicológicamente a través de técnicas de marketing que se han utilizado durante los cuatro últimos años en nuestro país, y que tiene por objeto convertir a los ciudadanos en especies de zombis consumistas.
Venezuela es víctima de una guerra de cuarta generación. Sectores de la derecha han venido ensayando a través de las páginas Web, redes sociales, TV, y prensa escrita métodos de persuasión psicológica para generar una especie de neurosis consumista, buscando provocar artificialmente una explosión social, para que la extrema derecha llegue al poder político.
La posición geoestratégica de Venezuela, su papel como país exportador de petróleo y poseedor de las reservas probadas más importantes del mundo, y sus características especiales de etnografía lo convierten en un lugar ideal para el estudio del impacto de las nuevas medidas del capitalismo mundial. Así como en el Chile de Pinochet, resurgió el ciudadano neoliberal, No es exagerado afirmar que tal vez en Venezuela este naciendo el nuevo ciudadano del capitalismo desarrollado, enfermo de neurosis consumista, y dispuesto a engrosar las estadísticas del consumo global del nuevo orden.