¡Qué felicidad! Soy feliz hasta más no poder. Jamás en mi ruda vida lo
había sido y, gracias a la revolución y, al dinamismo de la acción
del micrófono en directo: tengo en el rancho donde vivo, todo lo que
un rico ansía y puede tener. Por eso digo, ricos, no los envidio.
Aunque no ha sido nada fácil, tampoco por demás difícil al tragarme
parado algunas colitas que caminan rápido y, con la viveza de que hago
uso. Estoy siempre entre los primeros, aunque generalmente trasnochado
por mis guardias seguidas, consigo lo que busco y quiero.
Lo primero que me compré fue un aire acondicionado de pared de 12 BTU
e inmediatamente lo instalé y, duermo como un caimán celoso,
embojotado de comodidad entre colchas nuevas que huelen a tulipán
avileño, made in Japan, que me ponen a soñar con angelitos negros.
En segunda oportunidad, me puse en una chacachaca de esa que sueltan
el agua en silencio con su enjuague de flores que me perfuma los días
cuando me tiro encima mis franelas vaporizadas que me refrescan el
placer de vivir en democracia verdadera.
Y, les cuento que, al levantarme para irme al trabajo, mi mujer me
espera con pan francés tostado de la tostadora que ahora nos conforta
de cariño mañanero con una taza de café, recién colado de la cafetera
eléctrica que como nueva me aromatiza el buen vivir que comienzo a
disfrutar en estos días predecembrinos en que los precios bajos nos
han bajado a un paraíso inusual que te llenan de emoción sincera y,
uno siente que volvió a nacer y, se lamenta del tiempo perdido sin
poderlo reparar en comodidades que a los pobres nos estaba prohibido y
que, ahora es una realidad que nos alumbra el camino, mirando el sol,
tal cual es, incandescente.
Pero, seguro estamos ahora más que nunca que, no hay mal que dure cien
años y, empresario que lo resista y, más con ese golpe de timón que se
ha dado, que nos ha sacado de las ascuas del pasado y, nos metió de
lleno en la prosperidad hogareña que nos provoca vivir eternamente.
No conforme con los artefactos comprados por querer más, me activé de
consuelo al recibir mis aguinaldos navideños después de varios días de
intentos fracasados por todavía caro. Finalmente levanté un plasma
Sankey de 42” en ocho mil bolívares que ha sido la mejor ganga
conseguida en mi existencia y tuvimos que romper la puerta del cuarto
para meterlo que, ahora es como mirar el cielo a tus pies y la
imágenes que de él salen te sacuden los pelos del alma y te ponen a
divariar en otro mundo que se nos escapó tempranamente y, los colores
y el sonido te parten el incentivo de atraer más emociones y estar
como en un cine y, de tal manera fui sorprendido con la cotufera que
ahora tenemos por mi mujer que me pone a volar con palomitas de maíz.
Pensando y pensando como pensamos los pobres, me dije, con mucha
razón, aquí hace falta algo, algo que nos llene de dulzura que nos
ponga a saborear las delicias que entran y no salen por la boca y, mi
mujer me cogió la seña y, se fue a Daka, a la buena de dios y más
tarde regresó con lo que faltaba que nos endulzará en lo adelante
siempre y preferiblemente que veamos la tele en nuestro plasma y, a mí
en particular me gustan el sabor a coco y, desde ya, les digo que lo
que no me gusta en mi descanso ahora de ser otro, pleno de comodidades
y de atenciones es cuando veo a Nicolás. No sé porqué, pero lo veo más
gordo y más negro y, hablando más enredado, o será que he comenzado a
cambiar y estoy pensando de otra manera como piensan los que más
tienen.
Les aseguro sin equivocarme que ahora vivo mejor y, paso más tiempo en
el rancho, porque allí hay vida –gracias al bajón- que nos puso las
pilas de la convivencia armónica entre electrodomésticos.