El 8D nos devolvió la alegría colectiva como sentimiento nacional. La mayoría del país recuperó su tranquilidad y confianza en el proceso de cambio político y transformación social. Hay un sabor a victoria que nadie puede negar. Fue muy contundente, más no fue una victoria perfecta.
Más allá del uso y abuso de las estadísticas con que solemos interpretar resultados electorales, necesitamos un análisis político que nos permita aproximarnos a una lectura más objetiva de las elecciones municipales.
Es necesario evaluar la correlación de fuerzas expresada a través de la votación. El chavismo como expresión de esa inmensa franja social ganó 255 alcaldías (75,6%) con un total de 5.783.942 votos ante unas fuerzas opositoras que alcanzaron 80 alcaldías (23,7%) con 4.841.149 votos. Esa brecha es la expresión política de 942.793 ciudadanos que representan un reflujo importante del chavismo para definir una correlación de fuerzas con mayoría determinante.
Ese victorioso e incuestionable resultado nos permite afirmar que estamos en la senda de la recuperación del voto chavista que mermó el pasado 14 de abril y nos ubicó en una zona de riesgo. Esos resultados del 14 de abril que se utilizaron como excusa para pretender deslegitimar al Presidente Nicolás Maduro, impulsar un plan desestabilizador y desataron la “guerra económica” ya no pueden ser referencia porque han sido superados. La oposición sufrió una nueva derrota política que trasciende a cualquier interpretación estadística que pretenda minimizar derrotas y maximizar victorias.
Es necesario resaltar que fue derrotada la intención de convertir estas elecciones en un plebiscito. El Presidente Nicolás Maduro fue relegitimado por la voluntad popular. Capriles y sus acólitos se desgañitaron gritando que el 8D lo sacarían de Miraflores porque estas elecciones tenían carácter plebiscitario, ahora deberían reconocer que perdieron el plebiscito y recoger sus bártulos.
Quedó claro que la barrera de contención de los planes desestabilizadores y la “guerra económica” es esa inmensa multitud chavista que se expresó el 8D. Esa franja social que, con su nivel de conciencia, ratificó el rumbo del país y validó las acciones para la estabilización del mercado con la determinación de costos, precios y ganancias como una política de Estado que debe ser profundizada al igual que la lucha contra la corrupción.
Esta victoria abre la oportunidad de impulsar el Plan de la Patria y profundizar la construcción del Poder Popular como camino para derrotar la burocracia parasitaria que se ha convertido en un obstáculo para el avance de la Revolución Bolivariana.
No hay duda, fue una contundente victoria electoral y política. No fue una victoria perfecta porque no ganamos la alcaldía metropolitana, ni la alcaldía de Maracaibo y perdimos en Barinas por las contradicciones de un chavismo vacilante que mira hacia la derecha. Ese eje Caracas-Valencia-Barquisimeto (centro-occidental) junto con Barinas y Maracaibo se puede tornar peligroso porque se utilizará para la desestabilización.
El objetivo estratégico de derrotar los planes desestabilizadores, la “guerra económica” y mantener los espacios de poder ha sido logrado. Ahora el chavismo debe recuperar su capacidad de movilización para retomar el entusiasmo que simboliza la fuerza colectiva de un pueblo que se transforma para transformar la sociedad.