La derecha venezolana acaba de sufrir una nueva derrota en sus planes
destinados a destruir la Revolución Bolivariana, y no nos referimos
simplemente a la derrota electoral. Esa derecha que no ha cesado un minuto,
en los últimos 14 años, en su ataque al gobierno y al pueblo venezolano y
que ya ejecutó dos paros nacionales, un golpe de Estado, un sabotaje
petrolero, guarimbas y el sainete de Altamira estaba convencida de que con
la desaparición física del Comandante Hugo Chávez tenía la mesa servida
para acabar con la revolución y sus logros. Sin embargo, nuevamente “ha
salido con las tablas en la cabeza”.
Los resultados de las elecciones presidenciales del pasado 14 de abril, si
bien permitieron la continuidad del proceso diseñado y puesto en marcha por
el Comandante, fortalecieron el espíritu conspirativo de una derecha y una
oligarquía que no se andan por las ramas a la hora de ejecutar acciones
fuera del marco legal y lejos del espíritu democrático.
Su lectura les llevó a concluir que era la hora y el momento de iniciar una
escalada terrorista que generara penurias y dificultades al pueblo, con el
fin último de romper su voluntad de continuar con los cambios y defender el
legado de Hugo Chávez
Para desarrollar sus planes tenían ocho meses, pues el punto de quiebre lo
establecieron como el 8 de diciembre, en el marco de las elecciones
municipales. Era tiempo suficiente para generar una escasez de productos
básicos, fallas en los servicios públicos y una inflación que empobreciera
rápida y drásticamente a la población. De lograr sus objetivos, venderían
ese proceso electoral como un plebiscito, proyectando la derrota que
calculaban de los candidatos de la revolución al gobierno nacional.
Con ello reforzarían la tesis de que Capriles había sido robado en las
lecciones de abril y por lo tanto el gobierno de Maduro carecía de
legitimidad. Lo demás era pan comido, con acciones de calle y propaganda
generarían una desestabilización política a que se le sumaría inflación y
hambre.
Tenían sin embargo, un problema por resolver: Cómo convencer a los
empresarios y comerciantes para generar inflación y escasez de alimentos y
otros productos.
Estaban claros que en 2002 y 2003 se contaron por miles los que fueron a la
ruina por cerrar sus negocios en medio de aquella aventura golpista. No
podían salirles con el mismo cuento.
El cambio de estrategia, rápidamente se hizo evidente. Ahora en lugar de
pérdidas, los empresarios obtendrían millonarias ganancias con el
acaparamiento, la especulación y el remarcaje de precios. Con eso y
acciones sorpresivas destinadas a generar grandes interrupciones de
servicios públicos como el servicio eléctrico, tenían “el mandado hecho”
Todo lucía perfecto, sólo faltaba por considerar un “pequeñísimo
detalle”... La reacción del gobierno y el pueblo. Como tantas otras veces,
volvieron a desestimarla y un gobierno, que venía perdiendo popularidad
aceleradamente como consecuencia del plan ya mencionado, diseñó una
respuesta contundente y la puso en práctica en el momento políticamente
apropiado.
La estrategia denominada medidas contra la guerra económica dejó en claro
en el seno de la población, que Maduro y su gobierno se la estaban jugando
en su favor y estaban dispuestos a torcerle el brazo a la oligarquía.
Quedaron como pajarito en grama y atrapados en su propio juego. No podían
darla la razón al gobierno sin correr un gran riesgo de cara a las
elecciones y no tenían argumentos para oponerse a él; sobre todo, después
de haber estimulado la práctica de los hambreadores.
Optaron por una oposición ambigua que los desnudó como defensores de la
guerra económica contra el pueblo. Para colmo no tenían o no había tiempo
de poner en práctica un Plan B.
Así llegamos a lo que ellos mismos definieron como el momento culminante y
los resultados no pudieron ser peores para quienes una vez más pensaron que
sometiendo el pueblo a penurias, podían obligarlo a cambiar de posición.
Más de 800 mil votos de ventaja obtuvieron los candidatos revolucionarios,
se apropiaron del 76% de las alcaldías en disputa, ganaron en 30 de las 40
ciudades más grandes del país, ganaron ampliamente el supuesto plebiscito,
bañaron de legitimidad el gobierno de Maduro y como si fuera poco,
redujeron al mínimo la ventaja que tradicionalmente la oposición obtenía en
los dos grandes centros poblados del país (Maracaibo y la gran Caracas).
Lo peor, para ellos, es lo que está por venir. El gobierno le sacará el
jugo a su victoria hasta la última gota, mientras que ellos tendrán que
empezar de cero.
Ahora, lo anterior no significa que la derecha y la oligarquía venezolana
rectificarán en sus posiciones… Ellos no están en capacidad de decidir eso.
Esas decisiones las toman los gringos y para ellos el petróleo venezolano
es un objetivo estratégico. Saben perfectamente que para apropiarse de
nuestra riqueza necesitan (como acaba de ocurrir en México) de un gobierno
de derecha sumiso a sus intereses; de manera que con estos u otros actores
continuarán su lucha por dar al traste con la Revolución Bolivariana.
El problema que tienen es que sus cipayos dieron varios pasos atrás y
políticamente se pusieron al nivel en el que quedaron, tras la derrota del
referendo revocatorio.