Las elecciones municipales realizadas en nuestro país, nos dejan algunas enseñanzas que es importante asimilar con mentalidad positiva y espíritu revolucionario, aceptando que se cometen errores; así como que existe la necesidad de un cambio en la implementación de la política revolucionaria, básicamente en la forma de acercarse a la masa a la que nos interesa llegarle con el mensaje de cambio que representa este proyecto político que hoy impulsamos guiados por el legado que nos dejó nuestro Eterno Comandante Hugo Chávez. Después de disfrutar el sabor de la victoria en forma general, es necesario y saludable para futuras contiendas detenernos a analizar aquellos resultados adversos, en función de evitar volver a caer en los mismos errores que motivaron esos resultados que solo la falta de diálogo y sensatez política pueden depararle a este proceso de cambio.
Hoy más que nunca tenemos la obligación moral y el compromiso político de aprender de los errores y de la miopía política en la que incurrimos, algunas veces es bueno mirar hacia atrás a ver lo que hemos hecho y ver qué podemos aprender del camino andado.
Estos catorce (14) años han sido bastante como para que hoy gocemos de una vasta experiencia que nos permite la posibilidad de salir victoriosos en cuantos procesos electorales participemos. En estas pasadas elecciones casos puntuales dejaron ese aprendizaje bien claro, o nos ponemos de acuerdo, o seguiremos en forma ciega y torpe abriéndole las puertas al enemigo, aprendemos a oír la opinión del pueblo, o estaremos en forma irresponsable acabando con el esfuerzo y el legado que nuestro eterno líder comandante Chávez Frías. Ejemplo: si la gente de la ciudad de Barinas quería a un determinado candidato como Alcalde, por qué no oír esa opinión... si es la opinión del soberano. Igual en Barquisimeto y Maturín, y otros municipios del Zulia donde la realidad concreta hablaba de quien debería ser el candidato preferencial que siempre obedece a un trabajo realizado, que ha generado un liderazgo. Después de que se actúa al margen de lo que aconseja la realidad concreta del escenario-en este caso el electoral-los análisis filosóficos sobran. Simplemente pasó que los candidatos naturales, los aceptados por los electores no fueron aceptados por el partido, y los candidatos puestos por el partido no fueron aceptados por los electores, resultados: donde estábamos seguros de ganar, ganó la oposición. Esto no amerita mucho análisis. A estas alturas, ya va siendo hora de que se tomen en consideración esos casos en donde los liderazgos locales tienen su peso e incidencia, producto de una trayectoria y un trabajo político que ha calado entre la comunidad. Junto a los mencionados casos de Maturín, Barquisimeto y Barinas, existen muchos otros, donde le pusimos en bandeja de plata el triunfo a la oposición por no abordar con criterio político estas diferencias. No solo se le debe exigir disciplina al militante, la Dirección política también tiene la obligación de actuar con sensatez, respetando opiniones y realidades que no precisan de mucho análisis para entender de qué lado está la verdad; al final la pérdida de la Alcaldía o la Gobernación es la que nos convence del error.
En el caso de la Alcaldía Metropolitana donde se perdió por estrecho margen, nos habla de la necesidad de buscar más cercanía con ese sector llamado clase media, tratar de penetrar cada día más un escenario en el cual nosotros mismos nos excluimos sobre la falsa creencia de que en estos sectores no tenemos gran receptividad. Muchas veces la realidad nos dice otra cosa, por eso deberíamos dejar un poco el pragmatismo y orientar más el trabajo revolucionario hacia allá. Sobre todo en casos donde sabemos que sus dirigentes no gozan de mucho prestigio producto de sus gestiones y relación con el pueblo. Otro elemento a corregir- no solo para ganar elecciones- sino para ganar confianza y prestigio revolucionario, es tratar de humanizar más el trabajo político entre los trabajadores del sector público, uno de los puntos más débiles de la revolución, entre otras razones hay que tomar en cuenta su grado de compromiso y su nivel de claridad política del momento que vivimos, y de su papel en este proyecto político. Obviamente, también cuenta la gestión y trabajo político que en este sector desarrollan quienes tienen papel preponderante en la dirección tanto en lo sindical como en lo gerencial sobre el trabajo integral que como funcionario y como revolucionario deben llevar a cabo hombres y mujeres sobre cuyos hombros muchas veces descansan misiones y responsabilidades de gran trascendencia para el logro de importantes metas de esta revolución. Uno de los principales problemas aquí es que esto no lo tienen nada claro la mayoría de los trabajadores del sector público. Es lamentable ver que si no en su totalidad, si en su mayoría, en este sector los trabajadores limitan su compromiso a asistir a una marcha o concentración, eventos que por su naturaleza no son permanentes en el accionar político.
No dudamos que el sector de los empleados públicos representa un ejército de hombres y mujeres en los que la revolución tiene un bastión, un soporte fundamental, por lo que la dirigencia política, gerencial y sindical tenemos el ineludible compromiso de preparar ese ejército en todos los terrenos y sentidos; una preparación que les permita ser verdaderos combatientes no solo en la calle, sino también desde su puesto de trabajo, siendo más responsable, más diligente y sobre todo más consciente de lo que es un servidor público dentro del proceso revolucionario.
Este proceso necesita que los trabajadores entendamos que la revolución es un problema de eficacia, y la eficacia se logra trabajando con fervor militante, con ética revolucionaria, respetando a los demás y sobre todo, bastante claros que para engrandecer este proyecto político todos somos importantes, no hay trabajo ni trabajador inferior, o de menor importancia; porque en este momento que estamos viviendo, todo lo que hacemos va en función de desarrollar y enriquecer esta revolución; pero eso solo si lo hacemos con criterio y mística revolucionaria. Con algo que siempre invocaba nuestro Eterno comandante: con mucho amor a la patria y mucho corazón a lo que hacemos. Necesitamos que los empleados públicos sean militantes revolucionarios, pero militantes con todo lo que encierra el concepto, y militante no un día en una marcha, militante desde que llega a su puesto de trabajo, hasta que se va. Ahora esto no cae del cielo, ni se logra de la noche a ala mañana: hay que trabajar, hay que preparar, formar. La dirigencia está consciente de eso?. Militante revolucionario no es solo un busca votos cada cierto tiempo, es un político de todos los días y todos los momentos. Solo así los trabajadores son un instrumento permanente, inquebrantable e insobornable del proceso de cambio y de la sociedad que buscamos construir.
De la misma forma existe la necesidad de atender socialmente a los trabajadores del sector público, en donde muchos gerentes, jefes y supervisores actúan más con criterio capitalista que como un revolucionario con sensibilidad social, que debe saber escuchar, que está obligado a generar las mejores relaciones entre sus trabajadores, y en síntesis, que si en verdad son revolucionarios, ante los trabajadores debe actuar como tal y esto, desafortunadamente no es muy así en nuestra administración pública.
Ramón Blasco (Guameño)
Febrero 2014