Desde 1998, con la insurgencia del movimiento chavista en el primer plano de la política venezolana, los sectores que le han hecho oposición al Proyecto de País liderado por Hugo Chávez han evidenciado una sostenida vocación derrotista que no han podido evadir, muy a pesar de la desmedida ambición de poder que los embarga.
No han logrado sobreponerse a la derrota-sorpresa que les proporcionó el triunfo envolvente del “arañero” de Sabaneta en diciembre de aquel año. Estos sectores acostumbrados a ejercer el poder durante tantas décadas, previas al fenómeno telúrico del chavismo, no salen del asombro que significó el que se les haya sacado limpiamente del gobierno, instancia básica para el ejercicio del poder, en momentos en que controlaban las instituciones fundamentales del país.
Comenzaron con la subestimación a Chávez
Tal impacto los llevó a plantearse la reconquista del gobierno-poder por cualquier medio y en el menor tiempo posible. Fue así como comenzaron con esa larga carrera de errores y fracasos, animados por la desesperación y alentados por una gravísima subestimación del adversario; siempre creyeron que Chávez, no era más que un simple teniente coronel, para nada preparado para asumir la responsabilidad de conducir el país y mucho menos para emprender, como pregonaba, un proceso transformador que revolucionara sus vetustas estructuras políticas, económicas sociales y culturales.
La realidad palmaria de los hechos demostró que el Proyecto chavista no estaba fundamentado sólo en la férrea voluntad y disposición de un líder y de un equipo de hombres y mujeres que lo acompañaban, sino que estaba sustentado en una inmensa capacidad de trabajo, creativa, innovativa y visionaria, basado en un profundo conocimiento de la historia y de la psicología de nuestro pueblo, de sus anhelos, frustraciones y esperanzas y por sobre todo impregnado de un gran compromiso y de un inmenso amor por ese pueblo históricamente preterido. Es decir, desde el comienzo, se contaba con un Proyecto de País cimentado en las raíces del bolivarianismo, en la defensa de la soberanía nacional y en la búsqueda de la mayor suma de felicidad social posible, en el forjamiento de una nueva sociedad libre de explotación y de exclusión. Proyecto que se ha ido concretando, mejorando y perfeccionando en el tiempo, teniendo en el Plan de la Patria 2013-2019, una fase muy importante de instrumentación y concreción.
La oposición, siendo expresión de la prepotencia de clase dominante y subyugadora que le es inherente, nunca entendió a lo que se enfrentaba, siempre subestimó al contrincante, al formidable adversario que tenía por delante; de allí los crasos errores cometidos desde el principio, violentando de la manera más grosera la institucionalidad, propiciando golpes de estado, orquestando campañas de desestabilización, de manipulación mediática, de guerra psicológica, de guerra económica y hasta intentos de magnicidio y estimulando, incluso, una eventual invasión de fuerzas extranjeras con tal de derrotar y derrocar, primero, al gobierno bolivariano de Hugo Chávez y, ahora, al de Nicolás Maduro.
Continuaron con el desconocimiento a Nicolás
Han sido 14 años de acumular derrotas estratégicas, de fracasos políticos electorales y de acciones subversivas infructuosas, cometiendo errores elementales de conducción política y de análisis, por demás, erráticos de la realidad nacional. Errores que se acrecentaron, a raíz de la desaparición física del Comandante Chávez, cuando Nicolás Maduro asumió el liderazgo del movimiento Chavista, calculando equivocadamente que les había llegado el momento de dar el zarpazo para retomar el control del país.
La derecha más recalcitrante, la más afecta a los círculos imperiales y oligárquicos locales, es la que ha tenido la dirección de la oposición imprimiéndole su sello particular, marcadamente reaccionario y antidemocrático a la ejecutoria política de la MUD que está a punto de implosionar en varios toletes.
En primer lugar designaron a Capriles, uno de sus voceros menos calificado y peor dotado intelectual, cultural y moralmente pero si de los más propensos a ser tutoreado por el imperio, como abanderado de la oposición política; luego, hicieron uso de manera morbosa y procaz de la situación sobrevenida que se presentó con la enfermedad y siembra definitiva de Chávez; desconocieron (y subestimaron) a Maduro como Presidente legítimo de la República; llamaron al desconocimiento de la institucionalidad democrática (drenar la arrechera) y arreciaron la estrategia desestabilizadora con una sórdida campaña interna e internacional, pretendiendo aislar y desgastar al máximo al gobierno bolivariano; vano intento.
Con todo ello, lo que hicieron fue despilfarrar la significativa votación que obtuvieron en las elecciones presidenciales de abril de 2013, profundizando la errática lectura que han hecho de la realidad del país, cuando llamaron a darle un carácter plebiscitario a las elecciones municipales del 8D apuntalados en una inclemente guerra económica (desabastecimiento, acaparamiento, aumento irracional de precios apostado en un desquiciante dólar paralelo convertido en la referencia artificial para determinar el costo de los productos y servicios, etc.,) dentro del propósito ya conocido de hacer “chillar” la economía, para debilitar al gobierno y sobre esa base derrocarlo. Como tenía que ser, el gobierno y la dirección del proceso bolivariano supieron darle una efectiva y certera respuesta a tan alocada y disparatada política, produciéndose el resultado harto conocido: hoy contamos con un gobierno fortalecido, trabajando por el desarrollo y la paz del país, con una institucionalidad sólida y respetada por la sociedad; y, por mampuesto, con una derecha derrotada, debilitada y con una oposición dividida y desorientada; su presencia a las convocatorias de Miraflores habla por sí sola. En política, como se sabe, los errores se pagan caro.